In Memoriam

Martín Rivero, un periodista, un agitador, una orquesta

Martín Rivero, un periodista, un agitador, una orquesta

Martín Rivero, un periodista, un agitador, una orquesta

Juan Cruz Ruiz

Juan Cruz Ruiz

Cuando era un chiquillo que apenas amanecía al oficio de vivir, Martín Rivero ganó un concurso nacional y El Día me mandó a entrevistarlo. Era ya quien sería inmediatamente después: ágil, rápido, un ser humano que iba por delante de su entusiasmo para contagiar a todo el mundo, y también a su padre, de la prisa que tanto él como su hermano Carmelo tenían para llegar a tiempo a ser los primeros.

Los dos se hicieron periodistas en seguida, aun antes de que este oficio se llamara una carrera y, en efecto, tuvieron en su padre, un jubilado prematuro, un cómplice para romper la distancia que había, que hay, entre Tenerife y Madrid para llegar con sus crónicas a El País, el diario del que en los albores de sus carreras juntos fueron corresponsales. Entonces se llamaron al unísono, Carmelo Martín, y en la redacción del diario madrileño muchos creyeron que era tan solo uno, cuando eran dos, como gemelos que se llevaban, en realidad, un año de vida.

Ese periodo de sus vidas tuvo continuidad en la radio (en Radio Club) y en la prensa (El Día, La Tarde, Diario de Avisos), hasta que los azares saludables de la posdictadura los llevó a participar en la creación de un diario, La Gaceta de Canarias, donde juntos hicieron de una idea la consecuencia de un entusiasmo: el entusiasmo de creer que en la isla, en las islas, cabía otro periódico y que éste podía ser un elemento de revolución democrática en un oficio, el periodismo, para el que los dos estaban dotadísimos.

La historia los puso contra la pared, pues no es tan fácil hacer periódicos y no es tan fácil, además, nuestra sociedad para asimilar nuevos medios. Esa bajada del caballo del experimento no los alejó del oficio común, así que siguieron haciendo reportajes en forma de libros, y de ese modo tuvieron la oportunidad de entrevistar, para libros sucesivos, a maestros como Iñaki Gabilondo o Jorge Valdano (también se fijaron en Los Sabandeños como materia de la historia), a los que les preguntaban como si estuvieran prolongando la escuela y, en estos casos, como si ellos mismos fueran los aprendices, cuando la verdad es que tenían ya experiencia para dar lecciones.

Esa carrera al unísono que, en un tiempo, como dije antes, tuvo la extraordinaria complicidad de su padre, culminó, en el plano de los agasajos, cuando obtuvieron juntos, en 2004, el premio Canarias de Comunicación. En una sociedad como la nuestra ese tipo de galardones siempre ha generado envidias y puñaladas, pero en este caso, en el caso de los Carmelo Martín de la leyenda, la sociedad que nos ampara, la sociedad del periodismo, recibió la noticia con unánime alegría.

Los dos hermanos, Martín era el mayor, Carmelo es el más joven, y siempre pareció que era al revés, acapararon desde que eran muchachos esa rara unanimidad. La razón era el desmedido trabajo, el medidísimo grado de ego, que los hizo desde muchachos los grandes profesionales que ya habían demostrado que eran. Ser premios Canarias era una consecuencia natural del talento y de la alegría de compartirlo.

Llegó el tiempo en que uno y otro partirían camino, como se decía en los juegos infantiles canarios cuando los chicos nos separábamos, y a Carmelo le correspondió seguir en el oficio hasta el fondo, y Martín se convirtió en una especie de hombre para todo, para la música, para la cultura literaria, para todo lo que tuviera que ver con los oficios creativos que ya había tratado en la época en que ambos hermanos trabajaron en la muy fecunda etapa cultural de Caja Canarias.

