Reseteando

Con los zapatos bien betunados

Herminia y Carlos, en Cuéntame cómo pasó.

Herminia y Carlos, en Cuéntame cómo pasó. / RTVE

Javier Durán

Javier Durán

Cuéntame ha sido pisoteada por la velocidad supersónica del cambio español. La serie, enterrada ya en el panteón de los fenómenos televisivos, no pudo ni rozar el majo y limpio del nuevo ciudadano, producto de aquel Alcántara en blanquinegro, atragantado por sus mutaciones, que finalmente ha sido arrasado por un ecosistema que ha convertido en remota, remotísima, la larga marcha hacia la libertad. Sus audiencias alcanzaban el mejor refugio entre la generación de padres que fueron hijos de la guerra, y que compenetraban con el mensaje de la familia que en los años 50 intentaba salir a flote, siempre, eso sí, con los zapatos perfectamente betunados. Embebidos en su salón de toda la vida, veían cómo las vergüenzas, heroicidades y ruinas pasadas eran expuestas a través de una familia tipo de barrio cultivada con las migajas de la dictadura y con un cabeza marcado por la ambición de progresar entre la cutrez y el desnorte más absoluto. Este público adherido, tan identificado con el marchamo argumental, pasó a la condición de marciano, visto con excelencia de forense de novela negra por una camada de nietos que, de pronto, los saeteaban con preguntas de toda calaña sobre la era de la peseta, Franco o el consejo de guerra a un tío abuelo republicano. Y no es que esa generación viese Cuéntame, sino por lo que cogía al vuelo mientras le preparaban el pastillero a sus abuelos. Esto en el más satisfactorio de los casos. Conocer cómo vivían los españoles décadas atrás también ha puesto en circulación un sentimiento de rechazo: la sobreabundancia de los pitufos y pitufitos les lleva a aplicar una mirada conmiserativa, también de superioridad, sobre esas moralejas que viajan con Cuéntame. Por ello decimos que mientras se emitía, el propósito reconciliador y purificador de su equipo de guionistas iba siendo subsumido, casi como si dos países distintos fuesen en paralelo, pero sin intención alguna de mirarse o visitarse el uno al otro para ver qué estaba ocurriendo. Fatal. Siempre hay que saber de dónde se viene, sobre todo si se ha sido pobre.

Suscríbete para seguir leyendo