Observatorio

Los sonidos del silencio

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Imagen de archivo / Foto de Tatiana Syrikova: https://www.pexels.com

Humberto Hernández

Humberto Hernández

Del silencio de los sonidos quería yo hablar más que del tema musical que allá por los años sesenta popularizaran Simon & Garfunkel, porque de todo menos sonoro es el pronunciamiento de académicos, profesores, gramáticas y otros manuales en relación con la información sobre nuestro sistema fónico y sobre sus variantes. Y sorprende que un sistema semiótico de naturaleza oral como es la lengua no merezca el interés de los estudiosos más allá de las frías y descriptivas definiciones de los fonemas y sus realizaciones más importantes (de esto se ocupan la Fonética y la Fonología), pero nada, o muy poco, sobre las normas convencionales de pronunciación, de las que debería ocuparse la disciplina conocida como Ortología, ausente, como digo, de la mayoría de las gramáticas y de los manuales académicos.

El asunto de la pronunciación en español y de la necesidad del desarrollo de la disciplina normativa correspondiente es un problema aún pendiente, y, por más que muchos hayamos insistido en su necesidad, la ausencia persiste. Hasta la 21.ª edición, la de 1992, el Diccionario académico nos informaba, por lo menos, de que boutique se pronunciaba aproximadamente /butík/ o que en hachís, harca y hipido la hache inicial se pronunciaba como una aspiración, pero en la siguiente, la de 2001, ya la Academia decidió suprimir esta escasa información; solo se podía recurrir para resolver dudas de pronunciación al desaparecido –lamentablemente– Clave, diccionario de uso del español actual. Por aquel año de 2001 yo había publicado en una de mis Notas Lingüísticas (en El Día, recogida luego en mi libro Una palabra ganada, 1.ª ed. en Altasur, 2002), una titulada, precisamente Ortología en la que denunciaba esta ausencia y reclamaba tal necesidad.

Hoy, habiendo comprobado que la situación apenas ha cambiado, vuelvo a la Ortología, pues, aunque pudiera parecer repetitivo, las dudas persisten como lo demuestran las muchas consultas de este tipo que me suelen plantear. Las más recientes tienen que ver con la locución «la punta del iceberg», cuyo significado como se sabe, es ‘parte visible de algo, que permite intuir la existencia de un todo mucho mayor’: ¿cómo se ha de pronunciar –me preguntan– [icebérg] o [áisberg]? Y esta otra: ¿Cómo pronunciar pellet, voz que hace referencia a las bolitas de plástico que están apareciendo en nuestras playas? Y no está resuelta la cuestión. Con respecto a la primera, el Diccionario panhispánico de dudas de la Real Academia recomienda la pronunciación «a la española» [izebérg] o [isebérg], por ser un extranjerismo totalmente integrado, sin embargo, se prefiere la pronunciación inglesa [áisberg] en el español de América. Con pellet, que no es anglicismo completamente nuevo, acudiremos a su pronunciación inglesa: [pélet].

Pero las dudas son muchas más. Y es posible que alguien pueda argumentar que no es tan necesaria la Ortología, o la información sobre la pronunciación, dada la proximidad entre grafía y sonido que existe en nuestra lengua, pues se ha sugerido que el español es una lengua que se pronuncia como se escribe: ¿[shakespeáre], pues, en vez de [shéspir]?). Plantearía cómo informamos entonces de la distancia entre sonido y grafía que existe en el caso de palabras totalmente integradas cuya pronunciación «a la española» seguramente no aceptaría la norma culta, como, por ejemplo, braille, chauvinista, harca, júnior, mánager, resort. ¿Pronunciaremos [bráille] o [bráile], [chauvinsta] o [chovinísta], [arka] o [harka, con h aspirada], [júnior] o [yúnior], [mánajer] o [mánayer], [resórt] o [risórt]?

Pero es que además existe un buen número de extranjerismos de uso muy frecuente en español que precisarían de esta información, pues no todo el mundo conoce las normas ortológicas de todas las lenguas; piénsese, por ejemplo, en voces italianas como limoncello; francesas como ballet, boutique o amateur; o inglesas, las más, como bluetooth, copyright, freelance u overbooking.

