Las crónicas de don Florentino

Nuevos estilos

Emmanuel Macron y Pedro Sánchez.

Emmanuel Macron y Pedro Sánchez.

Juan Carlos Padilla Estrada

Luis Enrique, el seleccionador nacional de fútbol, ha construido un equipo a su manera. Se trata de un proyecto en el que solo tienen cabida sus fanáticos seguidores, que desprecia a los que no piensan como él, extremadamente arrogante, impregnado, de superioridad moral y, por la incontestable evidencia, poco eficiente. Pocas veces es tan aplicable el concepto de «conmigo o contra mí».

El convertido en locuaz comunicador no tiene empacho en transmitir a quien le quiero oír sus postulados y rezuma satisfacción, cuando admite que él actúa aún a despecho del sentir mayoritario o del propio sentido común. No nos extenderemos en cuestiones futbolísticas, pero en la mente de cualquier aficionado no fanático están decisiones que se apartan de la lógica, únicamente explicables por capricho o afinidades personales.

Resulta sorprendente el parecido con la actuación de otro líder de nuestro país, en este caso, el presidente del gobierno, don Pedro Sánchez. Éste también ha levantado un edificio en el que el cemento son los vínculos personales, en el que se desprecia la preparación y la actitud y al que mantiene erguido contra viento y marea, más cuanto arrecia la marejada de la crítica y la contestación, ya sea interna o externa. En este caso se añade otro factor cultivado por el presidente del gobierno: el uso de la mentira como herramienta política.

En ambas casos se detecta un populismo, revestido de progresismo, feminismo e igualitarismo ─en el caso del gobierno─, que consiste básicamente en dividir: a los votantes o a los aficionados al fútbol. Separar la sociedad entre amigos o enemigos, utilizar argumentos demagógicos para contentar a los afines y desprestigiar a los que no piensan como nosotros.

Ambos contienen en su germen un complejo entramado psicológico en el que destacan unos ciertos complejos: frente a sus antecesores y ante sus contrincantes: ambos quieren pasar a la historia como reformadores, de algo que ha funcionado a satisfacción en el pasado: España fue campeona del mundo con Vicente del Bosque con un estilo completamente contrario al de Luis Enrique: sosegado, dialogante, conciliador.

España tránsito del franquismo a la democracia de la mano de Adolfo Suárez y el rey Juan Carlos con mano izquierda, negociaciones, consensos y renuncias por ambos lados, con un resultado exitoso que ha proporcionado a España las décadas más prósperas de su historia, en términos económicos y sociales.

Es cierto que ni el fútbol ni la política son lo que eran antes. Que los tiempos, las tácticas y las sociedades cambian, no siempre para bien. Que otras medidas son necesarias para alcanzar la excelencia en el juego y la eficacia en la gestión. Pero precisamente por eso necesitamos dirigentes flexibles, no dogmáticos, integradores, no anclados en el pasado, capaces de evolucionar con los tiempos, reconocer el legado de sus antecesores, tolerar la crítica, asumir su responsabilidad, sin hacer de la victimización un modo de vida, reconocer errores sin usar aquello tan español de sostenella y no enmedalla, que parece la motivación principal de nuestros dirigentes.

Pero el tiempo es el juez insobornable que otorga y quita razones.

En el primer ámbito ya conocemos el resultado: Un auténtico bochorno. Pero tras la debacle deportiva, nuestro héroe ha reflexionado en voz alta: “Estoy muy orgulloso de nuestra actuación. El fútbol, a veces, es injusto”. O en otras palabras: Mi grupo lo ha hecho todo bien, pero el cruel mundo se confabula contra nosotros, que representamos la verdad y la razón.

En el segundo tardaremos algo más, pero los españoles no podemos resignarnos a que nos dirijan figuras de la escasa talla moral que están actualmente ocupando el palacio de la Moncloa y las sedes de los ministerios. Y eso está en nuestras manos.

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