El primer revés en la vida de Tomás Gimeno comenzó hace, más o menos, un año. Fue cuando su exmujer, Beatriz Zimmermann, decidió cortar la relación que habían mantenido desde que eran muy jóvenes e iniciar una nueva vida con otra pareja, un belga de unos 60 años, Eric Domb. Gimeno le conocía. Con Eric había mediado en la compra de una vivienda en Tenerife. Hasta ese momento, Tomy, como le conocían en su entorno, «lo tenía todo», como refieren algunos amigos. Una familia acomodada, dinero, propiedades, vehículos de alta gama. Sin embargo, se volvía violento si consideraba que alguien le perjudicaba en sus intereses.

Tomy nació en el seno de una familia adinerada, con grandes propiedades de tierra en el Sur de Tenerife y negocios vinculados la agricultura. Disponía de acciones en una galería de agua con la que se riega las fincas agrícolas, sobre todo de plataneras. Una de las fincas agrícolas más importantes de su padre está en la zona de Guaza, en Arona, a unos pocos kilómetros del principal destino turístico de la Isla. En esta zona su familia también alquila naves industriales a pequeñas y medianas firmas de varios sectores: jardinería, taller y lavandería .

Tomás Gimeno consta como administrador único de una empresa, Paradise Plants, que antes de la crisis llegó a reconocer una facturación superior a los dos millones de euros. Parte de la actividad de esa sociedad consistía en la venta de flores a hoteles.

Como joven empresario, con una actividad consolidada, a Tomás le gustaba vivir la vida al límite. Llegó a ser un buen jugador de pádel, con victorias en torneos locales. Pero también disfrutaba compitiendo en karts o en pruebas de automovilismo; con el motocross, la velocidad en motos de agua, y el submarinismo en su barco, en el que iba su familia o amigos para bañarse frente a la playas de Anaga, en la punta Este de Tenerife.

Sin embargo, además de esa vida «casi de película», en su trayectoria también existieron otros episodios que revelan su carácter bronco e irascible. Hace una década llegó a agredir a un tío paterno que denunció los hechos, por lo que fue procesado. El caso fue instruido en un juzgado del partido de Arona. También fue denunciado en alguna ocasión por parte de las fuerzas de seguridad por infracciones de Tráfico.

Caprichoso, celoso y bronco Pedro Fumero

Tomás aprovecha el día y la noche. Solía dejarse ver con frecuencia por locales de ocio nocturno en el Sur de Tenerife, con flirteos y encuentros fugaces, pese a la relación que seguía manteniendo con la novia de toda su vida. En los primeros años de su vida en pareja con Beatriz Zimmermann, ambos residieron en una vivienda en la finca familiar de Guaza. Durante sus primeros cuatro años y medio, ese fue el hogar familiar que conoció Olivia, cuyo cadáver fue encontrado el jueves.

Beatriz se estaba empezando a cansar de residir en la zona. «Guaza está lejos de todo», le dijo. Lejos de su trabajo, del colegio al que acudía su hija mayor, y de su familia. Por eso decidieron comprar la vivienda y la finca en Igueste de Candelaria, en las medianías del Sureste de Tenerife para disfrutar de la tranquilidad del campo, pero también para estar más cerca del trabajo y del colegio de las niñas. Casi toda su vida, Beatriz vivió en Radazul, una zona residencial a menos de 10 minutos en coche desde la capital.

Un día, la mujer decidió que su convivencia con Tomás debía acabar y apostó por iniciar una nueva vida con Eric. Y a Tomy se le empezó a derrumbar su estabilidad emocional. En julio del año pasado contrató a una detective de La Laguna para que le hiciera un seguimiento a Beatriz. Ya en aquel momento, el aspecto físico de Tomás no era el de la primera foto que se mostró tras el secuestro y asesinato de sus hijas Olivia y Anna. Estaba mucho más delgado. Dejó de frecuentar centros deportivos y se empezó a fraguar la tragedia que hoy conocemos.

Tomás se consideraba un deportista y un competidor nato. De hecho, consideraba que sus hijas debían seguir su camino. Quería que disfrutaran y competieran en varias disciplinas. En tenis, sobre todo. A veces se impacientaba. Quería que su hija mayor comenzara a sobresalir como una brillante deportista.

A finales del pasado año, ocurrió un hecho muy preocupante. Coincidió con Beatriz y Eric en el aparcamiento exterior de una cafetería. En un ataque de ira, se dirigió al vehículo en el que ambos llegaron y le propinó diversos golpes al actual compañero de su exmujer. La madre de Olivia y Anna quiso interponerse entre ambos para que cesara la agresión, y ella también fue golpeada.

En julio contrató a un detective privado de La Laguna para que siguiera a Beatriz, que tenía un novio

Tomy había iniciado desde la separación una relación con otra mujer, directora de un centro infantil a donde acudía la mayor de sus hijas, Olivia. A ella le dejó una carta de despedida y 6.200 euros en un estuche escolar antes de matar a las pequeñas.

En su deseo de llamar la atención y de disfrutar de la velocidad, tras su ruptura con Beatriz se compró un vehículo de alta gama: un Alfa Romeo Giulia, cuyo valor en el mercado es de unos 50.000 euros con los extras elegidos por Tomy.

Antes de perpetrar el asesinato de las niñas, dejó el vehículo en la casa de su padre en Guaza. Ambos han compartido la afición por el automovilismo. En la década de los años 70 su padre llegó a ganar en tres ediciones el rallye Isla de Tenerife.