Por lo pronto llamaré la atención sobre las pronunciaciones de mobbing [móbin], steak tartare [estéik tartár], que suelen verbalizarse equivocadamente en las formas [múbin] y [estík tártar], aunque no me atrevo a asegurar que no se generalicen los usos considerados hoy anómalos, pues así de arbitraria y cambiante es la norma.

Y puestos a observaciones normativas sobre la pronunciación, debería advertirse que la Real Academia Española ha devuelto a su condición de extranjeras las locuciones latinas, y, como tales, se escribirán en cursiva y sin tilde; de modo que si no se tiene conocimiento de la lengua de Cicerón el lector no tendrá información acentual de locuciones como alter ego, rigor mortis, horror vacui; antes, la tilde nos resolvía la duda: álter ego, rígor mortis, hórror vacui. También, como en el caso anterior, es preciso observar las que a tenor de la norma podrían considerarse anómalas pronunciaciones, las de las locuciones statu quo y sine qua non, pues aunque frecuentemente se verbalizan [estátu kúo] y [sinekuánon] lo apropiado habrá de ser [estátu kuó] y [sinekuanón]. (Véase el Nuevo diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, de Manuel Seco, Barcelona, Espasa, 2011, ss.vv.).

Es probable que estas cuestiones de pronunciación no presenten mayor interés, pues al fin y al cabo se trata de palabras que no son de nuestra lengua, y cualquier pronunciación anómala se podría justificar a causa de su origen foráneo; sin embargo, no sería admisible que por desconocimiento de la propia lengua, lo que incluye las variantes dialectales, incurramos en graves defectos de anómalas pronunciaciones, ya sea por ignorancia de la fonética elemental o por la nula información ortológica recibida de quienes deberían proporcionarla.

El español de Canarias es un ejemplo modélico de recepción natural de extranjerismos, y siempre, con diligencia, se ha procedido a su adaptación fónica y gráfica sin mayores dificultades, con el respaldo normativo de la Academia Canaria de la Lengua: creyón (de crayón), queque (de cake), naife (de knife), piche (de pitch), quinegua (de King Edward). Sin embargo, a pesar de que en ocasiones he insistido en los rasgos fónicos del estándar canario, sigo observando todavía cierto desconocimiento, muchas veces reforzado con el equivocado criterio de algunos libros de texto. Resumiré algunas de las recomendaciones que responden a dudas que me han planteado: 1. El seseo no es un defecto, insisto, es un rasgo propio de la modalidad, que no consiste en una simplificación ni en una confusión entre la s y la z. 2. En el español de Canarias sí tenemos el sonido ch, por más que algunos foráneos lo perciban como una y (¿muyayo?, es lo que dice incluso algún libro de texto). 3. Pronunciamos las eses finales de sílaba como aspiraciones laríngeas, salvo en algunas situaciones del mensaje, como lo hacemos con los sonidos que están representados en la escritura con las grafías j y g seguida de e, i. 4. El grupo -tl- en nuestro estándar se pronuncia, o suele pronunciarse, en la misma sílaba y no en sílabas diferentes (a-tlán-ti-co, en lugar de at-lán-ti-co). Y 5. Información para los hablantes distinguidores: las grafías z y c seguida de e, i en antropónimos y topónimos canarios, sobre todo, que la mantienen por tradición (normalmente a causa de una inicial hipercorrección ortográfica), se pronunciarán como s, puesto que nunca representaron al fonema interdental fricativo: así, Ayoze, Yaiza, Zebenzuí, Dácil, Guacimara y Tazacorte, entre otros, se pronunciarán [ayóse], [yáisa], [sebensuí], [dásil], [guasimára] y [tasakórte]. (Todas estas cuestiones las he desarrollado en el capítulo dedicado a la Ortología en el Manual de estilo de Radiotelevisión Canaria, libro del que soy autor).

Por último, hay que rechazar la idea de que por ser el canario un dialecto (todas las variedades del español lo son) se nos imputen los usos anómalos de pronunciación que tienen la consideración de vulgarismos, como lo es el cambio de r por l (cardero), la pérdida de la -d- intervocálica (casi ná), la sonorización de sordas (gabina por cabina) y algún que otro rasgo poco valorado. Y es que se sigue asociando dialecto con modalidad inferior de una lengua en relación a otra considerada superior, y eso no es así. ¿Dónde quedaría entonces aquello de «la dicción dulce de los canarios», que decía García Márquez?