Es ya un tópico (lo dijo ella misma) que Marlene Dietrich le recomendó vestir siempre "de rojo, negro o blanco". Sara Montiel prefirió el rojo y el negro, dejó el blanco para el sudario que desde ayer envuelve para siempre su cuerpo. La actriz y cantante, nacida en Campo de Criptana en 1928, murió a los 85 años de edad después de una vida entregada a hacer de sí misma un cliché sexual, más camp que ninguna otra en el cine español. María Antonia Abad Fernández, más conocida como Sara Montiel, constituyó la materialización de los sueños eróticos de nuestros padres. Indudablemente, en el cine de los años 50 y 60 hubo mujeres tan guapas como ella, intérpretes más inteligentes y rostros más interesantes. Pero, en su estilo, la protagonista de El último cuplé, La violetera y Varietés era única, especial.

No obstante, los abundantes titulares generados por su vida sentimental con el cineasta Anthony Mann (con quien se casó dos veces, la primera vez in artículo mortis y la segunda tras su milagrosa recuperación), el empresario José Tous, el actor Maurice Ronet, el fotógrafo Mario Montuori o el actor Giancarlo del Duca, y las controversias alrededor de sus problemas económicos fueron seguidos con más asiduidad que sus películas, en las que Montiel explotó su generosa anatomía, pero no así sus proclamadas dotes. El soberano fracaso de Cinco almohadas para una noche de Pedro Lazaga, cénit de su supuesta condición de abanderada del destape, dio la primera señal de que el público empezaba a desinteresarse de la carrera de la actriz de espectacular silueta e incómoda inexpresividad.

Fue en la televisión donde Sara Montiel gozó de una mayor autonomía estelar (protagonizó dos programas musicales: Sara y punto y Ven al paralelo), hasta el punto de erigirse en todo un símbolo de la canción española, gracias a temas como Fumando espero (mayormente puros, que le enseñó a fumar Hemingway), Quizás, quizás o Bésame mucho. Atrás quedaron los tiempos en que su belleza morena y racial, con un corte de cara no lejano al de María Montez, pero más guapa y deseable, le valió un contrato en Hollywood. Por desgracia, apenas tuvo ocasión de exponer sus cualidades, aportando únicamente la nota exótica en Veracruz, Dos pasiones y un amor y Yuma, donde cambió el rojo y el negro de los trajes de lentejuelas, todo sea dicho, por los colores vivos del sarape mexicano o las plumas de los indios sioux.