Observatorio

Entre la pizarra y la pantalla

Entre la pizarra y la pantalla

Entre la pizarra y la pantalla

Juan Carlos Laviana

Juan Carlos Laviana

Cuatro comunidades autónomas ya prohíben los móviles en los centros educativos y varias más lo están estudiando. Expertos y profesores firman un documento contra el discurso «reaccionario» antipantallas y defienden que la escuela fomente la «competencia digital». Diversas investigaciones científicas demuestran que los alumnos aprenden y memorizan mejor cuando escriben a mano que cuando lo hacen con un teclado. Son sólo algunas noticias publicadas en los últimos días que han abierto un encendido debate sobre el uso de las nuevas tecnologías.

Como no podía ser de otra manera, la polémica se ha llevado a los extremos. Sin tener muy en cuenta los matices, que no todo es blanco o negro. Entre los encerados de pizarra y las pantallas digitales hay todo un mundo de soluciones intermedias. El problema no son las nuevas herramientas que nos ha traído la revolución digital, sino su uso abusivo, desmedido. No puede ser casualidad que la polémica haya surgido justo ahora, cuando se acaba el ya bautizado como «año de la Inteligencia Artificial». La irrupción vertiginosa de esta nueva herramienta y sus evidentes amenazas ha hecho que nos replanteemos todo lo que tiene que ver con el mundo digital. Han surgido voces exigiendo detener el «progreso» y reflexionar antes de seguir avanzando. Necesitamos una pausa, parar y pensar. No vaya a ser que la IA nos acabe dominando.

Los ya mayores recordamos con nostalgia el uso de la tiza, la pizarra y el pizarrín. Uno, dado a dulcificar el pasado, hasta echa de menos aquellos lejanos años en aquella primitiva escuela unitaria. Unitaria no porque fuera mixta de chicos y chicas, que no lo era, sino porque se mezclaban alumnos desde los 6 hasta los 15 años. Y añora hasta cuando nos escondíamos bajo el pupitre, para esquivar los lanzamientos de don Crescencio del contundente borrador sobre la cabeza de algún incauto.

Incluso hay quien reivindica la vuelta al uniforme, tan denostado en su momento por considerar que convertía a los alumnos en seres sin personalidad, perdidos en la masa, en autómatas como los de la película The Wall, basada en el himno revolucionario de Pink Floyd. Ahora resulta que se han uniformado los propios jóvenes, empeñados en lucir la misma ropa, la más a la moda, y creando así desigualdades entre los que pueden llevar atuendo de marca y los que se visten como pueden.

Que los móviles en los centros educativos son un motivo de distracción de los alumnos es innegable. Son muchos los estudios que demuestran que dificultan el aprendizaje, incluso estando apagados, ya que constituyen una tentación continua. Por otra parte, conviene no obviar que el problema de la dependencia de los smartphone no es solo de los centros, sino también, y sobre todo, de los padres, que con frecuencia ellos mismos no suelen ser un buen ejemplo y son los responsables de que la mayoría de nuestros niños dispongan de su primer teléfono a la temprana edad de nueve años.

El problema de los móviles en las aulas coincide con el del uso de dispositivos digitales como instrumento de aprendizaje. Entre otros inconvenientes, su utilización en las escuelas lleva a que muchos jóvenes apenas sepan escribir a mano. Precisamente la pérdida de la escritura manual –también por parte de los adultos– ha provocado que muchos expertos hayan dado la voz de alarma. Ya en 2014, una encuesta realizada en el Reino Unido demostraba que uno de cada tres encuestados no había escrito nada a mano en los seis meses anteriores.

Está demostrado que la escritura con papel y lápiz mejora la memoria, la concentración, la motricidad, retrasa el envejecimiento mental y ofrece una percepción espacial más compleja, entre otras muchas ventajas sobre la escritura en un portátil, una tableta y, no digamos, en un móvil. Por no hablar del descanso que supone para nuestra vista.

No se trata de fomentar un nuevo ludismo, de prescindir de las grandes ventajas que, sin duda, proporcionan las herramientas digitales, sino de evitar su uso abusivo y de aprovechar los beneficios que proporciona la escritura manual. Al poner tanto empeño en acabar con el llamado «analfabetismo digital», lo que hemos hecho es resucitar el analfabetismo de toda la vida.

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