Punto de vista

La gente sin historia

Una columna de humo tras un bombardeo de Israel en la Franja de gaza.

Una columna de humo tras un bombardeo de Israel en la Franja de gaza. / EFE

Juanjo Pérez Estévez

A principios de los años 80, Eric Wolf sintetiza buena parte de sus planteamientos de antropología política en la obra cumbre «Europa y la gente sin historia». De manera muy resumida, su reflexión gira en torno a cómo buena parte de «nuestra» historia ha sido construida desde la parcialidad, una visión del desarrollo de los acontecimientos que es vista y contada por una minoría que ostenta el privilegio para poder hacerlo, mentras que las «mayoritarias minorías» no participan en la construcción del relato. En una sociedad global, esa visión eurocéntrica, occidental, blanca, masculina y rica construye buena parte del marco mental con el que miramos el pasado, presente y futuro del mundo, seguramente sin que nos demos cuenta.

Conceptos tan claves en ese marco mental como la nación, sociedad, comunidad o cultura, son de parte, y no solo desde un punto de vista internacional o un conflicto norte-sur (u occidente-oriente), sino incluso desde hace décadas dentro de nuestras propias sociedades europeas. Cada día la lucha de relatos se basa más en la simplificación de los análisis y los mensajes, y cada vez contamos con menos historia de la gente sin historia. Porque la gran mayoría de sus problemas, rutinas, opciones, anhelos o relaciones con la vida no forman parte ni del debate público ni de las prioridades prácticas de muchas políticas públicas. Colectivos minoritarios, migrantes, personales que están solas, personas con discapacidad, personas trabajadoras que no llegan a unos mínimos de calidad de vida o sobre todo personas empobrecidas, no escriben su propia historia ni tienen su capítulo en el constructo colectivo de prioridades a la hora de enfrentarnos unos a otros.

De fondo son varias las causas que seguramente explican esto: poca valoración de las ciencias humanísticas en una sociedad que solo se preocupa por lo productivo (o mejor dicho lo rentable económicamente a muy corto plazo); mediocridad a la hora de construir discursos políticos puramente electoralistas; o una total inconsciencia respecto a la importancia de cultivar y compartir la historia como una disciplina que puede evitar buena parte de nuestros problemas. Desde que Eric Wolf nos dejó, Europa y en particular nuestro país solo ha ido a más en despreocuparse por construir una historia incluyente y diversa. Tanto en nuestra mirada en un conflicto internacional (por ejemplo Oriente Próximo) como en nuestras peleas domésticas, no conocer la historia del otro solo está dificultando más la búsqueda del entendimiento o el acuerdo. Esta costumbre de mirarnos cada uno el ombligo empieza a tener mucho que ver en una polarización que, en buena medida, viene precisamente de la ignorancia o la despreocupación por conocer nuestra historia, toda nuestra historia.

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