La Provincia - Diario de Las Palmas

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Luis Regueira Benítez

6 de octubre de 1595. Drake y Hawkins amenazan Gran Canaria

Aunque ya están a punto de cumplirse 427 años desde la muerte de John Hawkins y Francis Drake, son necesarias muy pocas líneas para recordar quiénes fueron. Marinos, comerciantes, oficiales de la armada británica, mercaderes de esclavos, políticos, héroes o corsarios, su definición habrá de variar drásticamente según el ángulo desde el que los observemos. Ambos eran parientes, y de hecho los inicios de Drake en su carrera naval contaron con la protección de Hawkins, unos años mayor que él, quien lo llevó consigo en algunas expediciones esclavistas contra la costa occidental de África con patente de corso de Isabel I.

El último cuarto del siglo XVI tiene la marca de la rivalidad entre las naciones británica y española. España dominaba el comercio atlántico gracias al control de la mayor parte del Caribe y de América del Sur, un jugoso mercado que no estaba al alcance de los ingleses. Estos, por su parte, iniciaban su expansión con algunos asentamientos coloniales en Norteamérica y Terranova, pero estas colonias distaban mucho aún de ser rentables. La enemistad entre ambos países tenía al menos dos vertientes más: por un lado, la cuestión religiosa, pues el nacimiento del anglicanismo, aún reciente, suponía un factor de animadversión mutua difícil de superar mediante la mera diplomacia; y por otro lado la enemistad personal entre Isabel I y Felipe II, puesto que el rey de España había sido antes rey de Inglaterra (al menos de forma nominal) como esposo de la reina María Tudor, prima suya, medio hermana de Isabel y representante de los anhelos católicos al norte del canal. La posibilidad de que Isabel y Felipe llegaran a tener algunos escarceos amorosos mientras fueron cuñados, defendida por no pocos historiadores, añade un punto morboso a esta aversión impenitente.

En este contexto, aun antes de que la guerra anglo-española se declarase de manera formal en 1585, no era raro que se produjesen auténticos actos bélicos, protagonizados frecuentemente por corsarios al servicio de Inglaterra que atacaban los intereses hispanos siempre que les era posible. Hawkins y Drake participaron muy activamente en estos actos de corsarismo, organizando asaltos tanto contra barcos de la carrera de Indias como contra ciudades y plazas españolas en América. En Londres fue celebrado especialmente el gran hito que alcanzó Drake cuando logró atravesar el estrecho de Magallanes y adentrarse en el Pacífico, donde asestó durísimos golpes al desprevenido imperio español; en este viaje, además, el corsario logró alcanzar las costas de Norteamérica hasta latitudes nunca antes transitadas por europeos, y su regreso a través del Pacífico y el Índico le valió el título de primer inglés en circunnavegar la tierra, proeza cuyo único precedente era la expedición de Magallanes y Elcano.

De hecho, una de estas empresas corsarias de Francis Drake contribuyó a que España declarara la guerra a Inglaterra en 1585. El marino se encontraba preparando una armada, financiada por algunos particulares entre los que se encontraba la propia reina, para atacar las colonias del Caribe, pero el miedo a que un acuerdo diplomático diera al traste con la ofensiva hizo que Drake partiera antes de tiempo y sin previo aviso. La falta de suministros a bordo, provocada por la partida precipitada, obligó a las tropas a atacar en Bayona y Vigo, pero el intento fue infructuoso y no hizo más que precipitar la declaración de una guerra que habría de durar hasta 1604, cuando ya no vivían ni Isabel I ni Felipe II.

Fue en esta expedición contra el Caribe cuando por primera vez las islas Canarias se vieron amenazadas por Francis Drake, quien ya había pasado antes por el archipiélago en viajes de carácter comercial. En aquella ocasión, tras descartar un ataque a Las Palmas, emprendió un asalto contra la ciudad de Santa Cruz de La Palma. Se trata de un episodio largamente obviado por los historiadores británicos hasta tiempos muy recientes, pues el asalto supuso para Drake una derrota que puede ser calificada de humillante y que tuvo dramáticas consecuencias ulteriores. En efecto, la derrota en La Palma hizo necesaria una escala de avituallamiento en Cabo Verde antes de emprender la travesía del Atlántico, de manera que arrasaron la isla de Santiago y se llevaron un botín en el que se incluía una grave enfermedad contagiosa que los asaltantes contrajeron en el hospital de esclavos de Ribeira Grande. El final de la expedición se vendió en Inglaterra como un gran éxito por su valor propagandístico y por la sensación de peligro que creó entre los españoles, que descubrieron que algunas de sus principales plazas (especialmente Santo Domingo y Cartagena de Indias) eran vulnerables; pero lo cierto es que la empresa fue deficitaria en términos económicos y una escabechina en términos de vidas humanas, pues entre la enfermedad caboverdiana y los enfrentamientos armados quedaron en el camino más de 750 ingleses.

