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Desirée González Concepción

Alicia y el tiempo que no existe

Siempre me ha fascinado el cuento de Alicia en el país de las maravillas. Lo he releído varias veces y tras cada lectura encuentro un nuevo libro, un nuevo mensaje. Lewis Carrol en 1865 se aventura a escribir de forma magistral un libro aparentemente infantil con animales que hablan, una reina malvada, personajes de lo más disparatados y donde es capaz de describir hasta saltos cuánticos. Un cuento que censura de forma subliminar el rígido sistema de clases de la época victoriana, por tanto la represión y la jerarquía se hacen presentes a lo largo de toda la obra. Una obra traducida a 174 idiomas y de la que se han hecho eco el cine, el teatro, la pintura y hasta los videojuegos.

Alicia penetra en un mundo impredecible tras el Conejo Blanco, un conejo con chaleco y reloj de bolsillo que resultó ser el personaje más “sensato” del cuento. Alicia se muestra como una niña que cansada de la insulsa realidad se adentra en un mundo de sueños donde todo es posible. Curiosa, crítica y conciliadora, Alicia cuestiona las costumbres de una sociedad que ante sus ojos resulta de lo más anacrónica. Una niña capaz de crecer o decrecer según las necesidades del guion. Una niña, que no se ahoga en sus lágrimas, sino que son éstas la que impulsan a descubrir otra realidad, el país de las maravillas. Una Alicia que nos empuja a luchar por lo que queremos conseguir, introduciendo el concepto de resiliencia en pleno siglo XIX. Sin duda detrás de este aparente mundo absurdo y sin sentido, se esconden cientos de moralejas, que hacen que el cuento se consolide como una obra exquisita e imperecedera.

“A menudo he visto un gato sin sonrisa, pero una sonrisa sin un gato es la cosa más curiosa que he visto en toda mi vida”. Con esta frase Alicia describe al gato de Cheshire, el cual tiene la capacidad de aparecer y desaparecer, incluso dejando tan solo su sonrisa. Sin duda un gato surrealista y sabio a la vez, el cual recomendaba a Alicia que la importancia no estaba en el camino elegido, sino que más bien se hacía necesario no perder de vista los objetivos o las metas perseguidas. Por supuesto un mensaje actual que hoy podríamos escuchar en boca de los coaches más reconocidos.

Adoro la relación con el tiempo que permanece a lo largo de toda la obra, decenas de expresiones que podrían ser pronunciadas por cualquiera de nosotros. Ese entrañable “qué tarde voy a llegar” de la mano del Conejo Blanco, quizá sea nuestra filosofía de vida hoy en día. Corremos, saltamos de lo necesario a lo superfluo en segundos, en busca de no sabemos qué, con o sin chaleco, pero eso sí con el reloj marcando nuestra vida. Ya lo decía el sombrerero “si conocieras el tiempo como yo, no hablaríamos de emplearlo o perderlo”. Se trata simplemente de vivirlo, de entender que cada día, cada hora, cada minuto es una nueva oportunidad para crear nuestra realidad o vivir nuestros sueños. Entiendo que no somos lo que pensamos, somos lo que sentimos y lo que conseguimos ser. Sin embargo, resulta interesante no caer en la trampa de esos pensamientos que nos retornan al pasado, así lo expresaba Alicia: “sería inútil referirme a lo de ayer, porque yo entonces era una persona distinta”.

No quiero olvidarme del término “muticomplicación” que enunciaba con naturalidad la falsa tortuga. Quizá el Óscar al personaje menos complicado de la obra de Carrol recaería en la Reina de Corazones. Con su afición por el croquet y por cortar cabezas se presenta como la figura más temida del cuento. Paradójico hablar de un naipe de tal palo con un corazón de hielo. Me apropio el término y me atrevo a decir que nos “multicomplicamos” la vida decapitando a conocidos y desconocidos. ¿Cuántos juicios elaboramos a lo largo de un día? Juicios rápidos, sin escuchar, sin valorar argumentos. Condenamos a otros a perder nuestra amistad, nuestra relación familiar, de pareja…sin entender que cada jugador libra una batalla en lo más profundo de su ser. Sin entender que el pasado no existe y por tanto no tiene sentido vivir con rencor, que no somos jueces como para establecer continuos y gratuitos veredictos.

Liebre de marzo, una oruga azul, un niño cerdito alérgico a la pimienta…todos caben en el mundo inclusivo de Alicia, ¿y en el nuestro? Una oda a las diferencias, a romper barreras, a aprender de los otros con la sabiduría y la capacidad de asombro de una niña deliciosa. ¿Aceptar las diferencias no es acaso un acto de amor? Creo recordar que la duquesa hablaba del amor como motor del mundo, yo también lo pienso. Solo cuando el AMOR se convierta en protagonista de nuestra vida, nos introduciremos en nuestro particular país de las maravillas y entonces el tiempo dejará de existir para siempre.

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