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EUTANASIA IV

Doerte Lebender: Una última copa de Baileys para despedirse de la vida

La aceptación de la madre, las dudas religiosas, la opción de dejarse morir, la visita de su amiga Elke, la ropa que se compró para el día de su eutanasia, su osito Maximilian Theodor

Su amiga Elke (a la izquierda junto a su marido) visitó a Doerte Lebender y a Artur Rettenberger (derecha). / A. R.

27 septiembre

Falta un mes para que administren la eutanasia a Doerte Lebender. Ya se ha concertado la fecha: 27 de octubre. Falta saber la hora. No podrá ser, como ella quiere, a las 11 horas y 11 minutos, para que coincida con la fecha de su nacimiento (11 de noviembre de 1962), números que aparecen en los dos candelabros que ha colocado sobre el pequeño altar en que se ha convertido la mesa del salón, ahora llena de flores, cartas, regalos de amigos, anillos, pendientes, plantas…

Siente alivio al saber que logrará su propósito, pero también porque al fin ha conseguido la comprensión de su madre, Ilse, tras conversar con ella telefónicamente: "No estaba completamente segura de si ella me entendería. Pero ahora sé que sí". Artur Rettenberger asegura que Ilse lo veía venir: "A veces, Doerte contaba a su madre que había recibido la visita de la psicóloga. O del neurólogo. ¿Para qué?, le preguntaba Ilse. Por la eutanasia, le respondía. Pero la madre no preguntaba más, pasaba a otro tema rápidamente. Doerte iba dando pistas, pero su madre no quería profundizar en ellas. Hasta que ya se lo comunicó explícitamente". ¿Y por qué cree que ya la entiende? "Porque me contó que mi tía le dijo que si ella estuviera tan enferma como yo decidiría morir. Sabe que estoy sufriendo, que tengo dolores, que no puedo moverme, que tengo dificultades de todo tipo para vivir".

Hay una pequeña pega religiosa: «Mi madre comprende que quiero irme, pero también me dice que no es justo porque Dios tiene una hora para cada uno de nosotros". Son protestantes: cree "en Cristo y en los ángeles", aunque se define como "poco religiosa". "Para mí -confiesa- es muy difícil, pues tengo también esa misma idea: sé que tengo una hora predeterminada para morir. ¿Pero realmente cambio la hora al hacer esto? Quizás, sugerí a mi madre, esta sea mi hora. No lo sabemos".

También la consuela creer que cada humano tiene un alma: "Cuando muera, ¿adónde irá la mía? Tiene que ir a algún sitio. Mi padre murió cuando era muy joven. El alma de mi padre vaga cerca de mí. Yo la siento, a veces hablo con él. Noto cuando está aquí, y cuando no me acompaña. Durante medio año no la sentí. Cuando le hablaba, percibía que no estaba. Ahora sí está a mi lado".

La novedad de esta semana: esperan la visita del equipo médico, compuesto por una médica y dos enfermeras. Rettenberger quiere concretar con ellas cómo será el proceso, los tiempos, cómo se colocarán en tan pequeño espacio. El apartamento es diminuto: "Necesito saber cuántos seremos aquí dentro, dónde estará ella, si echada en la cama o sentada en el sillón; dónde se situarán los facultativos; dónde estaréis Rafa, que es un amigo, y tú". Quiere que las facultativas se muevan a su nivel, que no estén todo el rato de pie, que lo que ella vea desde su asiento no sean sólo sus culos. Ante todo, dignidad. Quiere cuidar hasta ese detalle.

Lebender desea que yo esté presente el día de su muerte, pero al mismo tiempo le preocupa: "La psicóloga me ha advertido de que puede ser duro para ti. No sé cómo te afectará ver todo eso. No te preocupes, es mi trabajo (respondo a lo Rafa Latorre). Antes de irme vuelve a insistir: "¿No crees, de verdad, que será demasiado duro estar aquí cuando yo me vaya? ¿Has visto alguna vez un muerto? Yo solo a mi padre. ¿No te será difícil asumirlo?". Seguro.

