Alfonso Guerra seguirá siendo siempre un personaje polémico. «Singular», sentenció ayer Felipe González. Partiendo de una evidente complejidad de su figura, resulta imprescindible en la historia reciente de España. Y si hay que tener conocimiento del pasado para construir el futuro, hay que conocer a Alfonso Guerra González. Su ausencia en la celebración del 40 aniversario del triunfo socialista en octubre de 1982 forma parte de un capítulo más de la larga historia de desencuentros en el seno del Partido Socialista Obrero Español.

Emiliano García-Page, en una declaración aireada en los telediarios de RTVE, sintetizaba así estos tiempos del partido del puño y la rosa: «Hemos conseguido la unidad. Solo decide uno». El presidente de Castilla-La Mancha apuntaba a Pedro Sánchez y a un liderazgo discutido y discutible, parafraseando a José Luis Rodríguez Zapatero.

 La dualidad del alma socialista viene de lejos. El desgaste de la organización y de algunos símbolos ha sido tal, en estos años del zapaterismo al sanchismo, que, digámoslo con generosidad, se ha tenido que recuperar a la madre de Pablo Iglesias para diferenciar al fundador del PSOE del ex líder de Podemos.

El alcalde Augusto Hidalgo presentó el pasado martes 18 a Alfonso Guerra en el edificio Miller, con un repaso al socialismo patrio y citó a Pablo Iglesias Posse, con dos apellidos y poniendo énfasis en el segundo. Con una vida de servicios preclaros al socialismo; Guerra, en cambio, ya es historia de España con un solo patronímico. Su talento, su cultura y su eficiencia como organizador, merecen una digna reparación y el sincero reconocimiento de sus compañeros en este 40 aniversario del abrumador triunfo de octubre de 1982. «Quien no sabe de donde viene, tampoco sabe a donde va», se escuchó ayer a Felipe González.

«Quien no sabe de donde viene, tampoco sabe a donde va», se escuchó ayer a Felipe González.

En su reciente visita a Las Palmas de Gran Canaria Alfonso Guerra también recomendó pedagogía política e histórica para analizar con precisión los tiempos presentes. Ya conocía su aislamiento frente a Sánchez y González, y así deslizó, a sus más cercanos, que no había sido invitado a las celebraciones sevillanas, olvido imperdonable e incalificable que los organizadores del gran mitin trataron de rectificar sin mucho éxito, como se ha comprobado.

 En su repaso a la transición, para lo que había sido invitado por el ayuntamiento capitalino, sin citarlo, Guerra recordó palabras de Francisco Largo Caballero de 1946 cuando rectificaba su proclama de «!República , república, república!», para pedir en tiempos ya de Franco «!libertad, libertad, libertad!». En los días crueles de la Guerra Civil, echaron del poder a Largo Caballero unos socialista aliados con comunistas y la conducta de algunos compañeros resultó «imperdonable y vino a probar que no hay descortesía, abuso de poder, desconfianza, falta de respeto, hasta infamia que un socialista por eminente que fuera no podría temer de otro socialista», en la descripción de Salvador de Madariaga. Se repiten comportamientos en tiempos menos convulsos.

El rencor y la venganza son asesores estériles en la acción política. Se entiende la sorpresa y malestar de tantos militantes al contemplar el espectáculo sevillano. «Asombrados unos e indignados otros, ante la mezquindad del secretario general del PSOE», como ya dejó escrito Luis María Anson hace cinco años cuando Sánchez prescindió de Alfonso Guerra.