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OPINIÓN

«Tu lengua es la casa de tu alma»: vosotrismo y autoestima

Uno de los mayores artistas que ha dado este archipiélago, dueño de un genio y una escritura poderosamente universal y con los pies bien apoyados en sus raíces, dijo hace casi un siglo que «Una tierra sin tradición fuerte, sin atmósfera poética, sufre la amenaza de un difumino fatal». Siento repetirme, pues esta es una de las afirmaciones más conocidas de Agustín Espinosa, yo misma la he usado en numerosas ocasiones y seguiré usándola hasta que, como la lluvia fina que cae persistente sobre la tierra, logre calar algún día en los habitantes de estas islas, empapándolos de amor propio, esa clase de amor que, ponderado y sin excesos, suele ser un buen amor.

Dentro de poco, en 2028, la frase del más talentoso vanguardista de nuestras letras cumplirá cien años, una efeméride que convendría marcar desde ahora en el calendario y, aprovechando el tirón, debiéramos meter sus palabras en el bolsillo de cada persona nacida en Canarias como si fuera una chocolatina Tirma, cotidiana y apreciada, familiar y valiosa. Y es que estamos muy necesitados de repensar la función y las carencias de nuestra tradición, meditar sobre las amenazas que se ciernen en la geografía sociocultural de este territorio tan prodigioso como frágil, predispuesto a diluirse o desaparecer en la envolvente vorágine del mercado global. Si no ponemos atención y cuidado, si no desarrollamos una tradición robusta capaz de sostenernos como comunidad ante los vaivenes y circunstancias del tiempo, acabaremos difuminándonos con la fatalidad que ya predijo Espinosa, una de las mentes brillantes de nuestra historia.

A cuarenta años del primer Estatuto de Autonomía concedido a nuestra región, se diría que no hemos sabido hacerlo, e incluso que hemos perdido un tiempo precioso para asumir esa tarea, que va muchísimo más allá de la estimación y el soporte que se brinda a los bailes regionales, la música popular, el humor en clave de ja o las romerías que celebramos ataviados con trajes típicos y un vasito de ron entre las manos.

Una tradición es, desde luego, ese conjunto de ritos y costumbres que nos permiten fecundar un sentimiento de cohesión y pertenencia, el mismo que nos llevaría a movilizarnos para impedir, por ejemplo, un atentado paisajístico o la despersonalización del territorio, o que nos trae dolor y desconsuelo cuando un volcán sepulta lo que hemos sido. Pero una tradición es también y sobre todo ese conjunto de hechos, de referencias, de elaboraciones culturales, de recetas, de episodios y enseñanzas que, como si fueran boyas en medio del ancho océano de la historia, o mojones a los lados de la carretera atlántica, nos indican la ruta a seguir, el camino a casa, trazando un sendero de afecto y aprecio entre generaciones y conservando en un lugar de privilegio ese amor propio del que hablábamos al inicio: conocerse y aceptarse, tener una excelente relación consigo mismo, es la clave del bienestar personal y colectivo, el fundamento de un vínculo sano con uno y con el resto del universo. Me temo que en este sentido el balance es pobrísimo y que, salvo algunas honrosas excepciones, desde el nacimiento de nuestra comunidad autónoma se ha interpretado de forma incorrecta o sesgada lo que significa cimentar referentes en los que mirarse y con los que crear una tradición fuerte: si no hay reconocimiento, no hay correspondencia; si no hay balizas con autoritas de las que sentirnos satisfechos y orgullosos, los modelos serán débiles y borrosos; si no hay espejos que nos inciten a mirarnos de frente, con valía y admiración, nuestra autoestima se irá licuando sobre la orilla y acabará perdiéndose en la arena.

