Reseteando

Secretos de Sánchez con Marruecos

Ayer, volvió a quedar en evidencia el gusto que Sánchez le ha cogido al secretismo en sus relaciones con Marruecos, tras el anuncio de un inesperado viaje

Mohamed VI.

Mohamed VI. / EP

Javier Durán

Javier Durán

No nos hemos enterado ni por asomo en Canarias de lo que firmó Sánchez con Marruecos en su último viaje al Reino. Tampoco husmeamos la gracia que Moncloa le concedía a Mohamed VI: un espaldarazo al plan autonómico que se trabaja para el Sahara, con la consiguiente renuncia española a su tradicional posición en defensa de un referéndum para la excolonia.

Lo cierto es que cogió por sorpresa al arco parlamentario al completo, incluso a los podemitas, socios del PSOE en el momento e irredentos prosaharauis, si bien no lo convirtieron en causa para abandonar el Ejecutivo nacional. Los socialistas lo justificaron desde la necesidad de enfriar la ruta migratoria y rebajar la tensión fronteriza en Ceuta y Melilla. A cambio, una buena cesión a Rabat y una ruptura de las relaciones diplomáticas (la herida sigue abierta) con el gobierno de Argelia.

Ayer, volvió a quedar en evidencia el gusto que Sánchez le ha cogido al secretismo en sus relaciones con Marruecos, tras el anuncio de un inesperado viaje. El encuentro con el omnipresente monarca queda en la atmósfera, pues nunca se sabe si entra o sale de uno de los palacios que utiliza como residencia fuera del territorio nacional. Incógnita o plante, veremos.

El Archipiélago canario no tiene estatuto alguno de cortesía para poder meter la nariz, ni la punta, en los asuntos que llevan el sello de relaciones hispano-marroquíes. Lo que decida Sánchez y su ministro Albares es incertidumbre pura, pese al grave expediente de la migración; a la vecindad geográfica; a las ambiciones rifeñas con los llamados metales raros del subsuelo marino; el contencioso de la delimitación de las aguas territoriales de fondo, o a las autorizaciones de sondeos para la búsqueda de petróleo cerca de las Islas.

Temas de alta sensibilidad para la autonomía, que le competen al Estado, pero en los que Canarias no se puede conformar con el papel de mera receptora, al albur de unas decisiones que pueden hipotecar su futuro. Se presume que tenemos más derechos que el llamado socio preferente: Marruecos y su corte.

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