Isla martinica

Gana la libertad

Las palabras pueden ser el medio de expresión de la libertad, como predicó Sartre en A puerta cerrada, ya que una sola de ellas, en el momento oportuno, es la celebración del hombre libre, incluso la posibilidad de alzarse frente a la opresión y el atronador silencio que impone a su paso. Pero, las palabras también pueden traicionarnos y abrir la puerta a la contradicción, el sonrojo y el deshonor. Tal ha sucedido en las recientes elecciones gallegas, donde la fachosfera de Sánchez ha ganado por mayoría absoluta. ¿Quiere decir esto que la «España facha», conforme al pensar de los radicales que nos gobiernan, viene a cumplir unos objetivos más allá de lo democrático? En cierto modo, al calificar así a medio país o una autonomía al completo, como la de Madrid o la de Galicia ahora, se las está condenando por sentir de una manera distinta al discurso oficial. Además, cuando se adjetiva el voto de una mayoría social como opuesto al dictado de la superioridad moral de los socios de coalición, ¿se está abiertamente defendiendo la ilegitimidad de los comicios habidos en Andalucía, Murcia o la misma Galicia? La respuesta a la pregunta no es baladí en absoluto. Este es el particular punto de fuga de la izquierda española, dándose de bruces con la propia democracia. Insultar a media nación y defenestrar la ideología del rival puede derivar en lo que ha sucedido en el extremo noroccidental del país. A partir de este instante, y aplicando una lógica elemental a la cuestión, hablar de la fachosfera sería el equivalente a despreciar la validez y legalidad de unos resultados electorales obtenidos en el pleno ejercicio de los derechos constitucionales contemplados en la Carta Magna.

En realidad, la que ha ganado en Galicia es la libertad. Nadie está por encima de la ley ni es ajeno al imperativo que la desarrolla. Los gallegos han hablado y de qué manera, confiando la suerte de una comunidad a un partido determinado con una ideología muy clara y con unos valores morales y sociales igualmente precisos. Y por proseguir con el turno de preguntas: ¿los españoles de Orense o La Coruña, por el simple hecho de depositar una papeleta diferente a la esperada por Tezanos, han de padecer el que se les tache de fachas, antidemócratas y el resto de desprecios de una izquierda que, como dije en un principio, se ve en la tesitura de comerse sus propias palabras? En definitiva, el lenguaje ha terminado por traicionar a un progresismo en horas bajas, recordándome, de alguna manera, a lo que escribiera el último Wittgenstein, el de las Investigaciones filosóficas, quien reconocía que el vocablo «progreso» es uno de los más empleados, aunque no se sabe muy bien cuál es su significado objetivo. Me temo que el diagnóstico del angloaustríaco se ha hecho realidad en la izquierda radical que sufrimos un día sí y otro también, porque España no se merece la extrema polarización en la que hozan Sánchez y sus socios de gobierno. Por cierto, un país en el que no creen, como han demostrado hasta la saciedad, pero que les está haciendo despertar a golpe de urna de la ilusión en la que viven.