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En voz baja

Rubén Reja

Los fieles del ‘Río’

La prueba en aguas abiertas más esperada del calendario llega con más intensidad que nunca. La Travesía El Río devuelve por fin el éxtasis y la adrenalina perdidos después de una letanía demasiada larga por culpa de la maldita pandemia. El ansiado regreso de esta competición nos regala una bella instantánea que desborda pasión a golpe de brazada. Superar el tramo de agua de tres kilómetros que une Lanzarote-La Graciosa es un reto que no siempre está al alcance de todos. Ya lo advierte la organización en las bases: «La prueba tiene un nivel de dificultad alto», conocedora de los caprichos del Río, que en muchas ediciones ha mostrado su lado más salvaje.

La nadada entre Bajo Risco y Caleta de Cebo es más que una mera competición donde el crono es lo de menos. Lo que fraguó con mimo el Club Victoria en la década de los noventa, con solo 50 nadadores en aquel entonces (hoy ya es multitud) se ha convertido en la mejor promoción de la octava isla. Nadadores de todas partes agigantan cada año la leyenda de esta seductora travesía, que transita firme hacia su treinta aniversario. Desafío que no deja indiferente a nadie y que está marcada en rojo en la agenda de cientos de repetidores atraídos por la magia azul de este inquieto mar.

Tras la explosiva y emotiva salida, doblegar la fatídica boya siete, de las trece que fijan el recorrido, se convierte en el primer salvoconducto para poder finalizar la singladura. Nadada cautivadora que embelesa, para siempre, a todos aquellos que se atreven a surcar la corriente y enfilar El Río.

Al otro lado, dormita paciente la playa de Caleta de Cebo, puerta de entrada para abrazar la gloria, donde espera el cálido clamor del pueblo graciosero. Sus incombustibles aplausos abrigan a los participantes en una foto para la memoria. Estallido de júbilo, que solo ceja al asomar el gorro del último nadador. Éste es, sin lugar a dudas, el punto álgido de la competición, junto a la masiva salida, y la mejor de las recompensas para los titanes de esta hipnótica prueba. Lástima que la meta ya no sea la rampa de piedra del puerto, que tenía un sabor único, pero los pingües intereses de las navieras se imponen a la tradición.

Todos los amantes de las aguas abiertas deberían medirse en alguna ocasión a esta travesía y sentir su hechizo. Pongamos el contador a cero porque hoy comienza de nuevo la cuenta atrás para que, dentro de un año, volvamos los más fieles al Río y rindamos el tributo más sentido a una nadada única.

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