Risas y fiestas

Willy Wonka en la consulta del psicólogo

Willy Wonka en la consulta del psicólogo

Willy Wonka en la consulta del psicólogo

Aida González Rossi

Aida González Rossi

Hace menos de un año, nos estremecía la noticia de que en Gran Bretaña se había decidido censurar las obras de Roald Dahl, uno de los autores de literatura infantil más célebres de la historia, eliminando en las nuevas ediciones palabras como “gordo”, “extraño” o “loco”, por considerarlas ofensivas desde una perspectiva contemporánea. Por suerte, el mundo se escandalizó y se rebeló contra la absurda decisión, obligando a los editores a rectificar su postura. Así fue como el espíritu de Dahl se impuso y acabó ganando, y ganamos también los lectores.

Y es que el autor de Matilda (1916-1990) sigue vivo, tan vivo que su legado continúa inspirando nuevas producciones, como la película que acaba de estrenarse, Wonka, un “musical de fantasía” dirigido por Paul King, quien ya había triunfado con Paddington (2014) y Paddington 2 (2017), dos musicales basados en otro personaje icónico de la literatura británica: el osito Paddington, creado por Michael Bond. Willy Wonka aparece en dos novelas de Roald Dahl: Charlie y la Fábrica de Chocolate y Charlie y el Gran Ascensor de Cristal.

Cuando hace unos días acudí al cine para ver Wonka, lo hice un poco a ciegas, intencionadamente. No quise leer críticas ni informarme sobre la trayectoria de su director, porque corría el riesgo de arrepentirme y quedarme sin verla. Siempre he considerado a Roald Dahl uno de mis autores favoritos, así que no puedo evitar ser purista a la hora de juzgar las adaptaciones que se hacen de sus obras. Me impuse a mi escepticismo con dos buenos argumentos: el primero es que la protagonizaba Timothée Chalamet, que no suele fallar en sus interpretaciones; el segundo, que al tratarse de una secuela inventada –el autor nunca abordó la juventud de Wonka–, no iban a molestarme los cambios que se hicieran respecto a la versión original, ya que no existe dicha versión.

Me informé tan poco de la película que no fue hasta los primeros minutos de proyección cuando me enteré de que se trataba de un musical. Aquí he de detenerme para señalar lo poco aficionada que soy a ese género, salvando magníficas excepciones clásicas como Mary Poppins, Sonrisas y lágrimas o Grease, y algún otro descubrimiento reciente como La La Land.

El caso es que un abismo se abrió ante mí en la sala de cine cuando el personaje de Chalamet, que interpretaba a Wonka, empezó a cantar. Después no resultó tan terrible; no se pasaron toda la película bailando, Barbra Streisand no hizo ninguna aparición estelar… La historia, eso sí, me pareció bastante floja, aunque intentara imitar la estela de Roald Dahl. Le faltaba su atrevimiento, su ingenio. Además, lo interesante de Willy Wonka en la obra de Dahl es su carácter enigmático, sus orígenes desconocidos. Porque Wonka representa el misterio; más que un chocolatero corriente, es una especie de mago, y desvelar sus “secretos” supone arrebatarle gran parte de su encanto.

Tal vez estamos demasiado empeñados en responder todas las preguntas, en justificarlo todo y no dejar margen a lo indescifrable. Por no hablar del afán contemporáneo de adaptar los clásicos, como si fuera imposible crear algo nuevo que resulte interesante. En la primera adaptación de Charlie y la fábrica de chocolate (Mel Stuart, 1971), un fabuloso Gene Wilder dio vida al enigmático Wonka, y en el guion participó el propio Roald Dahl. Sin embargo, Tim Burton dirigió una segunda adaptación en 2005, con Johnny Depp en el papel protagonista. A pesar de que fue una versión colorida y llena de efectos especiales, Wonka parecía Jack Sparrow con sombrero de copa. Y por supuesto, tuvieron que inventarse escenas sobre la complicadísima niñez del chocolatero.

Así que, por una parte, tenemos la infancia de Wonka según Tim Burton, en la que era hijo de un dentista que le prohibía comer chocolate y lo obligaba a llevar un terrible aparato para corregir su dentadura. Por otra parte, la versión de Paul King, según la cual Willy era un niño con pocos recursos económicos que vivía junto a su madre en un barquichuelo parecido a la Reina de África de Humphrey Bogart. En ambos casos, el chocolate se convirtió en su salvación. Ninguna se libra de la simpleza o de conducir a la lágrima fácil; buscan justificar que Wonka llegara a ser el hombre introvertido, misterioso y un poco egoísta de la novela original. Y, en mi opinión, el magnetismo de ese personaje reside, precisamente, en que no sabemos por qué es así.

No se trata de censurar, cambiar o analizar a Roald Dahl, ni de empeñarnos en que algunos de sus personajes, como Willy Wonka, pasen por la consulta del psicólogo. ¿Por qué no, simplemente, nos dejamos llevar por su magia inexplicable?

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