Se acerca otro Día de Canarias y habría mucho que debatir al respecto, preguntas que hacerse y acciones que revisar para que esta celebración que echó a rodar con la mejor de las intenciones en 1984, y que se ha ido consolidando con el apoyo de ayuntamientos, cabildos y colectivos, entre los cuales se encuentra el tejido educativo de las islas, no se quede en una mera performance de lo que se entiende por «canario»: ferias de artesanía, bailes de magos, exhibición de deportes y juegos autóctonos o festivales folklóricos que cada 30 de mayo copan lo que limitadamente entendemos por tradición. Al lado de estos estímulos, sin lugar a duda representativos y apreciables, tendrían que cultivarse y difundirse referencias que nos sirvan de modelo, que resulten inspiradoras, que nos permitan reconocernos como islas capaces en otros ámbitos socioculturales y que muestren a la ciudadanía hasta dónde llegamos con compromiso hacia el trabajo bien hecho, la formación de altura y la excelencia. Existe vida más allá del brillo mediático de músicos o futbolistas a quienes a menudo, por ese tirón, precisamente, dejamos reducida la imagen exitosa del archipiélago. Necesitamos dotar a la ciudadanía de hondos referentes, mostrando en primer plano aquellos nombres que, en la historia o en la vida contemporánea de las islas, edifican y construyen una imagen sólida, notable, respetada y prestigiosa ¿Qué tal si enseñáramos quiénes fueron Blas Cabrera, Josefina de la Torre, León y Castillo, Agustín de Betancourt, María Rosa Alonso, Martín Chirino, Néstor de la Torre, Pino Ojeda, César Manrique, Alfredo Kraus, Mercedes Pinto o Sventenius, por ejemplo?, nombres resonantes, poderosos en su proyección internacional y en la repercusión en ámbitos relevantes de nuestra vida colectiva ¿Qué tal si contáramos a los hijos e hijas de estas islas, con el mismo boato publicitario con que celebramos a Valerón o a Pedri, que en estos momentos hombres y mujeres de nuestro archipiélago se cuentan entre la élite mundial de la ciencia, la cultura o la tecnología, y son aplaudidos, reconocidos y admirados por la comunidad internacional? Muchos se asombrarían y sentirían profundo orgullo de ser sus paisanos si les diéramos espacio en los diarios que leen cada mañana, en las aulas, en las redes sociales, en los canales y emisoras autonómicas, cuya responsabilidad social debiera combinarse con el mero entretenimiento.

Porque «Una tierra sin tradición fuerte […] sufre la amenaza de un difumino fatal», y uno de los síntomas más preclaros es el déficit de autoestima colectiva que se manifiesta en las dudas sobre el español de Canarias, sobre su corrección, sobre el acento con el que hablamos, la sobreactuación con la que aspiramos las eses finales en los anuncios publicitarios sobre productos canarios, y en ese ‘vosotrismo’ que ha ido creciendo entre la gente del archipiélago y con el que de un plumazo nos cargamos cientos de años de una de nuestras singularidades dialectales. Cuando hace pocos años la cantante canaria Ana Guerra confesó en Operación Triunfo que «me parece tan feo mi acento. Me encantaría poder hablar castellano», no solo estaba mostrando ignorancia lingüística, sino el desapego que una parte cada vez más creciente de canarios siente hacia la forma en la que nos expresamos, la vergüenza –cuesta escribir esta palabra– y el rubor con el que deseamos disimularlo. Y cuando algún programa de éxito regional vehiculiza sus humoradas sobre el habla canaria, haciendo burla de nuestro léxico y nuestra forma de hablar, está sancionando el hecho de que todas las variedades dialectales, sin excepción, son correctas.

Uno de los poemas que muestro cada año a los estudiantes comienza con este verso que me sigue pareciendo hermoso: «Tu idioma es la casa de tu alma». Lo escribió Jorge Cocom Pech, un mexicano que escribe en lengua maya-yucateco y forma parte de una amplia galería de escritores que hoy reivindican sus lenguas originarias, históricamente marginadas con respecto al español. Generalmente, la clase concluye con un espontáneo debate sobre el español de Canarias y los motivos por los que fuimos perdiendo léxico distintivo (fechillo, balde, sopladera) en favor del peninsular (cerradura, cubo, globo) y, sobre todo, por qué de pronto decimos «vosotros» en lugar de «ustedes». Si fuera solo una cuestión de influencia de redes sociales y plataformas digitales que visionan varias horas al día ¿por qué no pierden también sus singularidades lingüísticas los argentinos o cubanos que viven aquí y usan la misma tecnología? La autopercepción y creencia de que hay un español más correcto que otros es difícil de erradicar, incluso entre estudiantes universitarios a los que se les explica, argumenta y enseña todo lo contrario. La autoestima, ya lo sabemos, es una cuestión subjetiva y personal, el efecto emocional que surge si aceptamos y nos gusta nuestro imagen y autoconcepto. De aquello que tomemos por modelo, de lo que acordemos como referentes, de los espejos en los que nos miramos, de la tradición que labramos y difundimos depende mucho la autoestima colectiva y su fortaleza. Y, desde luego, también el español de Canarias, «la casa de tu alma», mucho más que un simple sistema de signos con los que nos comunicamos cada día.

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