La Provincia - Diario de Las Palmas

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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Canary Islands

Alonso Quesada, su cara huesuda y cetrina, debe despachar de urgencia con el míster. Ha muerto la reina y en la plaza británica es necesario disponer un protocolo de luto. Los barcos ya han empezado a dar bocinazos en homenaje a su Majestad. En los astilleros Blandy, al final de la calle Rosarito, cesa el ruido de los martillos y la chimenea deja de soltar humo. El poeta escribe las instrucciones con desgana, entre el rechazo y la admiración que siempre le produce estar bajo las órdenes de la libra esterlina. La colonia, atenta al imperio, se ha quedado petrificada, envuelta en su caparazón protector, en los ritos con los que trata de buscar sentido en su lejanía al hecho luctuoso. Triana bulle y el presidente Ángel Víctor Torres ha querido conocer de cerca el sentir de los británicos de la Isla: se ha desplazado hasta la Calle Mayor, a la sede de la banca, donde el señor Miller, el representante, lo ha recibido consternado, además de cursarle la invitación para asistir por la tarde a una ceremonia monárquica que se celebrará en el hotel Santa Catalina. Se prevé asistencia máxima, también de nativos simpatizantes, incluso de Alonso Quesada, que publicará una crónica agridulce en su periódico. Así es su estilo. Un miembro principal, un armador de La Luz, ha partido en uno de sus buques para asistir al acontecimiento. Se espera con ansiedad su retorno, motivo para un reencuentro (aunque los ingleses se ven todo los días en sus cenáculos) para recibir detalles de primera mano . En el Club Inglés se ha abierto un libro de condolencias para que cada uno exprese la tristeza que considere oportuna. En la Iglesia Anglicana, frente a su puerta maciza, hay un imponente Bentley negro aparcado con su chófer al volante, quizás un exportador que ha venido a conversar con el pastor de los preparativos del homenaje. Las oficinas portuarias, también los comercios, están atestadas de hombres de confianza de los británicos, apoderados que han visto rotas sus rutinas para verse inmersos en los encargos de sus jefes. Les ha entrado de pronto una fiebre tremenda por los telegramas a sus centrales en la City: puede que sea por una pena sincera, pero también hay mucho de querer hacerse notar. Cosas de las colonias. El campeonato de golf ha sido suspendido hasta una fecha indeterminada. Los impenitentes jugadores enjugan la carencia recostados con indolencia en los sillones del salón social, donde se oye igual que un zumbido la voz de la BBC dando cuenta de lo que ocurre en las calles de Londres. Hay división: unos toman alcohol y otros, aunque no es la hora, beben un té, la infusión que arregla la vida, al menos para un británico. El sol castiga la Isla sin miramientos. Hay gotas de sudor en las frentes. Pero ahora son los ojos claros los que están atrapados bajo una película de lágrimas que se resisten a salir. Es la hora del discurso. La emoción contenida lucha por abandonar la digna frialdad british, de manchar la pulcritud del momento solemne en Canary Islands.

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