Opinión | Retiro lo escrito

Izquierdas liliputienses

Alberto Rodríguez estaba convencido que bastaba con improvisar un cascarón organizativo, corear media docena de consignas y agitar su pelambrera en algunos mítines y ya tenía el escaño seguro en el Parlamento de Canarias o el Congreso

Archivo - Imagen de recurso del exdiputado en el Congreso y candidato de Drago Verdes Canarias a las elecciones del 28 de mayo, Alberto Rodríguez.

Archivo - Imagen de recurso del exdiputado en el Congreso y candidato de Drago Verdes Canarias a las elecciones del 28 de mayo, Alberto Rodríguez. / Óscar J.Barroso - Europa Press - Archivo

No hay nadie que sume en Canarias? Por el momento no. Fue muy curioso que Alberto Rodríguez decidiera llevar a su proyecto germinal, Drago, a la confluencia impulsada por Yolanda Díaz. Curioso, principalmente, porque Drago era y es una organización mucho más a la izquierda que los grupos de los Comunes o que Íñigo Errejón o que Comisiones Obreras, por decirlo todo. Pero Rodríguez quería colaborar en el desfallecimiento de Podemos y sostenía que cada voto que pudiera agregarse a su candidatura al Congreso de los Diputados tenía un valor. Como finalmente no obtuvo el escaño pues nada: adiós a Sumar. Es una situación realmente calamitosa la de la izquierda canaria. ¿Javier Navarro Lasso sigue siendo coordinador general de Más Canarias? Es más, ¿sigue existiendo Más Canarias como un partido político minúsculo, pero vivo? ¿Cómo puede Errejón autodefinir Más País como una organización federalista si no ha comunicado nada sobre el proyecto de Sumar desde hace un año? Y una curiosidad menor, ¿por qué Más País y no Más España? ¿Les da vergüencita?

En Canarias –como ocurre en el resto de España– pululan las pequeñas, liliputienses organizaciones de izquierda no porque lo tengan claro, sino porque están confundidos. La eclosión de microorganismos izquierdistas, que recuerda en su abundancia a la experiencia de finales de los setenta y principios de los ochenta, tiene, desde luego, una explicación inmediata que se basa en dos factores. El primero es Podemos. El éxito de Podemos. Porque, por primera vez, una fuerza a la izquierda del PSOE, una fuerza recental creada y dirigida por un grupo de jóvenes profesores universitarios y activistas testarudos conseguía sobrepasar la triste marginalidad del progresismo rogelio (PCE, Izquierda Unida) y plantarse en el tablero de juego del poder institucional. Cinco diputados en las primeras europeas. Y 69 escaños en las primeras generales. Fue una conmoción en la izquierda mohína y resignada. Había que verle la cara esos días a los veteranos de IU y similares.

Todo parecía posible. Incluso el sorpasso al PSOE. Esa hazaña impresionante ha quedado grabada en la piel de miles de militantes y devotos izquierdistas: sí se puede y demás chatarra sacramental. Y no se ha borrado del todo, al contrario. El botín ideológico de Podemos ha sido tan rico que ha servido para que un pelafustán palabrero como Errejón funde su propio partido y pueda sentarse en un escaño o que Yolanda Díaz, militante del PCE, haya expulsado al propio Podemos y, asimilando parte sustancial de su imaginario, se consagre como nueva lideresa de la izquierda que pretende ser alternativa de un gobierno del que forma parte.

El citado Alberto Rodríguez, por mencionarlo de nuevo, estaba convencido que bastaba con improvisar un cascarón organizativo, corear media docena de consignas y agitar su pelambrera en algunos mítines y ya tenía el escaño seguro en el Parlamento de Canarias o el Congreso. El prodigio político-electoral de Podemos de hace una década ha transformado los milagros en objetivos verosímiles.

El segundo factor de la multiplicación de izquierdas e izquierdismos es, de nuevo, Podemos. Es decir, el fracaso de Podemos. Porque todo el mundo quiere llenar ese hueco, por un lado; por el otro, porque ya no existe un polo sólido con fuerza y atracción suficientes para tejer una red de alianzas y compromisos, como empezó a hacer Podemos a partir de 2017 (y fracasó). En Canarias Izquierda Unida está muy debilitada para nuclear absolutamente nada. Y Sí se Puede –que nunca tuvo en otras islas la potencia que alcanzó en Tenerife– se ha carbonizado en su alianza con Unidos Podemos. Claro que es más que eso. Lo que ocurre, más esencialmente, es que la izquierda tiene, como siempre, todas las indignaciones, pero ahora mismo no parece tener nada más. Ni diagnósticos, ni alternativas, ni siquiera mirarse a la cara y reconocer sus derrotas. Como siempre pretenderán que se les mida por sus intenciones, no por sus resultados. Y la gente se está hartando de ese juego.

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