Reseteando

Hoy puede ser un gran día

Javier Ortega Smith y Rocío Monasterio, de VOX, ante el Teatro de La Abadía.

Javier Ortega Smith y Rocío Monasterio, de VOX, ante el Teatro de La Abadía. / XAVIER AMADO

Javier Durán

Javier Durán

Lo hemos dicho varias veces, los españoles están hartos de la bronca política y están dispuestos a ampliar su espectro de adicciones, incluido el porno, si sus representantes se empeñan en seguir enfrentándose hasta por el fondillo de una botella de vino. Oportunísima la divulgación por parte del CIS de la primera encuesta sobre los hábitos democráticos de los españoles, precisamente en la jornada en que las Cortes Generales viven una experiencia inédita: consenso general para modificar la Carta Magna, de la que desaparece el término discriminatorio «disminuido» para ser sustituido por «personas discapacitadas». La centuria de Vox votó en contra de la medida, pero no vale ni la pena interpretar la soledad de los fascistas: la ocasión histórica para el país y para la igualdad de hombres y mujeres que viven con una alteración física o intelectual, no merece que se le dedique ni un miligramo de segundo a semejante bazofia. Es un día, por tanto, para creer que existe aún un atisbo de esperanza y que todavía hay circunstancias que remueven la conciencia, más allá de las banderas, facciones, negociaciones, insultos y crispaciones. No, no engañemos pensando que este gran gesto abre un periodo de convivencia política distinto, capaz de borrar la insatisfacción de una mayoría de españoles con una acción parlamentaria, también municipal, en la que empieza a abundar el matonismo. Sería una especie de aparición mariana que el actual estado de la cosa política transmutase, aunque añado: no suelo utilizar títulos de películas ni de canciones para los artículos, pero para esta columna me he dado autorización a mí mismo para recurrir al tema Hoy puede ser un gran día, de Serrat. Y lo observo así, al considerar que los señores diputados/as deben sentirse bastante más realizados, serenos y positivos al confirmar en sus entornos el orgullo que despierta salirse del carril del conflicto. Su señorías deben ser conscientes de que tienen en sus manos (o en sus cerebros) que crezca o no la desafección, también las adhesiones a los discursos de fantasiosos exaltados.

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