La curiosa impertinente
Violencia populista
Vivimos en un mundo violento y enero acaba violento. Semana violenta a sangre, fuego y verbo. Violencia física que culmina en la muerte del inocente a causa del terrorismo islámico y violencia verbal que empieza en la universidad al grito de ¡asesina! a una presidenta a la que boicotean con un odio digno de mejor causa, si el odio puede tenerla, estudiantes anclados en el fanatismo y en el cerebro hueco de quien ni quiere ni sabe salir de su submundo de verdades inamovibles en los que el único criterio lo marcan los límites de su ignorancia. Fanatismo aplaudido por políticos mediocres o sectarios como ese candidato del PSOE que llama provocadora a Ayuso por atreverse a recibir su premio o esas otras representantes del pueblo, agradeciendo a la vociferante alumna Elisa sus gritos, sus desplantes, su discurso infantil y su malísima educación.
De todos modos, la alumna ilustre demostró que aprende bien y quiénes son sus modelos, pues no se salió de lo que marca el manual del buen populista de Trump a Maduro y de López Obrador a Bolsonaro. Su saña y sus modales eran tan espeluznantes que harían bueno al propio Berlusconi. Pues esa es otra de las señas de identidad de los populistas de la tierra toda, en la que se refocilan a placer los patrios. Es el modo de insultar a quien no piensa como una lo que más caracteriza, por ejemplo, a la ministra Belarra, que cuando no está llamando despiadado a un empresario llama miserable a un político de derechas. Es ese dedo señalador al que solo falta el ¡que le corten la cabeza! de la reina de corazones de Alicia en el país de las maravillas, de Irene Montero, cuando grita, nimbada de la gracia divina feminista entre las feministas ¡panda de fascistas! a los que hay que exterminar con el fuego abrasador de la justicia del pueblo.
Una no puede más de tanta violencia y se pregunta por qué ministras y alumnas chillonas y maleducadas no eligen la silenciosa y relajante calceta como desahogo o terapia para sus desesperadas frustraciones. Y harta de ellas lo escribe, a riesgo de que la llamen machista. O algo peor.
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