Opinión | Ida y vuelta

Lucía Rosa González y Emilio González Déniz

Una chica hace uso de los libros ubicados en las casitas de madera

Una chica hace uso de los libros ubicados en las casitas de madera / Andrés Cruz

Hablemos sobre un poemario y una novela. En «Vibración de los nombres» (Huerga y Fierro, 2022) la autora bucea en la memoria de la madre, la naturaleza, la vendimia, los animales domésticos, con un tono existencial e interrogativo de vocación teatral. Nacida en la isla de La Palma, fue premio Pedro García Cabrera en 1994 y recientemente dio a conocer su obra más importante hasta ahora: su dramático Diario del volcán, inmediatamente traducido al alemán y presentado en la feria del libro de Frankfurt. Poeta, dramaturga y narradora, es autora de una obra en alza. Muy afectada por la erupción que destrozó el valle de Aridane, al modo de Virginia Woolf encuentra en la literatura el refugio para el ejercicio de llamar a sus fantasmas, su asombro ante la vida.

Lucía presenta una obra que contiene elementos panteístas, la memoria de la tierra es el eje central, la evocación de la infancia, de los paisajes, los frutales, las aves. Una poesía mistérica, con desbordamiento de imágenes oníricas, los sonidos, las impresiones, los recuerdos. Se detiene en elementos de la vida rural que conoce bien: las labores de la viña, los recuerdos de la niñez, el espacio de la plaza. El cariño hacia su madre y su entorno vital brotan una y otra vez en sus poemas, que son un recorrido por la voz de la experiencia, con ecos de la tradición universal. Practica la abstracción lírica, emplea metáforas surrealistas, el espacio de los primeros años, aparece su condición de autora teatral. En definitiva: despliega su imaginación ante el medio físico tan atormentado de su isla natal. Las grajas, los barrancos, las lavas, los troncos de pinos achicharrados, las cabras, las conejas, el corral de los cerdos enfangados antes de la matanza. Hay un juego verbal en el que desfilan sus interrogantes frente al mundo y a la existencia, la ansiedad por vivir.

«El reloj de Clío» (Ediciones La Palma, 2020) es una extensa novela que juega con la idea del laberinto, relatos que se entrecruzan con una prosa depurada con un trasfondo histórico y filosófico. No en vano Emilio es el autor de títulos tan memorables como El llano amarillo, Hotel Madrid, «Bolero para una mujer» o «Bastardos de Bardinia». Ha ganado el premio Pérez Galdós y el Ángel Guerra de Lanzarote y es un columnista de la prensa local. Después del exhaustivo trabajo de Victoriano Santana Sanjurjo, seguramente el crítico literario con más autoridad en Canarias en estos momentos, será difícil hacer aportaciones novedosas sobre este texto en el que aparece la musa Clío, referente de la historia y la épica.

Esta es una historia de historias, que juega con acontecimientos míticos mientras describe vidas cotidianas. En algún momento te viene el pálpito de Seis personajes en busca de autor, de Pirandello: la farsa, el absurdo, la irracionalidad. En definitiva, la búsqueda. He hecho el experimento de leerla siguiendo los patrones que Julio Cortázar aconsejó para Rayuela, es decir: ir hacia adelante y hacia atrás, intercalar episodios al margen de la lectura convencional que nos propone el libro, andar y desandar sus caminos interiores. Puede que el ejercicio parezca cansino pero siempre el enredo y la bifurcación de caminos a lo Borges te anuncia sus sorpresas. De entrada, se aprecia una prosa bien elaborada, pues este es un autor de amplio registro. Lo que está claro es que demuestra su capacidad de fabular, su erudición, con un estilo sugerente. Tenemos varios Emilios, pero que en definitiva son el mismo. El cronista de Hotel Madrid, el documentalista de El llano amarillo, el tierno de Bolero para una mujer, el que escarba en los mitos insulares con Bastardos de Bardinia. Presenta un camino limpio y constante, con una indagación en la poesía, inevitable la tentación que tienen los narradores de hacer algún experimento con la lírica. Y esta coda final: «Quién sabe si Teseo Yedra es yo mismo, o si yo soy él…»