La Provincia - Diario de Las Palmas

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Marrero Henríquez

Escritos antibélicos

José Manuel Marrero Henríquez

La isla macarronésica

Operarios en las obras de una carretera de Canarias. Juan Castro

Parece que no, pero sí. Parece que la belleza de la naturaleza no podrá sucumbir nunca a la fealdad urbanística que poco a poco va mermando su vitalidad, pero sí, en verdad la belleza corre el peligro cierto de morir. Todo ocurre despacio, y como la vida de las personas es muy breve da la impresión de que los procesos de urbanización no suceden; no hay de qué preocuparse y nada grave pasa.

Nopólemo está pensando en La Palma, y ya se sabe, La Palma es la isla bonita, la isla «todavía» bonita, reflexiona Nopólemo. En verdad hay en La Palma hermosísimos y extensos espacios liberados de la intervención humana, pero hay también lugares en los que la urbanización en ciernes muestra indicios del desorden y el desconcierto que vendrá: casas garajeras surgen fuera de lugar e insultan al entorno natural que a duras penas sobrevive brotando de verde por aquí y por allá, hileras de adosados se ven como pegotes sobre una ladera, dimensiones capitalinas para espacios rurales. Se echan en falta inspiración en la arquitectura tradicional, menos altura, una escala disminuida, un espacio obligado para las plantas, unas tejas y una paleta de colores controlada.

La Palma corre el riesgo de repetir los desastres de Gran Canaria y de Tenerife, que han sepultado con la laboriosidad de las hormigas gran parte de su natural personalidad bajo un losa de cemento y con una estética tan horrorosa que parece haber sido planificada aposta, como si de un acto de venganza se tratara: el otrora humboldtiano y exuberante valle de la Orotava ha sido devastado sin escrúpulos y su belleza original ha dado paso al imperio del feísmo; el barranco de Mogán ya no existe, pues sus lomas no son otra cosa que el cimiento de hoteles y apartamentos que dan a una playa que tampoco existe porque se ha transformado en una suerte de diminuta piscina natural cuyos metros cuadrados se exprimen al máximo para al fin dar un servicio pobre a la desmedida cantidad de turistas que se avalanchan sobre su triste arena.

Piensa Nopólemo de esta manera porque ha visto con preocupación cómo casas cuadradas, sin gracia ninguna y sobredimensionadas, cómo adosados y otras incipientes urbanizaciones-molde proliferan sin nada que aportar al lugar y sin el más mínimo respeto por el paisaje palmero. Es ése el urbanismo de siempre, la mala hierba que sin dificultad ninguna puede encontrarse en el campo grancanario hasta en los rincones más recónditos, la misma mala hierba que insulta a la vista y ocupa sin vergüenza ninguna el recorrido por la autopista del norte, la que va desde La Laguna a la Orotava, y hasta Icod y Garachico y más allá.

Si a alguien se le taparan los ojos y se le soltara de repente en la calle principal de San Mateo, o de La Orotava, ¿no podría pensar, y con mucha razón, al abrir de repente los ojos, que está en una urbe, en una calle capitalina cualquiera, en Guanarteme, por ejemplo, en Las Palmas de Gran Canaria, o en un barrio de Santa Cruz de Tenerife? En esos pueblos la diferencia de la urbanización del pequeño enclave rural y de la gran ciudad se ha borrado, de la misma manera que se ha borrado la dimensión insular de las carreteras para construir autopistas de proporciones continentales que al fin acabarán colapsadas.

En La Palma la cosa todavía tiene remedio, eso piensa Nopólemo cuando para a estirar las piernas en Garafía, pero ese todavía es un todavía muy todavía, muy precario, muy débil. Inmensos cubículos pintados de azul al lado de pintorescas casas canarias, viviendas de un intenso verde botella que no pegan ni con cola, la teja perdiendo su sentido, urbanizaciones modulares, resorts y demás ralea van transformando el cautivador paisaje macaronésico palmero en un paisaje cada vez menos macaronésico y cada vez más macarrónico, en un paisaje a medio camino entre el paraíso y el infierno, un paisaje macarronésico. Y por ahí también andan Fuerteventura y Lanzarote, en sus cosas...

El asfalto hasta la puerta de tu casa y hasta la cocina. Y si llega al dormitorio, mejor, allí disfrutarás de una pesadilla macarronésica, con el humo y el ruido del tráfico acompañando tus dulces sueños.

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