Lebender vuelve a recalcar que para ella es muy importante que deje claro que «no es un paseo tomar esta decisión, ni que la eutanasia es un cheque en blanco para suicidarte". «No dices de repente, oh, quiero matarme porque no me encuentro bien. He necesitado meditar sobre esto tres años. Hasta el último momento no me decidí. Soy consciente de lo que hago. Esta enfermedad te anula, pero te deja vivo. Podría vivir 20 años más, pero en tan mal estado, tan mal... Lo que me esperaría sería una tortura", explica. "La gente debe entender que la eutanasia no es suicidarse. Lo haces porque no tienes mejora, no tienes futuro, no tienes salida. Esta enfermedad puede anular tu cuerpo, pero puedes seguir viviendo 20 años más con mucho sufrimiento. Tomar esta decisión supone transcurrir antes por un camino muy difícil. Es muy duro. Sabes la fecha en la que morirás. Como un condenado".

Cuando, movidos por la desesperación, probaron la vía Suiza, la descartaron muy pronto: "Eso parecía una máquina de matar. Allí sí que va cualquiera, con depresión, sin depresión. Te haces miembro de una asociación, te cobran 80 euros al año para poder ir algún día… En cuanto se apuntó en Suiza, llegaron las cartas para cobrar. Lo primero, poner la mano. Tienen las instalaciones en una zona industrial. Ella lo vio y dijo que eso no era lo que quería". "Necesito hacerlo -subraya Lebender- sin que sea algo semiclandestino. Aquí, en España, son más estrictos; en Suiza me parece que les vale con que desees morir para darte una pastilla. Y que pagues. No les importan los motivos".

La otra opción es dejarse morir. Tiene frecuentes infecciones de orina: "Sin antibióticos (en el último año los tomó en tres ocasiones) podría fallecer pronto. Ya tuvo una sepsis y estuvo ingresada en el hospital Can Misses. Si la hubieran denegado la solicitud, de aquí a cinco meses ya no viviría, pues se negaría a tomar ese antibiótico. En su testamento vital ya ha dejado claro que no quiere asistencias de ningún tipo".

Al contrario que el protagonista de ‘Richard dice adiós’, no planea vivir a tope sus últimos días: "Nada. Tuve una vida tan llena, tan bella. No me falta ya nada. A veces voy a la playa para sentir la brisa y ver el mar". El único capricho que se va a dar es beber un Baileys. Rettenberger ya ha comprado la botella: "No bebo alcohol, salvo esto. Y en los cumpleaños". Porque no le gusta la idea de convertir sus últimos días en un maratón de actividades: "Tengo un amigo de 26 años que padece cáncer desde los 15. Le dieron ocho años de vida. Su existencia está condicionada a esa espada de Damocles. Es hiperactivo. Pero si no paras de hacer cosas es porque aceptas tu muerte. Yo solo me voy de viaje. Mi vida continuará. Es como llegar a una puerta donde me estarán esperando para continuar mi existencia. Un conocido me decía que iba al cementerio a saludar a sus abuelos. ¿Para qué? Allí están sus huesos, no mis abuelos. Mi cuerpo desaparecerá, pero mi alma no. Empezaré un gran viaje, iré a todos los sitios. Ahora volveré a volar".

"Para alguien que te quiere, lo peor es que remueva tu ropa cuando ya no estás"

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Beberá esa última copa de Baileys y repartirá su ropa entre amigos y Cáritas: "Para alguien que te quiere, lo peor es que remueva tu ropa cuando ya no estás". Y sigue preparando regalos: «Hay objetos que quiero mucho, como ese barco (situado en una estantería), que es para mi hermano. Ese libro (‘El sabor de las flores’) es para Artur. Mi osito de peluche, Maximilian, que lo tengo desde los cinco años, quiero darlo a la hija de mi amiga". Maximillian Theodore, un osazo, le sirve ahora de barrera mullida en la cama para evitar que caiga sobre su costado derecho.

