Opinión | Retiro lo escrito

Banalizando el machismo

El consejero de Obras Públicas del Gobierno de Canarias, Pablo Rodríguez, durante la reunión mantenida este viernes.

El consejero de Obras Públicas del Gobierno de Canarias, Pablo Rodríguez, durante la reunión mantenida este viernes. / LP/DLP

En el actual discurso político se retuercen pequeñas y ruines astucias para conseguir estigmatizar, anular o desprestigiar al adversario. No son novedades, se practican desde siempre, pero adoptan nuevos pretextos y ropajes retóricos. Una de ellas es la indignación, y entre las indignaciones, desde luego, brilla con luz intensa la denuncia indignada de actitudes machistas. Por supuesto que existen machismos y micromachismos en el espacio público, incluyendo los parlamentos, pero esta praxis discursiva no centra su atención en la realidad, sino en los más banales o marginales asuntos para proclamarse agredida y exigir reparaciones morales. A veces el pretexto es absolutamente fantasioso, delirante. Ayer ocurrió en el Parlamento de Canarias. En el penúltimo pleno se había entablado un debate, más o menos encendido, pero correcto, entre el consejero de Obras Públicas y Transportes, Pablo Rodríguez, y la diputada socialista Patricia Hernández. Después de un buen rato, Hernández terminó insistiendo en que el consejero había dicho repetidamente esto y aquello, y que siempre reiteraba tales argumentos, «en los plenos y las comisiones, que yo lo tengo todo grabado». Era, por supuesto, una pequeña ironía. En su réplica Rodríguez quiso corresponder algo torpemente a la broma. «Yo también la he grabado en la intimidad». Sospecho que el consejero no reparó en nada hasta que regresó a su escaño y advirtió la expresión ceñuda de Hernández.

Me han contado –no fue ni Rodríguez ni Hernández– que el consejero, observando la irritación de la diputada, le envió un wasap pidiéndole disculpas si la había molestado en algo, y que su señoría aceptó sus excusas. Pero, obviamente, una política como Hernández no iba a desaprovechar la circunstancia. Ayer le pidió explicaciones en el pleno por su machistada. «El Parlamento no es la barra de un bar ni el micrófono un vaso de gin tonic», espetó la socialista. Repito, por si me he explicado mal, que todo esto se debe a una frase: «Yo también la he grabado en la intimidad». A partir de ahí la diputada incluso mencionó a su familia para decir que ellos no se dedicaban a la política (sic). Es demencial. El consejero de Obras Públicas no se había referido a su vida familiar, ni a su ámbito privado, ni a sus amigos o costumbres. Simplemente respondió a su humorada con otra, refiriéndose a lo mismo, las declaraciones de la diputada en plenos y comisiones, y por eso empleó el adverbio también. Cuando uno no agrede a nadie y, en cambio, es descalificado groseramente con falsos pretextos, está siendo objeto de un ataque personal, y eso es exactamente lo que hizo ayer Patricia Hernández.

El responsable de Obras Públicas se limitó a pedir disculpas. Sospecho que lo hizo por no seguir dando cuerda a la tropelía de Hernández, pero creo que se equivoca. No puede tolerarse –no lo debe hacer ningún hombre ni ninguna mujer– que se agreda a alguien sin ninguna razón y solo para obtener un efímero rédito político, un diminuto y tontiloco titular. Ser calificado de machista es ser acusado de un comportamiento moralmente execrable e intelectualmente indigente. No es ser despistado, superficial o insensible, sino algo más grave y esencial. El feminismo no puede ser reducido a herramienta retórica para conseguir cinco minutos de gloria en un pleno parlamentario, para victimizarse y luego resurgir gloriosamente como conciencia libre de sí misma y del 51% del resto de la humanidad. La denuncia del machismo no debe ser banalizada hasta este extremo caricaturesco y las primeras que deberían entenderlo así son las diputadas socialistas y, más en general, todos y cada uno de las y los representantes de los ciudadanos que trabajan en la Cámara. La crítica y corrección de los machismos necesitan generosidad, inteligencia, rigor, valor y coherencia. El feminismo no está para rellenar un punto del orden del día de un pleno, enseñar los dientes, ahuecar la voz admonitoria y conseguir una foto.

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