Existe un amplio consenso científico que indica que el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero provocadas por el ser humano es la causa dominante del calentamiento observado desde mediados del siglo XX. La sociedad en su conjunto ha aceptado la necesidad de realizar una rápida transición hacia un modelo energético menos contaminante. En este proceso, las energías renovables desempeñan un papel fundamental y es urgente que reduzcamos nuestra dependencia del consumo de energía fósil, en línea con el compromiso suscrito en el marco del Acuerdo de París.

Más renovables, pero con respeto a la biodiversidad | LP/DLP

El cambio climático, entendido como el efecto de la actividad humana sobre el clima, no es el único reto ambiental al que nos enfrentamos. Además de las emisiones de gases de efecto invernadero y las perturbaciones en el balance energético que provocan, estamos alterando el ciclo del agua y los elementos, esparciendo grandes cantidades de contaminantes, desertificando ecosistemas o cambiando el uso del suelo de grandes superficies, entre otras cuestiones. A este conjunto de procesos se le denomina cambio global. Son cambios tan rápidos y profundos que ya están dejando huella geológica. Por este motivo, el biólogo Eugene F. Stoermer acuñó el término antropoceno (del griego anthrōpo, que significa hombre o humanidad) en los años ochenta y que, posteriormente, popularizaría el meteorólogo Paul Crutzen, a principios del milenio, para denominar a la época actual, con la idea de reflejar la capacidad global del ser humano de alterar el funcionamiento de la biosfera.

Una de las huellas de este cambio global es la sexta extinción, el proceso acelerado de pérdida de biodiversidad que estamos provocando por la combinación de factores como la destrucción y fragmentación de hábitats, la introducción de especies exóticas invasoras, la contaminación o el propio cambio climático. Es cierto que en la historia de la Tierra ha habido otros eventos de extinción masiva, pero no se tiene constancia de ninguno al ritmo actual ni de que haya sido una única especie la causante.

Las Islas Canarias no son ajenas a este marco general. Constituyen uno de los lugares más importantes de la Unión Europea desde el punto de vista de su riqueza y singularidad en cuanto a biodiversidad. En este territorio insular se da la circunstancia de que las especies tienen la oportunidad de emprender caminos evolutivos muy diferenciados de aquellos que tienen lugar en los continentes. Fruto de esto, nos encontramos con especies tan diferenciadas que solo se pueden ver aquí, es lo que llamamos endemismo, una especie que se distribuye en un área de muy limitada, como sería el caso del pinzón azul de Gran Canaria o la violeta del Teide. La endemicidad canaria es tan importante que aproximadamente el 40% de las especies de fauna y el 30% de las de flora son exclusivas. Desgraciadamente, las islas están sometidas a un proceso de degradación ambiental muy significativo que debe hacernos reflexionar sobre la responsabilidad que tenemos en materia de conservación de la biodiversidad. Con cada desaparición de una nueva especie se pierde un legado incalculable que nos precipita hacia un mundo empobrecido y más vulnerable a las perturbaciones.

Este es el contexto en el que deben inscribirse las decisiones que tomemos de cara al futuro. Es necesario encontrar el equilibrio entre, por un lado, la necesidad legítima de desarrollo y consumo de energía y, por otro, la importancia de frenar inmediatamente la pérdida acelerada de biodiversidad que está aconteciendo. No debemos olvidar que del estado de salud de nuestros ecosistemas depende nuestra propia supervivencia. En este sentido, como hemos dicho, las energías renovables tienen la obligación de guiar el tránsito a un modelo energético más sostenible. Sin embargo, muchas de las tecnologías que se utilizan hoy en día, no son inocuas para la biodiversidad. Al contrario, pueden ser muy dañinas si no se planifican apropiadamente.

La producción de energía eólica a partir de aerogeneradores puede ser muy lesiva para algunos seres vivos. En efecto, los aerogeneradores tienen el potencial de generar impactos negativos en todas sus fases, desde la construcción a la explotación y el desmantelamiento. Esta tecnología afecta principalmente a murciélagos y aves. La década pasada, SEO/BirdLife, la organización ambiental decana en España, estimó que entre seis y 18 millones de individuos de estos dos grupos de animales habrían muerto como consecuencia de los casi 17.000 aerogeneradores que había instalados en España en aquel entonces. En la actualidad superamos los 21.000. Los parques eólicos producen mortalidad directa por colisión, puesto que las aves no son capaces de esquivarlos y se ven afectadas por los bruscos cambios de presión que se producen a ambos lados de las aspas. También se produce un fenómeno conocido como efecto barrera que puede impedir la movilidad entre distintas zonas. Esto es importante porque afecta a la necesaria conectividad que debe darse entre los ecosistemas ya que no es posible conservar la naturaleza como si se tratase de parches independientes, es necesario que los hábitats estén interconectados y se produzca movimiento de individuos entre ellos. Tampoco podemos olvidar el impacto paisajístico, algo especialmente relevante en lugares que dependen del paisaje como recurso turístico. La contaminación acústica y la degradación del terreno también son atribuibles a este tipo de infraestructuras.

La normativa actual exige prever el impacto que puede generar la puesta en marcha de un plan o proyecto de energía eólica. En Canarias, el desarrollo eólico ha experimentado un rápido crecimiento en los últimos años. Desgraciadamente, este desarrollo no se ha sometido a una evaluación ambiental estratégica, es decir, no se ha planificado adecuadamente para garantizar la compatibilidad de su despliegue con la conservación de la biodiversidad. Urge tomar medidas, reforzar la vigilancia de las infraestructuras que ya están instaladas con mecanismos ajenos a las empresas que las explotan, planificar adecuadamente las nuevas instalaciones, exigir el uso de las mejores tecnologías y anticipar el impacto que pueda generar el previsible desarrollo de las energías fotovoltaicas y la eólica en el medio marino antes de que este se produzca masivamente. Debemos seguir apostando por las renovables, sin duda, pero es urgente una planificación rigurosa para asegurarnos de que también contribuyen mejorar nuestra riqueza natural.

Los aerogeneradores tienen el potencial de generar impactos negativos en todas sus fases, desde la construcción a la explotación y el desmantelamiento. Esta tecnología afecta principalmente a murciélagos y aves. En la imagen a la izquierda de estas líneas, una garceta común (Egretta garzetta) fallecida por tropezarse con las aspas de los molinos de viento. |