Reflexión
Políglotas
Juanjo Pérez Estévez
Cuando a una persona se la puede calificar como tal, instintivamente solemos pensar que es alguien afortunado y a quien podemos admirar. Es más, deseamos que nuestros hijos e hijas puedan tener la oportunidad de ser bilingües o trilingües como un sinónimo de tener un futuro con más oportunidades. Podemos convenir que dominar el mayor número posible de lenguas es una ventaja.. Partiendo de esta base, un lugar donde se hablan diferentes lenguas debería, a priori, ser también sinónimo de fortuna y privilegio.
¿Cómo es posible que tradicionalmente el debate sobre las lenguas en nuestro país sea básicamente un proceso de enfrentamiento y conflicto?. Presumimos internacionalmente de la enorme variedad de nuestra gastronomía o folclore, pero no vemos igual el pluralismo lingüístico. Obviamente las causas son múltiples, complejas, antiguas y tocan ejes muy diferentes de nuestra historia, cultura y relaciones entre comunidades. Antropológicamente la lengua es vehículo de aculturación, reconocimiento, aprendizaje, memoria, transmisión e integración. Desde sus particularidades semióticas nos permite agrandar todos los matices que incluyen nuestras emociones y sentimientos, y sobre todo compartirlos con los demás, tanto desde la diferencia como desde la similitud. Las lenguas no son mejores ni peores, no existen para ser un instrumento de competición. El problema de verdad está en convertirlas en una herramienta de exclusión entre nosotros.
Durante décadas la dictadura reprimió el uso de algunas lenguas imponiendo un monolingüismo basado esencialmente en un tipo de nacionalismo. Ese tipo de nacionalismo es el que no respeta la diversidad ni al diferente, o el que excluye a alguien por no hablar la lengua que entiende superior, o hablar otra diferente. De aquellos lodos bebe ese odio «entre lenguas» que sufrimos hoy, con nacionalismos (y no solo los autonómicos) entendidos como formas de superioridad ante otros. Si cada una de las lenguas se respeta por igual, se cuida, conserva y se ofrece para formar una sociedad lo más políglota posible, podemos asegurar no solo su pervivencia, sino también espacios donde hablar una lengua común mayoritaria no se relacione con ningún conflicto ni daño. Sería una forma de mayor integración entre los pueblos, como por ejemplo ocurre con el inglés en Europa. Si conseguimos ver el plurilingüismo desde lo cultural y no desde lo ideológico, puede ser precisamente un baluarte de fraternidad y convivencia.
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