Laura Luelmo no podía ni imaginar a las 17.20 horas del pasado miércoles día 12, cuando le entregaron el tique del supermercado, que las papas fritas que acababa de comprar iba a comérselas finalmente su presunto asesino, Bernardo Montoya, un criminal "desorganizado" y "caótico" que la llevaría nada más salir del súper por la fuerza a su casa, donde le golpearía mortalmente la cabeza contra el suelo y luego la trasladaría inconsciente al campo para desnudarla de cintura para abajo, violarla y dejarla allí abandonada. Aunque su cuerpo fue encontrado el lunes 17, todo apunta a que Luelmo murió la noche en que su destino se cruzó con la voluntad destructiva de un hombre "cuya impulsividad se antepone a todo".
Catorce días después de la desaparición de la joven profesora zamorana, de 26 años, el coronel jefe de la Comandancia de la Guardia Civil de Huelva, Ezequiel Romero, y el teniente coronel de la Unidad Central Operativa (UCO), Jesús García Fustel, ofrecieron ayer detalles de la investigación del asesinato ocurrido en El Campillo, aún no culminada. Los hechos, tal y como pueden reconstruirse hasta ahora, ocurrieron así.
El día 12 a las 16.22 horas Laura Luelmo, que está haciendo una suplencia en el instituto de Nerva, envía su último mensaje de WhatsApp. Le escribe a su novio que piensa salir a caminar si no hace mucho viento. No va a correr, como se difundió cuando trascendió su desaparición. El médico se lo tiene prohibido. A las 17.20 horas hace una compra en el supermercado. Poca cosa: huevos, agua y papas. Montoya, exheroinómano que llevaba dos meses en libertad tras un amplio historial delictivo que incluye el apuñalamiento de una anciana que le pilló robando en su casa, ve a la chica nueva del pueblo.
Defensa propia
Laura le gusta, confesará a la Guardia Civil. Se acerca a ella y, a la fuerza, se la lleva a su vivienda, en cuya entrada ha dejado un brasero picón. Dentro de su domicilio, situado en la misma calle donde Laura ha alquilado hace sólo unos días una casa, Montoya le ata las manos por detrás, tapa la boca con cinta a la joven y la tira al suelo. De repente, se da cuenta de que tiene el brasero fuera en un poyete. Sale a por él. Cuando regresa, Laura ha conseguido levantarse y le da una patada en el costado. Se defiende. Pero le cuesta caro.
Montoya se enfada. Derriba a la profesora y la golpea en la frente contra el suelo. El hombre confesará después que en ese momento se asustó al ver el resultado de su brutalidad. Decide sacarla de allí. Sobre las 18.10 horas, un vecino ve el coche de Montoya en la puerta de su casa. Tiene el maletero abierto. Allí, probablemente, meterá a la joven. Arranca el vehículo con Laura dentro -es probable que aún esté viva- y se marcha pitando de El Campillo. Conduce hasta un cercano paraje de jaras, situado entre 5 y 10 kilómetros de su casa. Saca el cuerpo. Le quita los pantalones y la viola. Ella, probablemente, sigue inconsciente. Poco después, abandonada en una de esas noches frías de la sierra de Huelva que contribuyeron a conservar el cadáver, Laura muere.
Comienza la cuenta atrás para la aparición del cuerpo y para la detención de Montoya, quien ya estará limpiando su casa de los rastros del crimen. Pero no lo suficiente: quedan restos de sangre de ambos, también en la fregona. Se come la compra que hizo la mujer que acaba de asesinar. Comienzan las batidas. La familia dice que Laura era "más bien miedosa", así que empieza a descartarse que ella se adentrase por lugares desconocidos. Dos agentes de la policía judicial ven salir a Montoya de su casa con una canasta y una manta, lo identifican. La ficha policial lo convierte en un sospechoso "mayúsculo". Le preguntan si conoce a Laura y dice que no tiene ni idea. Lo someten a un seguimiento minucioso.
Aparición del cadáver
El domingo día 16 un miembro de Cruz Roja que participaba en la búsqueda encuentra unas prendas y da aviso a una patrulla del Seprona, que al día siguiente halla el cuerpo. Dada la posición de las piernas y del cuerpo, los agentes deducen que Laura "no tuvo sufrimiento". Es sólo un triste consuelo.
