Llega con algo de retraso a nuestras carteleras, Las acacias, ópera prima del cineasta argentino Pablo Giorgelli, que obtuvo la Cámara de Oro en el pasado Festival de Cannes y el premio a la mejor película en la sección Horizontes latinos del último Festival de San Sebastián. Dos galardones que no han servido sin embargo para que la película se estrene con la celeridad con que se estrenan por estos lares otras producciones americanas de relumbrón, y, por si fuera poco, se proyecta sólo en una sala en todo el Archipiélago. Mírenlo por este lado: lo bueno, si breve, dos veces bueno; y aun lo malo, si poco, no tan malo. Esto último lo digo sólo para rematar el refrán, porque Las acacias es una lección del más puro cine.

No andan descaminados quienes han apreciado una cierta similitud entre Las acacias e Historias mínimas, de Carlos Sorin, y que va más allá del hecho obvio de contar "historias mínimas": ambas películas comparten, además, un mismo leit motiv: el viaje por carretera. Pero ese viaje es mucho más profundo de lo que implica trasladarse de un sitio a otro. Rubén es un camionero reservado que hace años recorre la ruta entre Asunción y Buenos Aires transportando madera. Por encargo, debe llevar con él a una mujer, Jacinta, y a su bebé, Anahí. Para Rubén no es el mejor comienzo. A medida que pasan las horas, la relación entre ambos irá creciendo. Lentamente, cada uno irá conociendo al otro, a pesar de que ninguno habla demasiado sobre su vida. Ninguno pregunta demasiado tampoco. ¿Sutil? Más que eso.

Las acacias ofrece una de las más sugerentes puestas en escena que hayamos visto últimamente, de un rigor y severidad tales que, a causa de su sobriedad, corre el riesgo de pasar desapercibida, y más en estos días que la gente anda como loca ante la utilización tan vistosa como hueca, tan impactante como vacía de contenido, del 3D. Giorgelli prefiere asumir el riesgo de encerrar a sus personajes en la cabina de un camión durante noventa minutos, y dejar que sean ellos mismos los que nos cuenten su historia, con gestos, con palabras (pocas), con miradas que dicen todo y silencios que encogen el corazón. Ahí es nada.

El tema de Las acacias no puede ser más actual, por mucho que parezca tan enraizado en un paisaje y un paisanaje como éste: la forma en que unos seres se enfrentan a sus fracasos, sus miedos, sus sentimientos en la durísima crisis de valores morales y recesión económica que vive el mundo actual. No obstante, es en la inteligente modestia de su propuesta y en la labor de sus intérpretes, Germán de Silva, Hebe Duarte y la pequeña Nayra Calle Mamani, donde radica su carta triunfadora. A Giorgelli le espera ahora el terrible reto de la segunda película. En el tránsito esperemos que no pierda su agudeza observadora y sus sencillos modos narrativos.