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Marina Casado

Un carrusel vacío

Marina Casado

Elvis Presley y Roy Orbison: cara y cruz de un género

Elvis Presley y Roy Orbison: cara y cruz de un género

Siempre son curiosos los biopics de leyendas musicales. Me gustaron en su día los de Edith Piaf y Johnny Cash, y en los últimos tiempos no me desagradó el de Elton John. Todos superaron, sin duda, la terrible película de Oliver Stone, The Doors: 135 minutos de largometraje que me dejaron igual que había llegado, pero más aburrida. La obra, muy pretenciosa, presenta a un Jim Morrison –interpretado por Val Kilmer– desagradable, agresivo y vulgar: un alcohólico que escupe frases literarias –extraídas por Stone de entrevistas y grabaciones reales del artista-, las cuales pierden su esencia por el contexto en el que son pronunciadas. El propio Ray Manzarek, teclista de la banda, afirmó que el personaje parecía “un psicópata fuera de control”.

Elvis Presley y Roy Orbison: cara y cruz de un género

Se ha estrenado hace poco Elvis, de Baz Luhrman, que analiza el vuelo y la caída de uno de los grandes mitos del rock: Elvis Presley, “el Rey”. Austin Butler, magníficamente caracterizado, da vida al cantante, pero la historia está narrada desde el punto de vista del enigmático y repulsivo “coronel Tom Parker” –que en realidad no tiene nada de coronel ni de Tom Parker–, el maquiavélico manager de Presley, interpretado por Tom Hanks. A pesar de la evidente idealización de la inocencia de Elvis y de la ambición y astucia del Coronel, la película me ha dado a conocer ciertos aspectos que ignoraba, como la propia existencia de Parker y su relación con la degradación de “su chico”, como lo llamaba, o el modo en que lo convirtió en una máquina de hacer dinero y de salvaguardar su propia estabilidad económica. Otro tema que desconocía era la profunda influencia de la música negra en la obra de Presley: en sus polémicos movimientos en el escenario, en los registros de su voz. Resulta que era un gran amigo de BB King, por ejemplo. El rythm & blues fue un componente fundamental en su carrera.

Yo sabía poco de él, aunque conozco de memoria sus canciones. Antes de escucharlo, decir “Elvis” era decir rock & roll, y eso fue en la infancia más remota. Después, de adolescente, me aficioné a un álbum suyo de grandes éxitos y discutía con mis padres acerca de cuál es la faceta más interesante del cantante: si la de canciones “moviditas” como “Blues Suede Shoes” o “Tutti Frutti” –aunque sean versiones de las originales de Carl Perkins y Little Richards–, o la de baladista, con “Are You Lonesome Tonight?” o “Can’t Help Falling In Love”. ¿El Elvis rebelde o el romántico? En aquellos tiempos, me decantaba por el primero, pero la madurez me ha hecho cambiar mi preferencia. También estaba su pasión por Hawái, que ni siquiera se menciona en la película. Las islas eran como su segunda casa.

Escribiendo sobre Elvis, se me viene inevitablemente a la cabeza otro solista de la época menos reconocido: Roy Orbison. Quizá porque sus baladas se asemejaban mucho en el tono y hasta en el contenido. Ambos se conocían y admiraban mutuamente y Presley llegó a confesar que la de Orbison era “la voz más dulce y melodiosa del mundo”. A casi todo el mundo le suena “Pretty Woman”, pero a no tantos el cantante que hay detrás, y es que el paso de los años no ha sido amable con Orbison y sufre en la actualidad una infravaloración que no deja de asombrarme. No murió tan joven como Elvis, pero el infarto que acabó con su vida a los 52 cortó una carrera que se encontraba en su mejor momento, porque una serie de desgracias personales –la muerte de su primera esposa y de dos hijos– contribuyó a alejarlo del éxito durante bastantes años. En el escenario, era la antítesis de Elvis: inmóvil, con un traje negro y unas Ray Ban oscuras que, al contrario de lo que muchos piensan, no se ponía por vanidad, sino que estaban graduadas y las necesitaba ante una fatídica combinación de hipermetropía, astigmatismo severo, anisometropía y estrabismo.

Algún melómano no estará de acuerdo, pero, en mi cabeza, Elvis y Orbison son algo así como la cara y la cruz de una misma moneda. El primero, llamativo como un pavo real y capaz de incendiar un escenario; considerado un icono del rock. El segundo, discreto y melancólico, injustamente olvidado con el paso de los años. Ambos coetáneos, poseedores de sendas voces que fueron un hito en la historia del género. Por cierto, se dice que, cuando trataba de abrirse paso en la industria musical, Roy Orbison escribió su tema “Only The Lonely” con la idea de presentárselo a Elvis y que este lo grabara. Elvis, que ya estaba triunfando, no apostó por la canción y Orbison la grabó él mismo. Se convirtió en su primer gran éxito, aunque estoy segura de que también lo hubiera sido con Presley. De distinta forma, ambos sufrieron los envites de la soledad.

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