Reseteando

De matones, macarras y cachetes

Óscar Puente.

Óscar Puente. / EP

Javier Durán

Javier Durán

Podríamos dedicarnos a hurgar sobre cuál sería la estrategia de Feijóo frente a otras elecciones si se consuma la ruptura de Sánchez con el independentismo y su aspiración máxima por un referéndum. Nada más y nada menos que la pérdida del hueso sacro. Tampoco devaluaría el análisis una apuesta por la deglución de Abascal y su falange por el recién estrenado liderazgo del gallego, que como buen ejerciente ha logrado tunear el fracaso en victoria. Miles de cuestiones que nos atosigan después de esta extraña investidura, donde los populares, a falta de contactos, se han dedicado con frenesí a echarle gasolina a la sobada estrategia de la tensión. Y entre mociones municipales para frenar la amnistía y otras, en respuesta, a favor de una Cataluña en paz, a las que se añaden las impulsadas por la sedición y el monotema de la consulta, entra por el ojo de buey el imperio de la visceralidad. Al diputado/portavoz Óscar Puente lo enreda en el tren un provocador que intenta calentarle con menciones a Puigdemont. Aparece la policía y hay retraso. El elemento, que parece más bien un agitador a sueldo, sigue en sus trece hasta Madrid. Graba su hazaña y la sube a las redes. El PP, en boca de sus dirigentes, viene a decir que la bravuconada es lo que le corresponde a un matón (o macarra) como el adjunto de Sánchez. O sea, una continuación de la verborrea hosca del exalcalde de Valladolid. Hay que meter todo tipo de furias, sucubos e incubos en el depósito de la Thermomix. Más pertrechos para la iconografía del Al Capone de Ferraz, o del mismo Destripador: un desorbitado edil de Madrid, Daniel Viendi, que le da tres cachetes a Martínez Almeida en plan perdonavidas. Hecho insólito contra una autoridad municipal en medio de un pleno que parecía tranquilo. Un desquiciado. Presionado por el partido, dimite. Para el PP, otro caso evidente de matonismo, un protegido de Sánchez, el jefe de la banda. Los populares deberían limpiarse sus gafas o hacerse con unas buenas lágrimas artificiales. Señores, aquí ya no hay pistoleros por las esquinas. Serenidad.

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