Venga, circule

Ya no hace gracia

Ya no hace gracia

Ya no hace gracia

Meryem El Mehdati

Escuché hace unos días en la Ser al expresidente de los extrahoteleros grancanarios, un tal Tom Smulders, llamarnos subnormales a los que no estamos muy waka waka con el tema del turismo en las islas y no pude más que darle la razón. Es verdad, somos subnormales: hemos dejado que un holandés venga aquí a insultarnos y a decirnos que tendríamos que ser ingresados en Quinta de Reposo por opinar que ya está bien de lucrarse con el sudor y el sufrimiento de personas que apenas llegan a fin de mes. El tiempo es un círculo perfecto, todo vuelve tarde o temprano. Siempre pulula por ahí algún guiri indignado porque no le lamemos la bota. Vivimos en bucles informativos que van dando vueltas hasta volver al punto de partida, esto me genera una desazón un tanto vaga e imprecisa. Los días se suceden cada vez más rápido, y si tuviese que hablar por encima sobre qué ha pasado exactamente en cada uno de ellos no sería capaz. Una cantante muy famosa descubrió que su marido, un futbolista también muy famoso, la engañaba. Hizo una canción al respecto. Nos entretuvimos con el chisme durante una temporada. Un tipo repugnante le dio un beso en la boca a una jugadora de la selección española de fútbol sin su consentimiento. Todo el mundo vio el vídeo en el que la escena se produjo. La madre del tipo repugnante se encerró en una iglesia de Motril para hacer una huelga de hambre por el honor mancillado de su hijo, al que consideraba víctima de una campaña vil en su contra. La huelga de hambre duró dos días y medio. Se celebraron unas elecciones en nuestro país en las que no ganó nadie en concreto, pero un grupo de partidos políticos hizo bote con los votos que cada uno cosechó y sumaron mayoría. Desde entonces oímos croar a algunos sapos que estamos viviendo en una dictadura. Se manifestaron en la capital del país envolviéndose en la bandera que todos compartimos para acusar a quienes no piensan como ellos de golpistas y criminales. Es irónico porque si de verdad viviéramos en una dictadura no podrían manifestarse; pero bueno, nunca se caracterizaron por saber sumar uno más uno. Y en esas andamos.

Han salido de sus sarcófagos algunos de los antiguos líderes del PSOE a darnos sus opiniones sobre esto y lo otro, me recuerdan a los jubilados que dedican parte del día a observar las obras a pie de calle con los brazos a la espalda. A los trabajadores normales cuando nos echan de una empresa nos vamos y no miramos atrás, no volvemos a opinar sobre este proyecto o este asunto, ¿por qué no siguen nuestro ejemplo? Hace unas semanas se quejaba Alfonso Guerra en uno de los peores programas de la televisión de que ahora no se pueden hacer chistes de nada, ni de homosexuales ni de enanos, y se siente un poco molesto con esto, un poco incómodo, le dan pena los humoristas. Nadie aplaude cuando el chiste va de negros o de chinos, llamemos al 112. De todas las preocupaciones que podría tener en el mundo esta es la que le mantiene en vilo. Es curioso que no esté dedicando sus últimos años de vida a descansar, sacar muchas fotos a sus hijos o irse de viaje aquí y allá con el Imserso, sino que prefiera protestar y apretar los puños porque nos estamos pasando con eso de la corrección política en España. Qué puedo decir, por lo que sea a la gente ya no le hace gracia el humor que se basa en humillar y degradar al otro. Ahora preocupa mucho la cantidad de horas que los adolescentes pasan con sus móviles y sus tablets pegadas a las palmas de las manos, con las cabezas a medio formar, blandas, tan influenciables. A mí me preocupa lo que ven nuestros mayores en esos móviles y en la televisión, su entrega total a programas que les hacen temer cerrar los ojos en la frutería y encontrarse de repente en Venezuela o rebotarse porque periodistas y presentadores que ocupan franjas de prime time en la televisión hablan de la supresión del derecho a la libertad de expresión. Qué paradoja. Si te veo en la tele todos los días ¿te están censurando? Hmmmm. Nos encontraremos pronto controlando también la exposición de nuestros padres y abuelos a Internet y sometiéndolos a algún tipo de control con claves de acceso y monitorización del uso de sus dispositivos digitales. Comenzaría por darles una tila a Alfonso Guerra y a Tom Smulders, parecen necesitarla.

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