Isla Martinica

Nonín

El periodismo está de luto. Ha muerto uno de los hombres que más ha hecho por la profesión en Canarias. Un ser especial que, con su sola presencia, animaba la jornada a los lectores que acudían a la compra del diario. Siempre atento, locuaz como pocos, sabedor de mil y una historias, parecía que él mismo era el periódico. Nunca dejaba pasar la oportunidad de charlar con cuantos traspasaran el umbral de su pequeño local, convertido en el templo de la información veraz, en el que la vida se regalaba a manos llenas en forma de un sinfín de anécdotas. Su muerte, en cierta manera, también es la muerte de los viejos quioscos de prensa, lugares empeñados en provocar la mirada curiosa de los viandantes.

Según recoge José Jiménez Lozano, quien también lo practicó con éxito, fue el abate Steinman el que afirmó que Pascal «inventó el periodismo con sus Cartas Provinciales». Mucho ha llovido desde entonces, pero la llama prendida por el filósofo y matemático francés sigue aún viva entre los profesionales de la edición, los que con suerte desigual ejercemos el articulismo de opinión y, principalmente, entre los lectores, ávidos por encontrar en el lugar de costumbre el titular que les sorprenda o cautive. En esta cadena que va de la noticia al periódico, y del periódico a la calle, juega un importante papel el quiosquero. En más de una ocasión, la gracia con la que Nonín presentaba la actualidad a los parroquianos invitaba a seguir con la noticia, a profundizar en ella. No sólo era el privilegiado pregonero de una parte significativa de la barriada de Guanarteme, la que comprende el entorno de Playa Chica hasta la Plazoleta de Farray, sino el eficaz vendedor de prensa que ya echan de menos las empresas distribuidoras del ramo.

Su voz inconfundible resonará en los que tuvimos el honor de tratarle así pasen los años, dejando una larga estela de recuerdos y experiencias compartidas en pleno corazón de la Ciudad Baja, donde tenía ubicada su pequeña ventana al mundo. Personalmente, y en Nonín esta palabra tomaba una vitalidad inesperada, me satisfacía tropezarme con él muy de mañana, casi al alba, porque, de sus gestos y expresiones, concluía que este o aquel artículo, incluidos los propios, eran de su particular gusto. Aunque lo mejor sucedía en el caso contrario, puesto que la socarronería que le distinguía aprovechaba el instante propicio para desplegarse cual pavo real. Para mí, como para tantos otros que le conocieron, repito, la noticia era él, un espectáculo de rebosante humanidad.

Continúan la labor el hijo y la nieta, a los que envío el pésame, deseando que el padre y abuelo descanse en paz. Gracias por todo, Nonín, siempre te tengo presente a la hora de escribir. Ojalá que una sola de mis torpes palabras lograra seducir a los lectores como tú lo hacías con tus historias.

Suscríbete para seguir leyendo