Jerónimo y sus escuelas

Jerónimo y sus escuelas

Jerónimo y sus escuelas / cana

Juan Fernando López Aguilar

Juan Fernando López Aguilar

Martes 21 de noviembre, mediodía, estupor, desolación y tristeza al verificar los mensajes agolpados en mi móvil: hemos perdido a Jerónimo, abrupta e inesperadamente para quienes frecuentamos, a sus 87, y desde mucho atrás, su vitalidad inmarcesible. Me duele instantáneamente mi propia incredulidad y mi conciencia de estar lejos, cumpliendo con mi trabajo en el Pleno del Parlamento Europeo en Estrasburgo, de la inabarcable hilera de personas, como yo, unidas por un sentimiento de afecto y reconocimiento por la vida y los trabajos de Jerónimo Saavedra (1936/2023). Lamento no haber podido estar físicamente presente en la abrumada despedida de quienes, incontables, se han congregado en las Casas Consistoriales de su ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria.

Su fallecimiento devasta a quienes hemos sido y somos compañeros/as en nuestro proyecto político, habiendo disfrutado su trato hasta las mismas vísperas de su última jornada en su hogar de Vegueta. Sabiendo de su sonrisa y su talante jovial, invariablemente abierto al intercambio de opiniones salpimentadas de bromas, su receptividad para lo clásico, por igual, por lo nuevo, su curiosidad por obtener información de última hora sobre lo humano y lo divino, lo local y lo global, lo prosaico y lo excelso, me cuento entre quienes, tras cada charla, acababa concluyendo que el incombustible Jerónimo nos sobreviviría a todos. Que no veríamos el día de su celebración póstuma, sin él en la silla central saludándonos a todos.

Por eso Canarias -y no solo la política, sino la que abarca anchamente el compromiso cívico en sus incontables formatos, la cultura y su disfrute- se conduelen en tributo tanto a su larga vida como a las conversaciones, coronadas por mil selfies en estos últimos tiempos, regaladas a quien quiera que se le aproximase a esta persona de bien que habremos de recordar el resto de nuestras vidas.

Jerónimo se situó, desde su Canarias natal y su formación jurídica como laboralista, en el momento genésico de la reinvención del PSOE (y de su ‘sindicato hermano’, la UGT) que se alumbró en el legendario Congreso del PSOE en Suresnes (periferia de París octubre de 1974): le enorgullecía haber ejercido en la Mesa la Secretaría de Actas. A partir de ahí vida le emplazó a liderar en nuestro archipiélago atlántico -que nunca antes en la historia había conseguido fraguar conciencia de comunidad, por encima y más allá del conjunto de sus Islas- ese formidable proyecto de cambio y modernización de España que en su día -hace más de cuatro décadas- encarnó el tándem formado por Felipe y Alfonso. 

De ahí que Jerónimo, encuadrado él mismo en esa generación de últimos episodios de clandestinidad antifranquista, transición democrática y proceso constituyente, sea, como lo he expresado, genealogía e historia entera del socialismo canario: impronta que imprime carácter, perdurable, e insospechada en la extensión de sus rasgos todavía, a día de hoy, más distintivos e intangibles. Secretario General del PSOE de y en Canarias durante dos largas décadas (mediando el tiempo conjugado con el añorado Alberto de Armas), Jerónimo formó la trayectoria y cuadros y modos de ser y hacer del socialismo canario con su intransferible estilo gentileza y finezza, virtudes que el paso del tiempo ha revalorizado en tanto más escasean. 

Hace mucho que Jerónimo había entrado a formar parte del cuadro de honor de los grandes de esa república ideal de servidores aureolados por su hoja de servicios

En este liderazgo histórico le sucedió en su momento el recordado Juan Carlos Alemán, nacido grancanario y líder del PSOE tinerfeño a lo largo de una década; y a Juan Carlos tuve el honor de sucederle yo, como luego a mí nuestro querido José Miguel Pérez. Y si puedo ahora decir que todos juntos formamos una misma familia, y que si a estas alturas de mi vida, habiendo nacido en Gran Canaria, me siento de todas las Islas y todas las Islas son la mía, ello es largamente fruto de la esforzada creación de un espacio común de pertenencia, afectos y fraternidad pancanaria que debe a Jerónimo Saavedra sus piedras fundacionales.  

Por giros de sino y destino que huelga evocar aquí, habiéndome formado en Granada tuve yo la fortuna de colaborar con mi paisano Jerónimo -tras completar él su ciclo de Presidente de Canarias en dos mandatos alternos- durante años intensos, en grandes causas compartidas en el Gobierno de España del Presidente González, y ante vicisitudes que, como siempre en política, empiedran de sinsabores hasta los mejores motivos. Quienes estuvimos allí, en todas las estaciones admiramos su templanza y capacidad de distancia frente a las adversidades. Ante situaciones eléctricas -vaya si las pasamos- podía abstraerse con la música, remanso de pasiones tranquilas, antesala del rellano en que reconducir lo que parecía imposible. Así llovieran chuzos de punta, conservó siempre su sonrisa y amabilidad invariables.

En mi memoria personal, las incontables variedades de personas y situaciones que descubrieron en Jerónimo su denominador común describen ese hilo conductor de gratitud y cariño de corazón que hilvana, componiéndolo todo, un compromiso tan extenso y prolongado con su tierra, con lo público y con la ciudadanía a la que representó en todas las instancias pensables: diputado constituyente en el Congreso (único socialista electo por la provincia de Las Palmas en las primeras elecciones democráticas, junio de 1977), presidente de Canarias, ministro del Gobierno de España, senador del Reino, alcalde de su ciudad, Diputado del Común... y un paseo interminable por la ópera, Salzburgo, los festivales canarios, y la fiesta de amistad de artistas de nuestra tierra tan superpotencia en arte.

Y todo lo hizo combinando sus varias otras dimensiones de civilidad y afición a tejer redes filantrópicas y formas asociativas distintas, aunque paralelas, a su afiliación política. Incontables homenajes e iniciativas sociales testimonian elocuentemente esa impresionante malla de simpatías personales que extravasaban con mucho la meramente partidaria.

Hace mucho que Jerónimo había entrado a formar parte del cuadro de honor de los grandes de esa república ideal de servidores aureolados por su hoja de servicios, en la política, en las artes. En Canarias y en España se le recordará no solamente por ella, sino por su afabilidad, su accesible y pertinaz disposición a la escucha, al contraste, a la polémica y al magisterio sin jactancia ni sombra de afectación. 

Desde el Pleno de Estrasburgo, con toda la devoción que requiere nuestra pasión compartida por Canarias, España y la UE, envío mi abrazo solidario a su familia, y mi personal homenaje al ejemplo de Jerónimo, laboralista profesor, maestro, filántropo,        orfebre de biografías, entretejedor de historias, infatigable conversador y amigo, al que echaremos de menos en lo que nos reste de vida.

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