En la mañana del 27 de abril Tomás Gimeno estaba en la finca familiar en Guaza, en el Sur de la Isla. Como siempre se mostraba extrovertido y animado con los empleados. A un vecino le pidió que le cambiara los frenos delanteros de su otro coche, un Audi A3 blanco. A las 17.00 horas del día del crimen recogió a Anna en la casa de Beatriz en Radazul. Después, se acercó al centro infantil donde estaba Olivia. A la pequeña la deja en casa de sus padres, y a la mayor la lleva a clases de raqueta en un club situado en el litoral de Santa Cruz de Tenerife. Olivia acudía a estas sesiones junto a otros compañeros de su clase del Colegio Alemán. Gimeno observó a su hija desde la distancia durante un momento.

Después, en torno a las seis de la tarde, acudió al puerto deportivo Marina Tenerife a arrancar y probar el motor Mercury de su lancha. La embarcación no la utilizaba con frecuencia, sino de forma muy ocasional. Tenía claro que debía asegurarse de que, en horario nocturno, no iba a tener problemas para salir a cumplir su macabro proyecto. A las 18.30, volvió al club y recogió a Olivia. El siguiente punto en el que se sitúa a Tomy es en la casa que sus padres poseen en una céntrica calle de la capital tinerfeña; una zona en la que residen familias de alto poder adquisitivo.

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En ese domicilio, apenas estuvo una hora. Pero tuvo un gesto que no pasó desapercibido para los abuelos de las pequeñas. Al despedirse, se abrazó a su progenitor, algo inhabitual.

Después, se subió de nuevo a su coche con las niñas y se dirigió hacia la vivienda y la finca de Igueste de Candelaria. La vivienda dispone de varios patios, una piscina vacía, juegos infantiles y huertas de frutales. La mujer que reside en la vivienda más próxima a la propiedad de Tomy oyó esa tarde a las niñas, entre las 19.45 y las 20.00 horas. A partir de ese momento, ya nadie vuelve a ver ni a oír a las niñas. Lejos de las miradas de testigos y sin personas que obstaculizaran su plan de acabar con la vida de las pequeñas, las mató. Cogió dos bolsas de deportes e introdujo los cuerpos de las niñas en su interior. Los cadáveres fueron llevados al maletero del Audi. Poco después de las 21.00 horas, Beatriz llamó a Tomy para recordarle que tenía que entregar a las pequeñas. El padre le respondió que estaba cenando con ellas y que se las llevaría lo antes que pudiera. De esa manera, ganó el tiempo suficiente para llegar al mar. En el vehículo también subió a su perro. Después, regresó a la vivienda de sus padres, donde dejó al animal en el jardín exterior, con discreción, sin avisar a sus familiares, con el objetivo de que nadie preguntara el motivo de su acción.

Desde el centro de la capital, se dirigió hacia la autovía de San Andrés, por la que se accede a la playa de Las Teresitas. Y se desvió a la altura de la Dársena Pesquera. Tras circular entre las naves industriales, Tomy enfiló el largo dique. Después de recorrer centenares de metros, pasó junto a las embarcaciones atracadas del Servicio Marítimo de la Guardia Civil y entró en el puerto deportivo. A esa hora, ya casi no había coches aparcados. Tan solo un vigilante observó sus movimientos. Estacionó en el acceso al pantalán A, donde tenía atracado su barco. Eran las 21.30 horas. Habló por teléfono y realizó tres viajes con bolsos hasta su embarcación, una Sea Rae de seis metros de eslora, con motor fueraborda. En dos de esos bultos iban los cuerpos de las pequeñas.

La escena fue captada por las cámaras de seguridad del recinto. Y a las 21.50 horas, arrancó el motor de la lancha, avanzó unos 15 metros y salió del espigón de la Marina. Apenas diez minutos después, Beatriz, preocupada por el retraso, lo vuelve a llamar. Tomás ya estaba seguro de que nadie iba a frenar su plan de odio y venganza. Y, por ese motivo, ya se atrevió a decirle a su exmujer que no volvería a ver a las pequeñas, ni a él tampoco.

Se adentró unas tres millas en el océano y paró el motor. Amarró el ancla de la embarcación a la bolsa en la que estaba Olivia y a otra que apareció vacía. Y la tiró por la borda. Además, ató un edredón nórdico a una botella de buceo y la dejó caer al fondo. Hubo más conversaciones con su mujer. Pero ya el camino de destrucción no lo podía desandar. A las 23.00 horas se quedó sin batería en su teléfono móvil. Y regresó de nuevo a Marina Tenerife. Atracó el barco y se subió en el coche para buscar una gasolinera en la que comprar un cargador. La halló en la autovía de San Andrés, cerca de María Jiménez, a unos cinco minutos desde el citado puerto deportivo. Además del objeto electrónico, también compró tabaco. En ese trayecto fue parado por la Guardia Civil por incumplir el toque de queda sin motivo justificado, por lo que fue denunciado. No levantó sospechas.

Regresó al puerto deportivo y cargó durante unos 20 minutos su móvil en la garita del vigilante. El trabajador vio que estaba nervioso y ansioso por salir de nuevo. El empleado le advirtió de que no debía partir a navegar más, debido al toque de queda.

Su título de patrón básico tampoco le permitía hacerlo y su lancha carece de iluminación para navegar de noche, por que supone un peligro para él mismo y para los ocupantes de otras embarcaciones. A las 00.30 horas, sale de nuevo de Marina Tenerife por última vez. A partir de la una de la madrugada tiene una larga conversación con Beatriz, pero que, en definitiva, solo sirvió, de nuevo, para advertirla de que no volvería a ver a las menores ni a él. También se acordó de enviar mensajes de despedida a sus padres y unos amigos. A las dos de la madrugada se pierde el rastro de su teléfono en el mar.