Observatorio

Vida en un búnker climático

Vida en un búnker climático

Vida en un búnker climático

Carol Álvarez

Veo ventiladores, obsesionada con ellos. Enfrascada en una historia en una película, esta vez es The Dry, la adaptación al cine del superventas de la australiana Jane Harper, me quedo atrapada en las aspas que giran en el ventilador de pie de la habitación de hotel del protagonista. La cinta explica la investigación de las muertes violentas de una familia que habría sucumbido a la desesperación por la crisis de la sequía. Es un thriller, pero el ventilador roba todas las escenas donde aparece, nuevo objeto de deseo y obsesión, así de insoportable es el calor que ya nos sofoca.   

No es de cine sino realidad que la vida climatizada ya se ha ganado un lugar en los derechos civiles: la lucha contra la pobreza energética desborda la barrera de los inviernos de frío, porque hay más meses de ola de calor, y si hemos de seguir defendiendo el derecho a una vivienda digna, los legisladores nunca imaginaron que los refugios climáticos, esos búnkeres de aire acondicionado urbanos, superarían en número a los lugares sombreados y frescos de las ciudades.

La ciudad como isla de calor ya tiene estudios científicos y testimonios de sus efectos y consecuencias, estadísticas de mortalidad en olas de temperaturas tórridas y noches tropicales. El aire acondicionado que te permite la vida interior hace un infierno el exterior: sube la temperatura ambiente y contamina, acelerando la crisis climática. Pero aquello de salir a la calle a tomar el fresco no es real con la aplastante humedad y el calor extra que despide el cemento de las calles, los edificios, los coches. Y vuelves al interior, cada vez más acondicionado, una cámara acorazada que aumenta la brecha térmica ambiental. La conciencia ambiental decae ante la tesitura: podemos reciclar mejor los plásticos, reducir el consumo de agua, pero renunciar al aire acondicionado... es una línea roja mental.

Un 37 % de las muertes en todo el mundo relacionadas con el calor se deben al cambio climático inducido por el hombre, un 30% en España, y son las ciudades de Madrid y Barcelona donde más se acusa esta causalidad, ha determinado la red colaborativa de investigadores de salud, clima y contaminación ambiental MCC. El Instituto de Salud Global de Barcelona ha ido más allá y esta semana presentaba otro estudio sobre ciudades que concluye que las emisiones de las viviendas, las partículas finas PM2,5 son las más perjudiciales para contaminar el aire. Si a eso le sumamos el efecto del uso de los aires acondicionados, con sus emisiones de dióxido de carbono que aún aceleran más el calentamiento global, nos vamos consumiendo en un círculo vicioso.

Aún guardo en la memoria los primeros consejos de Salud Pública ante las olas de calor de final del siglo pasado. «Refugiaos en los centros comerciales y zonas de congelados de los supermercados, id al cine».

La era de la vida climatizada de interior ha llegado para quedarse, y depende de nosotros reducir al máximo la huella de contaminación que eso implica, si queremos no solo sobrevivir, sino hacerlo con un medio ambiente habitable. O veremos a las futuras generaciones salir de sus cuatro paredes climatizadas como hemos visto estos días al chimpancé Vanilla, criado en un laboratorio durante décadas, y asombrado el primer día que pisa el exterior y descubre la bóveda celeste. Que al menos nos quede un cielo que respirar y admirar.   

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