Observatorio

El periodismo lingüístico (o arrimando el ascua a mi sardina)

Docentes protestan a las puertas de Conselleria por los errores en las adjudicaciones de docentes.

Docentes protestan a las puertas de Conselleria por los errores en las adjudicaciones de docentes. / GONZALO SÁNCHEZ

Humberto Hernández

Humberto Hernández

No deja de resultar llamativo observar el camino paradójico de nuestro sistema docente, pues, frente al imparable proceso de globalización que estamos viviendo, en el ámbito educativo caminamos en el sentido contrario: de la interdisciplinariedad de la enseñanza de épocas pasadas vamos a la sectorialización de los conocimientos, hacia el asignaturismo, neologismo con el que ya se conoce esta tendencia fragmentadora de los saberes en multitud de asignaturas.

Veamos un ejemplo. Antes, los docentes de educación primaria y secundaria practicábamos la interdisciplinariedad cuando enseñábamos Lengua y Literatura, Geografía e Historia, Física y Química, Ciencias Naturales, y, al mismo tiempo que explicábamos el adjetivo, comentábamos un poema de Góngora o una Sonata de Valle-Inclán, en enriquecedor maridaje que ha ido desapareciendo en la medida en que se imponía la hiperespecialización en una enseñanza más moderna (¿?), más competitiva, más sectorizada y más burocratizada. Ahora, muchos profesores de enseñanza secundaria demandan la radical separación entre Lengua y Literatura para que cada disciplina tenga asegurado su espacio y poder responder, así, a las exigencias de un currículo cuya efectiva impartición van a supervisar los responsables políticos del sistema, también político, incompresiblemente, en materia de educación. Tal es la presión a la que están sometidos los docentes que no les ha quedado tiempo para pensar que la solución estaría en disponer de más horas de docencia para dos materias íntimamente relacionadas: Lengua Española y Literatura (“Lengua Castellana” según la terminología oficial, denominación errónea, tanto por la polisemia de la voz “castellano” [sinónimo de ‘español’ y equivalente, además, a ‘modalidad del español hablado en Castilla’] como por los problemas de interpretación que pueden derivarse, algunos con inevitables connotaciones ideológicas: piénsese en el resultado interpretativo de la frase “yo enseño castellano de Canarias”, frente al normal y por suerte más frecuente “yo enseño español de Canarias”).

He querido empezar con esta ilustrativa anécdota, que surge de una situación real, para utilizarla como pretexto para romper una lanza en favor de la interdisciplinariedad en la que siempre he creído como estrategia ideal para extraer rentabilidad material y espiritual de nuestros saberes, de nuestra experiencia intelectual: y huelgan los ejemplos y las anécdotas relacionados con la hiperespecialización (“Fulano sabe mucho de X, pero es un verdadero burro”), tan negativa, sin duda, como la hipergeneralización, el riesgo del conocimiento superficial del que ya nos ha advertido Nicholas Carr en su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Madrid, Taurus, 2011).

Con la perspectiva interdisciplinaria se evita caer en cualquiera de los dos extremos, pues su objetivo es el de relacionar los saberes específicos entre sí, como la mejor manera de justificar y amortizar, en el sentido más positivo de la voz, el esfuerzo intelectual en cualquiera de sus facetas, humanísticas o tecnológicas: “Es justamente en los intersticios entre ciencias diferentes donde se encuentran las novedades. La división entre disciplinas es arbitraria”, afirma Mario Bunge. O en palabras del científico y divulgador Jorge Wagensberg, en uno de sus excelentes aforismos: “El conocimiento avanza por las costuras de sus disciplinas” (Solo se puede tener fe en la duda, Barcelona, Tusquets, 2018).

Conozco los planes de estudio universitarios, sobre todo los de mi Universidad, y, salvo en una asignatura optativa, Español en los Medios de Comunicación en los estudios de Filología, creo que no existen más materias con esta orientación interdisciplinar. En los títulos de Comunicación, por su propia naturaleza, sí que habría más posibilidades de asignaturas de este tipo; de hecho existe la denominada Periodismo Especializado en la que cabría el desarrollo de competencias interdisciplinares, como Periodismo Científico, Económico, Deportivo; más recientemente, empieza a introducirse Periodismo Biomédico, Medioambiental o Nanotecnológico, por lo que parece que las nuevas tendencias van por ese camino, aunque no suele haber espacio, ni libertad, para nuevas propuestas que se alejen de lo que desde arriba se prescribe. Y es que la excesiva limitación del corsé tipologizador dificulta la interdisciplinariedad. Por eso, propondría que este Periodismo Especializado, con el que mejor pueden contribuir los medios de comunicación con su función formativa, atienda a las verdaderas demandas de los ciudadanos y se plantee críticamente una renovación de los planteamientos curriculares en las facultades universitarias. Y debería hacerse desde un punto de vista perceptivo, porque es probable que algunos tipos de periodismo de la clasificación tradicional ya no interesen tanto, y el tiempo dedicado a trabajar las competencias propias para desempeñarlo pudiera dedicarse a la ampliación de otros conocimientos y al desarrollo de otras habilidades, como pudiera ser, por ejemplo, a cualificarse en el que propongo denominar Periodismo Lingüístico, cuyo interés e importancia justificaré a continuación.

