La plaza y el palacio

Isabel, Pelé, Benedicto

Death of Brazilian soccer legend Pele in Santos

Death of Brazilian soccer legend Pele in Santos / AMANDA PEROBELLI

Manuel Alcaraz Ramos

Al parecer, en los hondos designios de cualquier Providencia hay preocupación porque la gente, esto es, nosotros, no nos morimos bien. También a esta vertiente oscura de la vida ha llegado una suerte de hiperconsumismo inconveniente. Los riesgos del mundo, los zarpazos del demonio y los abusos de la carne ultraprocesada, sumados a pandemias y guerras, permiten que la muerte en masa esté asegurada. Pero el precio pagado es el del anonimato. La muerte anónima que, en realidad, casi no existe, pues antes o después un deudo llorará, un amante suspirará en el silencio, un amigo tiritará de recuerdo. Pero en el inmenso enjambre de la época se pierden estos nombres. En realidad siempre ha sido así, pero lo nuevo es que cuando acontece en una sociedad vocada a que la fama mida la validez de la vida vivida, lo anónimo se vuelve más insoportable: purgatorio en vida. Por eso, los insondables designios de vaya usted a saber qué arcano, dictan que, de vez en cuando, sobresalgan nombres, brillen agonías, se agoten los años de algunos elegidos, para que no nos olvidemos del todo de los silenciosos ni, ya puestos, de nosotros mismos. Las buenas exequias también marcan tendencia.

Como usted comprenderá, para escribir el anterior párrafo, repleto de más voluntad que sustancia, es preciso que concurran algunas circunstancias. Así: apreciar los efectos de una resaca persistente de fiestas navideñas, haber rescatado de mi biblioteca varios libros de Ratzinger, haber examinado algunas notas sobre la tradición del árbol navideño así como algunas circunstancias sobre el deceso de Pelé y su anciana madre, y estar escuchando el Réquiem de Palestrina, que, al parecer, era la obra favorita para estos casos del Papa Exemérito. De la Reina Británica ya bebí bastante sepelio -¡qué bellas y dramáticas jornadas, que quizás hayan abandonado mi corazón pero nunca mis ojos!-.

Estos, en fin, son los muertos del año y no piense nadie que ironizaré sobre su tránsito. Aunque cada uno tiene manchas más que apreciables en su dilatado currículum, me parece que eso que tantas veces decimos de que una vez muerto todo el mundo habla bien del caído, lejos de ser prueba de hipocresía lo es de civilización, que no otra cosa es que una serie de dispositivos para hacer tolerable la idea del fin, del límite. Por eso tienen mi más completo deseo de que descansen en paz. Aunque confieso que no sé qué puede significar eso y sólo se me ocurre que haya alguien que tenga dudas sobre la limpieza del alma del cadáver y que aún le espera un castigo. Yo, hombre sin fe, no espero de la maldad del Dios esas cosas.

Y el caso es que si una era Guardiana de la Iglesia Anglicana –disculpémosles su herejía que, total, a nadie importa-, otro alcanzó el más alto cargo en el funcionariado vaticano y si luego se arrepintió no puede negarse la felicidad que le embargó cuando fue nominado y elegido, ese brillo delator en sus ojos; si de ello debió confesarse pues no sé qué decir. Pero es que hasta el futbolista resulto ser de Santos que es algo así como estar felizmente condenado desde niño. Todo esto es muy raro, ya lo sé. Pero es que los caminos de la Fama son inescrutables y allá anda componiéndoselas para marcar diferencias apreciables en las redes… y una de las mayores consiste en subrayar similitudes y parentescos donde no deberían existir.

A partir de ahí podemos comprender mejor lo bien que se han muerto, el sentido de la oportunidad en quienes fueron seres longevos, con vidas tan intensas como cargadas de sentido. Una cayó con libertad recobrada, con un Brexit que hace estragos y un Partido Conservador hecho unos zorros a base de líderes inasequibles al ridículo. Otro, con el Mundial acabado, inmolándose para consuelo de las huestes deportivas tristísimas tras un mal resultado. El Emérito papal, ya en el tiempo de descuento, en Navidad –su primer lugar de reposo fue a los pies de un árbol con sus bolitas y eso, que no sé yo si era necesario- y con un Papa oficial achacoso que saca de quicio a unas cuantas turbas de gentes de orden cada vez que ven sus zapatos. La muerte-Fama necesariamente se convierte en símbolo de algo. Dispone de una gramática indestructible frente a la aritmética de las estadísticas hospitalarias o guerreras.

Decidir qué entierro fue mejor, cuál arrambló con más likes, es vana pretensión. Para mí lo más chocante, real y metafóricamente, fue la caída libre de un soldado británico aquejado de un desmayo extemporáneo. Al final, la sencillez de los guardias suizos en sus relevos me gusta más que la exageración de tipos con faldas y gaítas o marineros afectados. Y una afición unánimemente vestida de amarillo me daba un poco de grima. Como los hay de lo que no hay, andan algunos contando quién congregó a más peña. No caeré yo en esta añagaza maligna. No obstante permítaseme que diga que la de Benedicto me ha parecido un poco floja. Para mí que ni la oficialidad reinante ha tenido demasiado interés en avivar la cosa, ni a las autoridades del mundo les venía bien desplazarse en estos días. El pueblo católico, en fin, desmaya algo si no puede acudir a vociferar tras ver la fumata blanca. O, ¿quién sabe?, quizá haya secta que, pese a ver en este Papa el último defensor de sus esencias, no perdone lo del árbol navideño y, en fin, con Dante, que era un pandorgo de mucho cuidado, sigan opinando que los Papas que dimiten van al Averno pues hacen eso que el poeta dijo del Papa Celestino: el gran rifiuto, el gran rechazo, que se condena en el Canto III, Infierno, de la Divina Comedia; pese a los matices de Kavafis o Unamuno y de algún autor que ha preferido ver en el comentario al pobre Poncio Pilato. En fin, como diría mi cuñada: cosas de desoficiados.

Así, que si usted es creyente de los de antes, dedíqueles una plegaria. Si no lo es, admita una breve conmoción en su espíritu. La Fama le ha rozado con este vuelo de duelo y este tañer de campanas lejanas. Necesitamos la Fama, hasta cuando baila con la Muerte, porque si no se nos desajustan las sintonías. Pero la historia se hace en las ucis y las trincheras. Y aunque Fama ya perdió y no tuvo cuerpo de guardia glorioso ni emplumados piquetes ni sudorosos deportistas que le hicieron compañía, miremos de no olvidar que este año también murió Gorbachov.

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