Diez años después, en 1595, Hawkins y Drake se encontraban en el declive de sus carreras; Drake incluso había dejado la navegación y se había volcado en la política. Atrás quedó la intervención de ambos en la defensa de Inglaterra frente a la Armada Invencible y atrás quedó el fracaso de la Contraarmada, pero la guerra seguía su curso. Fue entonces cuando fueron requeridos por la reina para comandar una nueva expedición contra el Caribe español. Una flota con seis galeones reales, otras veinte naves bien artilladas y un numeroso grupo de barcazas salió en septiembre desde Plymouth con una tripulación de 1.500 marinos y 3.000 soldados. Nunca antes se había mandado al Caribe una flota hostil tan nutrida, por lo que la empresa resultaba prometedora.

Sin embargo, la imprudencia de Drake de embarcar a más tropas de las declaradas hizo necesario improvisar algunos ataques que permitieran un buen avituallamiento antes de cruzar el Atlántico, lo cual motivó, contra la recomendación de Hawkins, que Drake decidiera atacar la ciudad de Las Palmas. La historia se repetía.

El 6 de octubre por la mañana fue avistada la flota acercándose a la ciudad, sin que se supiera aún quién la comandaba. El gobernador Alonso de Alvarado y su teniente Antonio Pamochamoso dirigieron la defensa con los escasos soldados de carrera y con las abnegadas milicias que iban llegando desde todos los puntos de la isla. Los preparativos se prolongaron varias horas y al mediodía comenzaron a acercarse las primeras lanchas de desembarco, comenzando una batalla que duraría aproximadamente una hora y media. Los milicianos, los soldados y la artillería instalada en las fortalezas y en la playa impidieron que los ingleses se acercaran demasiado, ayudados por un tiempo desapacible, con niebla, lluvia y mar revuelto, que luchó del lado de los isleños. Así, tras los infructuosos intentos de alcanzar tierra, la escuadra británica acabó abandonando el combate; las lanchas de desembarco regresaron a sus buques y la flota se alejó de la ciudad, dejando atrás al menos cuarenta muertos y llevando consigo un buen número de heridos. Poco más puede decirse de una escaramuza a la que tal vez le venga grande el calificativo de batalla.

Los días siguientes los ingleses siguieron merodeando por la isla en busca de algún lugar seguro donde hacer aguada, vigilados desde tierra por hombres a caballo. Así, cuando el 8 de octubre desembarcaron unos 500 británicos en Arguineguín, los canarios lograron interceptar una lancha, matar a nueve de sus tripulantes y apresar a tres. Fueron estos los que informaron de que la flota venía bajo el mando conjunto de Francis Drake y John Hawkins, los dos mayores y más temidos de cuantos enemigos pudiera imaginar una ciudad costera del imperio hispano. Fue la identidad de los corsarios, más que los acontecimientos del 6 de octubre, lo que dio a esta batalla el carácter épico que enseguida se le atribuyó y que ha quedado registrado como un hito fundamental en la historia de Canarias.

Esta derrota fue también el preludio de la muerte de Hawkins y Drake. El primero de ellos murió unos días más tarde, nada más llegar a las Antillas, y no queda claro si se lo llevó la disentería o el intercambio de proyectiles con el que intentaron infructuosamente tomar San Juan de Puerto Rico. El segundo continuó la expedición, a pesar de los destrozos sufridos por algunas naves, y no tardó en comprobar que ya todas las plazas españolas estaban prevenidas y se habían vuelto inexpugnables. Su última ruta por el Caribe y Centroamérica fue, por tanto, un periplo de fracaso en fracaso. Finalmente, anclado frente a Portobelo y aquejado también de disentería, Drake murió el 7 de febrero y fue arrojado al mar en un ataúd de plomo, donde aún ha de permanecer, podrido o momificado, amortajado con su armadura de gala. Sic magnis parva.

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