Risas y fiestas

La vida por el éxito

La vida por el éxito

La vida por el éxito

Aida González Rossi

Aida González Rossi

Ma, ¿por qué todas las personas importantes llevan gafas?

No sé, ya te botaste. ¿Será por la edad, porque para ser importante tienes que tener ya cuarentipico?

Pero por ejemplo X es más joven, eso no es, con eso no me engañes.

Pues no sé, no sé, será que se queman la vista. De tanto trabajar se estropean los ojos. De tanto engurruñarlos tantas horas para ser tan importantes.

Ah.

*

Tantos años pensando en X con sus ojos engurruñados, la vista tan fija que se le acaba estropeando uno de los engranajes del fondo y hay que ponerle una muleta con la que caminar por la pantalla mejor y más eficazmente. Se le acaba estropeando y no a la manera pum repentina, sino a la manera peor, a la manera de los manteles que se dejan abandonados después de la chuletada y ahí pasan meses y se destiñen todos poco a poco pero sin pausa ni nadie que los ayude.

X concentrada en ser exitosa, entendiéndose como un cuerpo cuya destreza mayor es esa que tanto la concentra en su trabajo. Con «mayor» me refiero a más importante. Importante ella, importante el esfuerzo que la quema y, sobre todo, que la aleja del parquito que se ve por la ventana donde las niñas saltan y se embarran y se enguarran y le gritan al aire que la vida es un juguete y se muerden unas a otras los pliegues preciosos de los nudillos y se prometen nunca olvidaré los pliegues de tus nudillos. O que los pliegues de los nudillos son por lo que vale la pena existir. O que lo importante de cantar no es el canto, sino cantar.

X tiene sueños, eso es lo que le pasa. X se levanta por las mañanas pensando voy a llegar, y se acuerda de la canción de Hércules que le ponía su madre siempre cuando también ella se pellizcaba el pliegue del dedo. Se hizo promesas porque amaba algo; en el caso de X, escribir, pero X es mucha gente, y hay quien toca instrumentos o hace cine o diseña o trabaja en una empresa que empieza a abrirle un camino limpio, decorado con baldosas blanquitas.

Orgullosa, se sube las gafas. Veo.

Porque no veo porque aparté la mirada.

Porque amaba mirar.

Porque para amar mirar de verdad no podía mirar y miraré algún día de veras.

Desde un balconcito, con tanta coca-cola solo para mí.

Ganada no solo con poder comprármela. Ganada con merecérmela.

Porque miré. Pero no miro. Porque dije miré. Pero no pude mirar para ello. Me refiero a. Me refiero a. A esto me refiero.

*

Rafael Cadenas dice esto sobre el fracaso: «Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías, más precioso que todos los triunfos/Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme». Yo me pregunto si X fracasará en algún momento. Si algo le saldrá mal y se quedará solo con el resultado material de su esperanza, ese texto, por ejemplo, y lo que activó su escritura, una celebración de los pliegues de los nudillos y el recuerdo de ser niña y jugar en ese parque hasta que se le trancaba la respiración y tenía que botarse a respirar con las amigas y le encontraban el sentido al ejercicio que les pedía hacer la maestra cuando estaban muy eschavetadas y quería que se relajaran.

Por ejemplo, una onda del paisaje que se parece a una cara que vigila durante todo el tiempo a quien necesita vigilancia por favor.

«Cuando ponías tu marca en mi frente, jamás pensé en el mensaje que traías, más precioso que todos los triunfos/Tu llameante rostro me ha perseguido y yo no supe que era para salvarme»

¿X tendrá la suerte de darse cuenta de que una no puede volcar toda la vista en la búsqueda de que todo salga bien? ¿Comprenderá que la literatura (digo literatura porque X escribe, pero X podría hacer cualquier otra cosa que implique, más que una posibilidad de mejorar o mantener sus condiciones de vida, un aplauso largo, gritón) no es más importante que la vida porque la literatura nace en nosotras para celebrar la vida y cómo dejamos de vivir por querer que personas que se sientan a contemplar la vida desde ese asiento privilegiado (su propio balcón con su propia coca-cola, pero otra) la lean? ¿Sabrá que el imperativo del éxito, de tener un espacio con neones, de ser una figura, de tener incluso una voz propia solo para una y siempre reconocible, es una trampa capitalista que nos roba el porqué de lo que hacemos?

Y cuando a X se le agote la vida, ¿no se mirará los nudillos? ¿No tendrá que celebrarlos porque se le agota el tiempo?

Pienso en mi abuela que, ya sin poder recordar prácticamente nada de sí misma o de su vida, una tarde hizo esta declaración: “Ellos no saben que yo soy niña”.

A veces nos olvidamos de que la meta es poder seguir siendo siempre las niñas que juegan, y por eso nos paramos a hablar sobre ellas.

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