A la intemperie

Dentro y fuera

Juan José Millás

Juan José Millás

Hay gente que, incapaz de encerrarse en sí misma, se encierra en el lavabo o logra que la metan en la cárcel. No sabemos qué clase de encierro es el mejor, lo cierto es que hay épocas de la vida en las que conviene efectuar un repliegue para tomar fuerzas. El peligro de estos alejamientos tácticos de la realidad es el de no volver. La realidad se está volviendo intransitable, de ahí también el éxito del mindfulness, que consiste en fugarse de ella concentrándose en el instante presente, aunque procurando no opinar nada sobre él. Observarlo, en fin, con la imparcialidad con la que la araña nos vigila desde su rincón del techo. No me hagan mucho caso porque yo, de estas cuestiones orientales, hablo siempre de oídas. No me decido a matricularme en un curso, aunque practico una meditación de andar por casa aprendida de lo que me cuenta mi fisio y de lo que leo aquí o allá.

Así que cuando la realidad me tiene completamente asediado, me siento en un sillón de orejas, cierro los ojos, relajo las extremidades y focalizo todo mi ser en la respiración. Una vez harto de analizar imaginariamente las cantidades de aire que entran y salen de los pulmones, me dedico a vigilar todos y cada uno de mis movimientos mentales, la mayoría de ellos completamente absurdos. Lo mismo pasa por mi cabeza un tanque que un pastel. ¿Por qué ahora un tanque y luego un pastel? He ahí la cuestión. Mientras le doy vueltas al asunto, mantengo a la realidad a distancia, descanso de ella, en fin, me repongo de sus acometidas.

No es raro que fracase en el relajamiento, en la meditación, en la postura del loto, en el mindfulness... Entonces me encierro en el cuarto de baño, donde, al rato de observar con atención los cepillos de dientes, me acomete una suerte de extrañeza que me ayuda a recluirme en mí mismo. Enseguida, puedo abandonar la estancia completamente clausurado, hermético. Me gusta mucho, no obstante, ese aforismo de Mary Oliver según el cual «lo que el ser humano construye en nombre de la seguridad está hecho de paja». A los dos segundos de pronunciarlo en voz alta, las cosas se relativizan de tal modo que igual me da estar dentro de mí que fuera de la cárcel.

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