Piedra lunar

Binta

Binta

Binta / EFE

José A. Luján

José A. Luján

Hace tres décadas, cuando desarrollábamos nuestra actividad laboral en un instituto de secundaria de Las Palmas de Gran Canaria, con facultades para organizar el funcionamiento interno del centro, se nos llegó a plantear la posibilidad de insertar proyectos educativos provenientes de tres ámbitos regionales. Canarias era el epicentro de la tricontinentalidad, América, África y Europa. El currículo oficial estaba encorsetado con cierta rigidez y apenas permitía una flexibilidad frente a lo establecido. La autonomía de los centros era una demanda que se planteaba no sólo para educar, teniendo el contexto como fundamento sino también abrir líneas innovadoras en los propios seminarios o departamentos.

La creación de la Universidad de Las Palmas significó un escalón de colaboración entre departamentos universitarios y centros de secundaria por lo que la llegada de alumnos de otros países en virtud de convenios específicos vino a significar el enriquecimiento de contenidos. El intercambio con centros de otros países empezó a verse con bastante normalidad, y así, alumnos de nuestros centros, pasaban un tiempo del curso escolar en ámbitos extranjeros, perfeccionando el idioma y conviviendo con costumbres y estilos de vida que se generaban de manera espontánea en las familias que acogían a nuestros alumnos. Y luego sucedía a la inversa, con alumnos foráneos que venían a Canarias con el mismo propósito. Eran los preámbulos de una globalización del conocimiento en educación secundaria, cuando los circuitos de las redes sociales aún estaban por desarrollar.

En este contexto social, un día aparece por nuestra isla, una señora proveniente de Mauritania que responde al nombre de Binta y es la madre de Fátima, que estudia informática en la ULPGC. Binta recorre la ciudad y los paisajes cumbreros de Gran Canaria y se hace presente en las terrazas de Triana. El paseo tras el almuerzo es un espectáculo visual. El colorido de la vestimenta y la forma de avanzar por el centro de la calle, a esa hora de la tarde sin mucho público, se convierte en una procesión aristocrática. Binta, entonces, y avalada por una sólida formación curricular, desempeña un alto cargo de responsabilidad en la administración de Correos, en un distrito de Nouachot. Casada con el Coronel Sogho (ya jubilado), y con la procreación de diez hijos, alcanzó un hondo compromiso sociocultural en su entorno.

En una segunda ocasión vino a nuestra ciudad a participar en la celebración de la boda de su hija Fátima con nuestro hijo Pablo. El evento tuvo como marco el Gabinete Literario, y la amplia pléyade de amigos y amigas, llenaron con sus vistosas vestimentas y la sonoridad de sus panderos, la majestuosidad del edificio.

En una tercera ocasión Binta vino a Las Palmas a conocer a su último nieto, el caballero Ibrahím, convertido en un infante del desierto, con su delicada piel de mulatito. Aprovechó el visado de salida de su país para recorrer diversas ciudades europeas donde radican algunos de sus hijos. A su vuelta, pasa de nuevo por nuestra ciudad para despedirse de su nieto, el infante Ibrahím.

Lo que había sido una inmensa alegría familiar, a los pocos meses se convierte en una enfermedad incurable. Binta, desde su ciudad de residencia, aglutina los afectos familiares y de muchos ciudadanos. Su entierro tiene lugar en el marco de una enorme sencillez. Sin embargo, la oración islámica, similar a los funerales que se hacen en nuestros templos, se celebra por la tarde durante tres días consecutivos en su casa que ha sido durante muchos años el lugar de encuentro familiar, con la asistencia de más de doscientas personas en cada una de las convocatorias, que desean expresar su afecto a la familia. Desde esta isla, recordamos de manera imborrable, su singular personalidad y las lecciones solidarias que emanaban de su presencia. No queríamos que se marchara de este mundo sin que quedara el testimonio de su agradecida figura.