Decía Karl Lagerfeld que el chándal es "una señal de derrota", que te compras uno cuando pierdes el control de tu vida. Sin embargo, parece que los tiempos se están riendo a carcajadas de la mordacidad del diseñador. Al fin y al cabo, estos días de confinamiento chandalero no están siendo más que un bonus track del reinado absolutista de esta pieza tan endiabladamente transversal que, ya antes de erigirse en el uniforme doméstico de esta crisis, tanto la llevaba la top model en la alfombra roja como el DJ de moda, el frutero de la esquina o la chavalada que escucha rap por los altavoces del móvil en el parque.

Lo cierto es que en pocas prendas confluyen tantos significados como en el chándal. "¿Cómo algo tan utilitario puede significar tantas cosas para tanta gente?", se preguntaba en un artículo reciente el periodista Amos Barshard en la augusta revista New Yorker, en alusión a esta nueva hegemonía de una prenda que durante años estuvo confinada al inframundo del supuesto buen gusto y que, como símbolo de la cultura rap y callejera, se ha convertido en el dress-code de jóvenes y adolescentes, y en una baza iconoclasta con la que la industria del lujo intenta cabalgar el siglo XXI.

"El chándal no es una tendencia, es un cambio en la cultura de la indumentaria", apunta Charo Mora, profesora y especialista en la cultura de la moda. "Es el nuevo traje global, como en el siglo XX lo fueron los vaqueros y la camiseta".

De los ajos al hip hop

La palabra chándal tiene origen francés y proviene de la abreviatura de dos términos, marchand d'ail (vendedor de ajos), la cual dio nombre, a finales del siglo XIX, a los jerséis de canalé con los que los verduleros del mercado parisino de Les Halles se resguardaban del frío. "Sin embargo, el deporte como estilo de vida se remonta a hace un siglo, a principios de los años 20, cuando nació el concepto de juventud, y con él la idea de conservar el cuerpo joven", explica la profesora y consultora Inmaculada Urrea.

Así, el deporte moldeó una manera de vestir más cómoda que preparó el terreno, ya en los años 70, para el gran advenimiento del chándal como indumentaria del tiempo de ocio. Ahí estaban el traje Adidas de Beckenbauer, el nervio de los deportes callejeros y, sobre todo, los jóvenes de las barriadas afroamericanas de EEUU que, mirándose en el espejo de sus ídolos deportivos, convirtieron el chándal y el oro -anatemas del espantado gusto burgués- en signos de pedigrí de la incipiente y contagiosa cultura hip hop. Paradigmáticos del nuevo orden fueron el grupo Run DMC, que con sus sombreros borsalinos, sus cadenas macizas y su total look deportivo incluso lanzaron la canción My Adidas. Adivinarán que las ventas de la marca alemana fueron estratosféricas y que los acabaron patrocinando. "La generación hip hop es la mejor constructora de marcas que el mundo haya conocido", dijo el productor Russel Simmons.

Así, en los ochenta, mientras la cultura rap seguía avanzando en esa tensión irresoluble entre la contestación incendiaria y la comercialidad, el chándal también se convirtió en el elemento fetiche del furioso culto al cuerpo "las marcas se dieron cuenta del filón que tenían las colecciones deportivas", afirma Urrea- y de dos fenómenos eminentemente locales: fue el vestuario, ridiculizado hasta el aburrimiento, de los sábados en el híper, y el sportwear preferido de las folclóricas.

Connotaciones de clase

Está claro que las connotaciones de clase también bullen en el dos piezas que nos ocupa. "Decirme que me quite el chándal es como pedirme que cambie mi color de piel; es lo que soy, soy de los márgenes y es lo que llevo", dice el músico Novelist. Así, tras pasarse los años 90 vistiendo a la muchachada hooligan y cervecera del brit pop, la prenda ha llegado hasta nuestros días "encarnando esa épica del barro, esos héroes presuntamente peligrosos a los que cantan un grueso importante de grupos de hip hop y sus parientes el trap y el reggaetón", apunta Mora.

"A día de hoy", añade la especialista, está claro que la cultura hiphopera, con su espectacularización de la indumentaria, con las uñas y las pedrerías que llevan lideresas como Beyoncé y Rosalía, ha entrado en el torrente sanguíneo de la moda".

Y además, añade Inmaculada Urrea, se ha convertido en el vestuario de otro timeline del momento: "La fluidez de género".

Más allá de eso, en futuras antologías, seguramente el chándal también remitirá a estos tiempos de confinamiento, temor e incertidumbre, en los que luchamos contra una pandemia mientras nos preguntamos qué vendrá después, si una distopía autoritaria o un proyecto de cooperación más global y comunitario. Una prenda con historia, adaptable al latido de cada aislamiento.