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El colectivo transexual rechaza su atención en el ámbito de la salud mental

La OMS elimina las identidades trans del catálogo de patologías mentales, pero el diagnóstico de psiquiatras y psicólogos es aún preceptivo en la sanidad canaria

La Organización Mundial de la Salud (OMS) anunció la pasada semana que la transexualidad no estará catalogada como trastorno mental en la próxima edición del CIE, manual en el que esta organización clasifica las distintas enfermedades. No figura como patología pero se mantiene como "incongruencia de género", dentro del capítulo dedicado a condiciones relativas a la salud sexual. En todo caso, la despatologización de la transexualidad por parte de la OMS es ya un hecho, atendiendo así a una importante reivindicación de distintos colectivos LGTBI, que vienen lamentando las muchas consecuencias clínicas y de estigmatización que ha tenido esta inclusión entre los males psiquiátricos.

¿Cómo afecta sanitariamente esto al colectivo en Canarias? Aquí en España no afecta para nada, en este sentido es un gesto simbólico de la OMS, según explica Joana C. Berger, médica de atención primaria y activista trans del colectivo Gamá. Lo que llevan años exigiendo los colectivos LGTBI de las Islas es una despatologización mental efectiva, es decir que no sea un psicólogo o un psiquiatra quien tutorice el tránsito de estas personas, como hasta ahora viene ocurriendo. No se oponen a una opcional presencia de estos profesionales, pero no como filtro imprescindible para acceder a los recursos sanitarios, algo que supone de facto abordar la transexualidad como una enfermedad mental. No se niegan a que haya un psicólogo, pero no de entrada sino opcional, que no sea el que acompañe a la persona.

Antes que de transexualidad, Berger prefiere hablar de identidades trans, un concepto que engloba tanto al colectivo transexual como a otras identidades de género no binarias. Estas identidades trans no suponen una condición patológica, sino que son como un embarazo, forman parte de la experiencia vital.

En el sistema sanitario vigente en Canarias, aún se exige el aval de profesionales de la salud mental para poder acceder a cirugías de reasignación de género. Para la activista, esto lo que hace es infantilizar a los pacientes, porque hay un problema de transfobia inherente.

La legislación de aplicación en España, de 2007, establece que para poder cambiar el nombre en el DNI hay que ya dos años de tratamiento hormonal y contar con un diagnóstico de disforia de género. El test de la vida real, condición sine qua non para acceder a este diagnóstico, implica vivir entre 12 y 18 meses con la identidad sentida. Este requerimiento está en las antípodas de lo reivindicado por el colectivo transexual, partidario de una autodeterminación del género. Según Berger, cuando identificas el género no tienes que avalarlo ante nadie.

En este sentido, las negociaciones de los colectivos con la administración sanitaria no han rendido aún los frutos apetecidos por los primeros. Existe una Ley Integral de Transexualidad, de 2014, en la que se mantiene ese criterio diagnóstico.

Berger rebate el argumento de la reversión, esgrimido a menudo por aquéllos que defienden la tutorización psiquiátrica. La reversión hace referencia a aquellas personas que tras completar su transición sienten que se han equivocado. Explica que las estadísticas señalan que los casos de reversión apenas alcanzan el 2-3% de total. Habría que ver por qué se dan esas reversiones, ya que puede haber muchos motivos, como que la persona viva en un entorno transfóbico. Si descartamos esos casos, la reversión no llegaría ni al 1%. Para la activista, la identidad de género la sabes, no es ningún paso en falso.

Modelo alternativo

El modelo de los colectivos propone unas unidades centradas en los médicos de atención primaria. Estas unidades incorporaríann elementos de enfermería, trabajo social, e incluso un psicólogo si es requerido, pero el peso de acompañar a la persona en su tránsito no recaería sobre él, sino sobre este facultativo de atención primaria. Cada zona debería contar con un médico formado en estas cuestiones, que sería quien asumiría los supuestos

El concepto de disforia de género, que subyace a la legislación española vigente, fue introducido por Norman Fisk en 1973, para subrayar la ansiedad asociada al conflicto entre la identidad sexual y el sexo asignado. "Antes era peor, estábamos dentro de las parafilias, junto a temas como la pedofilia. Era no sólo denigrante, sino un insulto" recuerda la activista. Para acceder a los cambios físicos había que superar unas entrevistas, que funcionaban como un cribaje, y la gente mentía. Preguntaban cosas como si te gustan más los coches o las muñecas, las revistas de mecánica o del corazón. Fisk se dio cuenta de esto y comenzó a señalar que el transexual de verdad sufría, que había un malestar general con su cuerpo, con el género que te ha tocado al nacer.

Por otro lado, Berger se muestra conforme con que la OMS haya optado por mantener la transexualidad en el manual CIE, a pesar de que haya desaparecido del apartado de las patologías mentales. Advierte que no tendría sentido que estas identidades desaparecieran totalmente del CIE, porque su inclusión en este manual como procedimiento sanitario es importante para que otros sistemas asistenciales en los que el peso de las aseguradoras es fundamental, reconozcan su cobertura. Pero propone haberlas catalogado en un apartad de condiciones relativas a la salud y a la identidad de género.

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