En este nuevo invento de su vida aquel muchacho que ganó un premio nacional por su memoria y por su actitud se empeñó en hacer de las islas, de todas las islas, escenario de grandes músicos o creadores, desde Mario Benedetti, Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes, que tuvieran algo que decir entre nosotros.

Hizo Martín más universal el archipiélago, con su compañero Leopoldo Mansito puso en marcha el festival Son Latinos o el SOS Atlántico (con su compañero Santiago Gutiérrez) que por unas u otras vías están presentes como realidad o como aspiración en el archipiélago, abrió los brazos a iniciativas que lo tuvieron despierto (en todos los sentidos) noches y noches, con un equipo del que es puntal principal, omnipresente, su mujer Cuchi, y nos dio oportunidad a todos los perezosos insulares («él no va a ser capaz, eso es imposible») de descubrir en su modo de hacer cultura que para Martín los imposibles no existían.

He escrito ya aquí más de 700 palabras y aun no he podido decir (porque esto tarda en decirse, va por dentro), que ya no tenemos a Martín entre nosotros. Hace una semana llamé a su hermano Carmelo para hacerle una consulta de viejos trabajos que tuvimos juntos, y este hombre veloz como su hermano me contó que éste, que Martín, estaba ingresado en la Jiménez Díaz de Madrid, que había tenido un bajón que resultó ser consecuencia de una grave leucemia, que los médicos le habían diagnosticado de urgencia y que la palabra grave no era un diagnóstico sino una premonición de la que no quisimos hablar.

Fui a verlos a todos, con Cuchi y con Carmelo estaban los hijos entusiastas de Martín, sus alegres hijos asustados, y todos vivimos esos momentos como si estuviera sobre nosotros una pesadilla de la que despertaríamos sabiendo que era mentira lo que parecía aproximarse. Era verdad, era más que una verdad cruel, y fatalmente la realidad se hizo este martes por la noche la noticia que tuvimos que darnos como si nos pellizcáramos el alma: ya no está Martín entre nosotros. «Acaba de fallecer». 22.18 hora de Madrid. Mensaje de Carmelo, la otra parte de Carmelo Martín.

En las épocas en que la vida nos fue enviado crónicas de la realidad, Carmelo tuvo siempre la intuición de que algo pasaba en mi casa, y acudía justo cuando era imprescindible la mano de un amigo para guiar la tristeza y hacerla más llevadera. Ahora he visto, en este episodio terrible de la muerte de su hermano, la otra parte de esa historia, pues por los azares de la vida a mi me han tenido ahora como el que acudía a decir ánimo cuando ya la noticia no derramaba sino dolor.

En esos momentos recordé a estos dos muchachos del periodismo canario de otros tiempos enviando a su padre con las fotos y las crónicas que hacían para El País como si estuvieran lanzando una noticia en una botella, con la ilusión de descubrir el oficio. ¿Y por qué mandaban al padre? Carmelo me lo volvió a explicar estos días de amarga espera. El padre era un jubilado que no pagaba (o pagaba poco) en los aviones; el periódico les requería urgencia, y si los materiales de las crónicas llegaban a Madrid antes de que se los pidieran ellos firmarían al día siguiente como si ya hubieran descubierto la velocidad de la internet. El padre era la internet de los Carmelo, que es como terminaron llamando en la Redacción a este dúo dinámico del periodismo de Canarias.

Hicieron historia juntos, del periodismo y de la vida, y el que se va, Martín, ganó, entre los numerosos premios que merecieron, el premio mayor: el que se debe a quien, sin desmayo, creyó que Canarias era una orquesta que necesita músicos como él, generosos y cultivados, abiertos al aire del mundo, ajenos al decaimiento o al pesimismo. Esa herencia deja a quienes lo amaron y lo alentaron a hacer de la palabra imposible un accidente del diccionario. Hasta el padre fue parte de este baile infinito que fue para Carmelo Martín, para Carmelo y para Martín, el ejercicio del periodismo, y de la vida.

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