Opinión | Observatorio

Carlos Malamud

Haití no tiene quien le escriba

Archivo - El primer ministro de Haití, Ariel Henry

Archivo - El primer ministro de Haití, Ariel Henry / OFICINA DEL PRIMER MINISTRO DE HAITÍ - Archivo

Caos, violencia extrema, corrupción, desesperación, cuatro ideas repetidas sobre la crisis política, social y de orden público haitiana. Y todo acompañado de otra definición lapidaria: Haití es un Estado fallido sumido en la anarquía. Por si esto fuera poco, prácticamente no hay expectativa de futuro, de pensar, aunque solo sea fugazmente, que las cosas pueden mejorar. Nada indica que este sea el camino, al primar la desesperanza, generalmente acompañada del propósito de dejar el país como casi única vía de escape.

La falta de seguridad es total. El paisaje urbano, especialmente en la capital, Puerto Príncipe, está jalonado por el accionar de bandas criminales, cebadas en los sectores más vulnerables. Las mujeres son sus víctimas preferidas, ejerciendo sobre ellas una violencia sexual desmesurada. En este momento, las pandillas han pasado de un estado de confrontación permanente a otro de mayor entendimiento, con los consiguientes contratiempos para la población. Esto ha permitido mejorar sus niveles de coordinación, con un grado de eficiencia, desconocida en el pasado, como muestra la coalición Vivre Ensamble (Vivir Juntos).

Si bien la renuncia del primer ministro Ariel Henry generó una sensación transitoria de alivio, pronto surgieron discrepancias internas sobre cómo lograr un desenlace ordenado y pacífico. Se buscaba formar un consejo presidencial de transición, con nueve miembros de distintas facciones políticas, del sector privado, la sociedad civil y grupos religiosos, encargado de nombrar un primer ministro interino mientras se convocan nuevas elecciones. Pero no será sencillo.

Paradójicamente, quienes se arrogan el derecho de conducir al país en esta transición son delincuentes connotados. Aquí emerge la siniestra figura del expolicía Jimmy Barbecue Cherizier, líder de la banda G9 y ahora de Vivre Ensamble. También destaca el exsenador Guy Philippe, liberado hace poco de una prisión estadounidense tras cumplir pena por lavado de dinero. Está apoyado por la coalición Despertar Nacional por la Soberanía de Haití, vinculada al levantamiento de 2004 contra el presidente Jean-Bertrand Aristide. Ambos creen tener la legitimidad necesaria para gobernar, aunque el más peligroso es Cherizier. Su rechazo al acuerdo de la comunidad internacional, básicamente la Comunidad del Caribe (Caricom) y EEUU, empeñada en estructurar una fuerza policial de pacificación, fue categórico. Cualquier avance en la normalización institucional, en el reforzamiento policial y en la búsqueda de garantías para la convivencia social sería un retroceso en su posición dominante. De ahí su pedido a la comunidad internacional de darle «una oportunidad a Haití».

La «oportunidad» sería no constituir la fuerza policial internacional de mil efectivos, liderada por Kenia, que podría amenazar su predominio criminal. En la última semana aumentaron las respuestas violentas, con ataques al Palacio Nacional, al Ministerio del Interior, al aeropuerto, y también a cárceles y comisarías, con la liberación de más de 3.700 presos. Desde 2021, tras el asesinato del presidente Jovenel Moïse, hay un marcado vacío de poder. No hay funcionarios electos y el Parlamento no funciona. Barbecue intentó capitalizar el caos buscando una salida política, con gestos brutales y amenazas contra los políticos tradicionales y «los oligarcas corruptos». Barbecue dice hablar en nombre del pueblo haitiano cuando afirma que sus seguidores armados, y no los políticos tradicionales, deben decidir sobre el nuevo Gobierno, cómo salir de la miseria y quién debe dirigir el país: «Hoy vamos a derribar todo un sistema... basado en el apartheid». «No tenemos miedo de nadie. Estamos en el negocio de las armas. Estas son las… que llevamos. Nacimos un día, moriremos un día… No hemos venido aquí para mentir a la gente y decirle que estamos haciendo una revolución pacífica… Estamos haciendo una revolución sangrienta».

El drama humanitario es la otra dimensión de esta hecatombe. Tradicionalmente, República Dominicana fue la salida natural para quienes huían de Haití, pero hoy no solo esta vía está cerrada, sino también es creciente el número de emigrantes sin papeles devueltos a su país de origen. La petición dominicana de encontrar una solución regional ha tenido un eco limitado o casi nulo por los principales actores internacionales que buscan una salida negociada. El fracaso de la comunidad internacional en su empeño de resolver la crisis es evidente, así como también es llamativo el escaso o nulo compromiso de la mayoría de los países latinoamericanos en la solución del problema. La última Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), con la presencia de Lula, Petro, Maduro y otros líderes «progresistas», fue incapaz de trazar un camino claro.

Sin embargo, la mandataria de Honduras, presidenta pro tempore de la Celac, convocó a una reunión urgente de su troika dirigente para impulsar una salida negociada, con una Mesa de Cooperación y Diálogo Político por Haití. Desde su perspectiva y «bajo ninguna excusa» se debería «permitir una acción militar que viole el Principio de No Intervención y el Respeto a la Autodeterminación de los Pueblos». Lamentablemente, mientras el lavarse las manos sea la posición oficial latinoamericana, será muy difícil quebrar la inercia actual y su consiguiente espiral de miseria y violencia.