Fili Fernández, un técnico industrial de 22 años, hace tiempo que "pasa" de cualquier información que haga referencia a los ni-ni, esos jóvenes de entre 16 y 29 años que ni estudian, ni trabajan, ni tienen intención de hacerlo. "Paso -explica-, porque no me identifico con ella, ni identifico a ninguno de mis amigos que, como yo, ni estudian ni trabajan. Somos ni-ni, sí, pero no porque yo quiera sino porque no me dejan otra opción. No encuentro trabajo de nada, ni de lo mío, ni de dependiente en Ikea. Soy tan ni-ni como la compañera de mi madre que perdió el trabajo hace cuatro años, con 47. Ella tampoco estudia ni trabaja ni tiene perspectivas de conseguir un empleo".

Este joven madrileño pasa del término acuñado por los sociólogos a mediados de la primera década del siglo XXI porque sencillamente "ha quedado obsoleto ante la realidad actual", dice. No le falta razón. La generación ni-ni hacía referencia a un sector de la juventud que en plena bonanza económica, con una España con una tasa de desempleo que ahora parece irrisoria -en el 2007 era del 8,6%, pese a que era de las más altas de los países de la OCDE-, había decidido que no tenían prisas, ni ganas, de salir del nido familiar, protegidos como estaban por unos padres con una situación económica más o menos favorable, que les permitía tener los euros suficientes en el bolsillo para salir cuando les daba la gana y regresar cuando quisieran, mientras que en su habitación contaban con lo necesario para proporcionarles una vida cómoda. Se les dibujaba como chavales superprotegidos por unos padres con poca voz de mando, niñatos sin ganas ni ilusión por nada. Unos vagos, vamos, unos parásitos de la sociedad.

Pero esa definición duró bien poco, en cuanto llegó la crisis y el número de jóvenes sin trabajo y sin estudios empezó a ampliarse de manera escandalosa -en el 2012, la tasa de paro superó el 26%, y el paro juvenil llegó al 55%-. Y no precisamente porque los chavales no quieran hacer nada, sino porque la realidad económica del país les bloquea el acceso al mundo laboral tras haber acabado sus estudios. La imagen de los primeros ni-ni, duramente criticada, ha ido modificándose y evolucionando. No son parásitos, como antes se veían, representan la desesperanza de un sector amplio de la juventud sin posibilidades de iniciar una vida profesional y desarrollar una vida personal.

Uno de los expertos que se interesaron por el término ni-ni cuando, de manera peyorativa, se extendía a la juventud sin comprobar las circunstancias que rodean a este fenómeno fue Lorenzo Navarrete, profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y director del Grupo de Investigación Complutense Socialización y Futuro. La investigación que llevó a cabo en el 2009, Desmontando a ni-ni. Un estereotipo juvenil en tiempos de crisis, publicada por el instituto de la Juventud (Injuve), reveló que en ese momento, los jóvenes de entre 16 y 29 años que ni estudiaban ni trabajaban ni tenían justificación alguna para no desear cambiar su situación llegaban a 136.696 personas, un 1,73% del total, muy lejos de los 700.000 que desde algunas plataformas se indicaba. Quince meses después, esa cifra se había reducido a solamente 80.593.

¿Qué explica esa reducción? Cuando la crisis empezó a golpear a las familias, el sentimiento de "hay que hacer algo" se extendió incluso en ese reducido grupo de jóvenes (mayoritariamente de entre 20 y 24 años, según el estudio), señala el director del estudio. Muchos, entonces, retomaron unos estudios que habían dejado colgados de manera temprana, otros empezaron a buscar un trabajo que en la mayoría de los casos no llegó. Y ese sentimiento de "hay que hacer algo" les llevó incluso a colaborar en las tareas de casa. El discurso de "proyecto de futuro" fue incluido en su pensamiento, indica Navarrete.

Milena Stayonav, de 43 años, originaria de Bulgaria y con dos hijos, recuerda esos años en que su hijo mayor, entonces con 17 años, decidió aparcar los estudios y se instaló cómodamente en el sofá de su casa. "No quería estudiar, y de trabajar, ni hablar. Yo estaba desesperada porque veía que no tenía intención de hacer nada, sólo dejar pasar los días, salir con los amigos aunque no tenía dinero porque yo no le daba..., y ya está". Pero hace tres años, la situación cambió. Ella perdió "un par de casas" en las que trabajaba en el servicio doméstico. "Al verme tan agobiada, decidió ponerse a buscar trabajo en serio. No le salió nada, porque las cosas ya estaban mal, pero al menos retomó los estudios. El curso pasado terminó hostelería y ahora está de ayudante de cocina. Le pagan poco, apenas 200 euros por cuatro horas al día, pero tiene para sus gastos y paga el wi-fi de casa€ Su actitud ha cambiado", dice.

El cambio registrado en el hijo de Milena Stayonav no ha sido el único. David Sánchez, de 24 años, se reconoce ni-ni hace apenas cuatro años. El instituto no le gustaba, pese a que "tenía capacidad para estudiar", reconoce, pero le gustaba mucho estar con sus amigos, salir y no hacer nada, indica. Pero cuando las cosas se tornaron complicadas en su casa (su madre, viuda, perdió el trabajo), "me di cuenta de que había llegado el momento de cambiar". Encontró trabajo de dependiente en una tienda de ropa y retomó los estudios. "Recortes de personal me dejaron en la calle el pasado verano, pero sigo estudiando, mientras busco trabajo", explica. Y asegura que su grupo de amigos, que era "igual" que él, también ha cambiado. "Yo no conozco a nadie que no quiera hacer algo. No digo yo que no haya alguno, pero yo ya no conozco casos así. La situación se ha dado la vuelta, como un calcetín". Por eso, señala, se indigna cuando oye algo de ni-ni. "No tienen ni idea de lo que es ser un ni-ni€ yo lo fui y te puedo asegurar que hace tiempo que dejé de serlo. Ahora pienso en mi futuro€ Aunque no sé qué es peor, viendo cómo están las cosas", apunta.

Los autores de este informe aseguran que su publicación no busca estigmatizar a la juventud: "Estimar el coste económico del colectivo ni-ni puede resultar muy efectivo para entender los beneficios que tiene reenganchar a los jóvenes en el empleo y la educación y para estimular a los gobiernos y a los sindicatos a la hora de prevenir" un problema que va en aumento.

No lo ven así, sin embargo, los jóvenes. Este tipo de estadísticas y datos sólo sirven para "indignarnos más", asegura Fili Fernández. "Porque parece -agrega- que te culpan de no hacer nada, cuando la realidad es que no hay manera de encontrar nada. Y seguir estudiando está muy bien, pero recuerdo que ahora es más caro y, encima, llegado un punto, ¿formarte más para qué? Aquí la única solución que nos queda es marcharnos fuera".