Y podrá decirse ahora que estoy arrimando el ascua a mi sardina, y utilizo a propósito esta expresión coloquial, la más general, la más compartida, porque la sardina en este caso no es de mi exclusiva propiedad, sino que es de todos, pues se trata de la lengua, un condominio que constituye nuestro principal patrimonio cultural y la base y fundamento del proceso educativo y materia insustituible en la comunicación periodística.

La lengua no es solo la materia prima del trabajo periodístico, aunque solo por esta razón se justifique sobradamente la importancia que debe tener en la formación de sus profesionales; pues, además, la lengua, y todo lo que se relaciona con ella suscita un extraordinario y general interés en la sociedad, frente a lo que a primera vista pudiera parecer. Porque es comprensible que exista interés periodístico ―y de ahí el interés por su divulgación― por las cuestiones relacionadas con las ciencias experimentales, las disciplinas técnicas o las de la salud (el descubrimiento de un nuevo fármaco anticancerígeno, de un material ultraligero o el último invento en telecomunicación); sin embargo, la divulgación de cuestiones relacionadas con los avances que se producen en el seno de las ciencias sociales o humanas no parece tener tanta trascendencia social. Ni la aplicación de técnicas modernas a los estudios paleográficos o los posibles logros de la lingüística computacional parecen despertar la curiosidad en quienes no están relacionados o familiarizados con la Historia o con la Filología.

Pero hay cuestiones que sí interesan (a cualquier ciudadano no especialista), y mucho, como, por ejemplo, cuál es la situación del español en relación con otras lenguas del mundo, o cuál el lugar que ocupa entre las lenguas de la Unión Europea, o si esta u otra modalidad dialectal se aproxima más o menos al prototipo de norma culta (si es que existiera un único modelo). Interesa, por ejemplo, todo lo relacionado con el lenguaje inclusivo, con el denominado sexismo lingüístico, con la lengua que utilizan nuestros jóvenes (olvidamos que también lo fuimos y utilizábamos términos propios de nuestra jerga de entonces y abreviaturas a mansalva en los apuntes universitarios); y en cada región del idioma (mexicana y centroamericana, caribeña, andina, chilena, austral, castellana, andaluza o canaria) surgen dudas acerca del uso que debe hacerse de sus peculiaridades (¿es el seseo un fenómenos de pronunciación que debamos corregir?; ¿se considera correcto el uso del pronombre ustedes en lugar de vosotros como es normal en el español meridional?).

Se sorprenderían si al comparar el número de artículos de divulgación científica en un determinado periodo en los distintos medios comprobaran que los de temática lingüística no están, ni mucho menos, por debajo de los relacionados con la medicina, la astrofísica o la economía. Hasta el punto de que ya se ha conformado un género periodístico-ensayístico, “el artículo de divulgación lingüística”, con cierta periodicidad y extensión definida, que cuenta con muy buenos cultivadores, filólogos y periodistas con excelente formación lingüística.

En la Comunidad canaria, por poner un ejemplo de un ámbito que conocemos muy bien, se publican artículos periodísticos sobre cuestiones lingüísticas, aunque, según nuestro parecer, no con la frecuencia que sería deseable, ya que la situación geopolítica de la modalidad del español hablado en Canarias genera muchas incertidumbres, y vendría bien una buena información adicional cualificada que llegue al mayor número de ciudadanos. Hoy, por fortuna, gran parte de las dudas las viene resolviendo con solvencia la Academia Canaria de la Lengua por medio de jornadas, charlas y conferencias y a través de su página web (academiacanarialengua.org).

Pero hay también diletantes ―aquí y allá― sin la suficiente preparación; sus artículos suelen estar mal fundamentados en falsos prejuicios que no se justifican desde una perspectiva científica; así, denuncian la llegada de neologismos, o de justificados extranjerismos, rechazan cualquier aceptación de cambios fónicos o gramaticales, que se han generalizado y se han convertido en norma, y entienden como un mal endémico la variación lingüística, sin caer en la cuenta de que, como afirma Rosa Montero, “la mayor riqueza del español no reside en su enorme implantación, sino en su diversidad, en sus muchas versiones y matices”.

La demanda de estos asuntos sobre la lengua y la necesidad de una sólida formación para ejercer la divulgación lingüística justificarían la existencia de esta asignatura de Periodismo Lingüístico, con carácter transversal e interdisciplinar que se impartiera en los estudios de Filología y en los de Comunicación, materia para enseñar y sobre la que investigar. Desde el punto de vista profesional esta formación para los periodistas estaría estrechamente vinculada al ineludible compromiso de la responsabilidad lingüística que lleva aparejada su tarea.

En cualquier caso, el mejor periodismo lingüístico, la mejor manera que tienen los profesionales de la comunicación de contribuir a la formación lingüística de los ciudadanos, es la de su propio ejemplo.

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