Risas y fiestas

Habla de lo que quieras

Habla de lo que quieras

Habla de lo que quieras

Aida González Rossi

Aida González Rossi

Habla de la vez aquella que te caíste y te partiste el labio y te pareció, teniendo el hielo apretado para que se te curara pronto por favor por favor por favor, que a lo mejor ya no ibas a poder hablar bien, sin dolor, nunca más. Y sentiste miedo por tu balbuceo, tú aprendías lo que te pasaba a través del decir sin saber muy bien, del amontonarte palabras sobre (precisamente) ese labio que siempre recordaba lo que tú pasabas por alto. Todo.

Habla de pasar por alto los ruidos de las palomas, las piedras clavadas en las suelas de los tenis, el viento raspándote los cachetes, las luces de las casas allí lejos en el pueblo de al lado parpadeando y tú no sabiendo de dónde eran pero sí cuando se encendían y cuándo se apagaban ya para toda la noche, el tacto de la tierra y el tacto de las manos cambiado por la tierra porque las volvía suaves y cochinas: pasarlo todo por alto menos las voces de las amigas que, jugando con sus llaveros, decían y decían y decían sin pensar con los cachetes colorados y eso lo sabías porque lo oías y también el paisaje (entre esas dos farolas que se acaban de encender allí, un tanque) lo sabías porque lo decían. No te fiabas de más cosas. Hablar te parecía saber, al menos un poco, al menos algo, ¿no?

Habla de cuando quisiste compartir tus sentimientos y te pusiste ahí bien puesta y fuiste a abrir la boca y se te secaron todos los fluidos del cuerpo y ni una sílaba y nada y desfilando las ideas que no eras capaz de convertir en palabras y de pronto una sensación de si no sé contarlo es que no lo vivo y de si hablar es saber al menos un poco al menos algo esto mío no es real y de pronto una certeza, no adquirida entonces sino cuando le relataste la escena a alguien (no fui capaz de declararme, me dolió la barriga, me metí en el baño y me eché agua fría en la cara y ni así pude recuperar algo de color), de que quedarte tan callada es también comunicar algo y algunas cosas solo necesitan que, con vergüenza, las intentemos.

Habla de no lograr callarte nunca, de la necesidad de comentarlo todo, de ver un atardecer hermoso y a la boca y a la boca y a la boca y de ser la amiga que comenta y permite a los demás ver el paisaje pero sentir que eres la amiga pesada que no sabe tragarse los ¿lo sabías? y lo que hace es pegarlos por todas las paredes y por todos los cuerpos porque cree que lo que no está compartido es un agujero que nadie nota. De empezar a escribir porque necesitas algún asidero, y la cosa de hablar no está tanto en que te oigan (el agüita fría sobre los cachetes, la intranquilidad de pensarte insuficiente) sino en elaborar aquello que poco a poco se va volviendo real porque tu mayor escuchadora. Eres tú. Y ya está.

Habla de descubrir el tú a tú a tú a tú. Es decir, colocarse en una cama, por ejemplo, con un portátil sobre las piernas, por ejemplo, encima de un tablero de parchís de madera para que no les queme, por ejemplo, y poner una película que les interesaba tanto y de pronto no verla porque se dedican a hacer bromas sin parar, bromas repentinas que se elevan como un humo y lo cubren todo y van creando un sistema: una broma sobre otra, montaña de bromas, cada vez más risa porque acaba importando más lo que rodea la peli que la peli en sí. Ustedes hacen infinitas las ficciones. Y lo hacen captando (zas) las ideas que revolotean (pimba) sobre ustedes, las que normalmente (lol) dejarían escapar.

Habla de llevar eso a todo. Cualquier rato convertido en una maraña de impresiones y burradas. La vida vivida el doble: en la vida y en los comentarios. Y así entenderla, convertirla en plena.

Habla de hallar significados ocultos en los ruidos que te salen solos si te dejas ruidear.

Habla de lo que quieras, déjate hablar dudosamente, querer borrar lo dicho y no se puede ya y pues bueno, actuar como si hablar fuera saber aunque no sea así y aunque en realidad sí lo sea en ese instante preciso que te permitirá entender quién fuiste. Deja entrar los ruidos ajenos, trénzate con ellos, habla hasta que te duela la garganta y date la oportunidad de darte cuenta, tiempo después, de que todo lo dicho te protegió de no decirlo. De nada más. Y eso es lo importante, lo conseguido: habla de lo que quieras y para nada en concreto, pero habla.

Suscríbete para seguir leyendo