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Turistas y residentes disfrutando de un día soleado en La Canteras.Andrés Cruz

Reseteando

Javier Durán

Temor por el desgarro turístico

A la hora de escrutar el malestar frente al crecimiento turístico y su repercusión en distintos ámbitos de la calidad de vida de los canarios, vale la pena sacar el catalejo y observar qué ocurrió en Lanzarote. En principio, la realidad conejera da la razón a los que van a salir a la calle el próximo día 20 bajo el lema Canarias tiene un límite: hay otras maneras de afrontar las dentelladas del tiburón turístico. En esa Isla se logró frenar un desarrollo desorbitado por un extraño híbrido entre el franquismo y César Manrique. Bajo la dictadura, el artista acometió un proyecto económico, paisajístico y cultural que modificó para siempre el destino de una sociedad marcada por una agricultura precaria. El programa manriqueño involucró a todos los lanzaroteños y remató una distinción insular todavía en vigor, pese a las décadas y décadas que han pasado desde el nacimiento de la idea. Los canarios, por tanto, tienen entre ellos un referente tangible, no una utopía. Haciendo memoria, podemos recordar a César manifestándose con el grupo ecologista El Guincho, megáfono en mano, contra los proyectos que violaban su estética. O en Madrid, dando una rueda de prensa contra una empresa de la construcción que pretendía un proyecto descomunal. También a la hora de excavar en este descontento actual de Gran Canaria y Tenerife, subrayar aquí a otros que evitaron el desastre en Lanzarote, como los arquitectos Eduardo Cáceres, Fernando Higueras, Jesús Soto Morales y Pedro Verdugo Massieu. Una masa crítica en el escenario turístico que tuvo su máximo valedor, en lo que se refiere a esta Isla, en Manuel de la Peña. Protestar por el crecimiento turístico no es nuevo, ni tampoco el replanteo de las posiciones: la misma Lanzarote ha sufrido el embate de la ilegalidad urbanística y el intento de desacreditar a César. Desde los años sesenta existe una lucha permanente por un modelo amable, acorde con la insularidad. Es obvio que esta pugna carece del capital intelectual y creativo que tuvo en el pasado, un vacío que habrá que resolver con el mero compromiso. Nada menos.

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