La última semana no ha soñado nada. Ni jugar al tenis ni ponerse medias de fantasía. Quizás sean las pastillas para el dolor neuropático, que toma de noche y que cada vez son más fuertes. O puede que sea, como dice Rettenberger, porque siente el alivio de que está a punto de lograr su propósito.

6 de octubre

Siente frío. Está tapada con una rebeca. Su cuidador ya ha echado el edredón en su cama. Hoy está más sonriente que nunca porque la acaba de visitar su amiga Elke, que viajó acompañada de su marido: "La conozco desde que tenía 21 años. No la veía desde hace 17 años. Al salir del hotel, lloró de la alegría. Fue muy emocionante". ¿Ha cambiado de idea tras ese encuentro con su amiga? "No". ¿Ella le propuso desistir? "No. Me conoce desde hace muchos años. Ha visto cómo estoy ahora, mi deterioro. Me entiende perfectamente». Le trajo regalos: unas velas, un pan con flores, objetos de Austria, hasta un trébol de cuatro hojas. Y Lebender lea obsequió con un adorno de mariposas. Preparó, además, una caja plateada que contiene dos anillos suyos y un caballito de porcelana. Se la dio a su marido para que se la entregue a Elke el día de su cumpleaños. Fueron de shopping, que le encanta. A cinco, a seis tiendas, no recuerda. Y se compró, junto a Elke pero sin que ella lo supiera, la ropa que se pondrá el día de su eutanasia: botas con tachuelas, chaqueta, jersey y un pantalón gris cómodo y ancho. Nunca lleva pantalón, pero es lo más práctico para ese día, por si tienen que abrirle urgentemente una vía en la ingle. Rettenberger pidió a Elke que la despedida fuera lo menos intensa posible, suave. Seguirán comunicándose por Whatsapp.

Lebender lleva días pensando por qué aguanta tan firme, con tanta entereza: "Ahora siento una fuerza increíble. De noche, a veces me pregunto por qué no lloro. Sólo lo hago cuando pienso en mi perrita. ¿Por qué? Porque ella no lo entenderá. Cuando no estoy, me busca". También va tachando días del calendario: "Una semana menos, pero para mí eso es una liberación. Se acerca mi liberación. El camino ahora es como la ascensión a una montaña muy alta, de pendiente muy difícil. Me imagino que ese día, el 27 de octubre, estaré arriba y desde allí podré ver todo lo que he dejado abajo. Cada día subo un trozo más, cada día me voy un poco más. Pero no miro la cima, sé que llegaré. Sin impaciencia". La que asciende sin descanso es la esclerosis múltiple: "Mi ojo derecho no se abre ya completamente. Noto cada día una cosa más que va a peor". No puede controlar las manos. Rettenberger recorta a menudo sus uñas para que no se lastime con ellas. El día de su eutanasia se las pintará de esmeralda.

Planear la muerte provoca situaciones extrañas. Todo lo que están viviendo es raro, complejo. Mañana irán a la aseguradora para contar que morirá el 27 de octubre. No es fácil explicar una muerte anunciada sin levantar sospechas. Aún hay pocos casos de eutanasia. Quizás no se normalice este procedimiento hasta dentro de unos años: "Contaremos, confidencialmente, lo que va a pasar. Quiero elegir la urna, quiero que todo esté claro para no molestar a quienes están a mi alrededor. Mi padre murió siendo yo muy joven, de manera repentina, por accidente. Fue un peso para la familia decidir en esos momentos el ataúd. Quiero saber cómo me sacarán de aquí. No quiero que los vecinos me vean. No quiero molestar a nadie. No quiero asustar a nadie". Rettenberger se niega a hablar con el seguro el día de la eutanasia: "Es lo último que deseo. Voy a pedir a los que se encargan del entierro que lo hagan por mí. Si me preguntaran de qué ha muerto Doerte, exploto".

11 de octubre

Doerte Lebender no quiere que me olvide de escribir lo siguiente: "Un agradecimiento general a los médicos; a mi psicóloga; a las de cuidados paliativos, dos chicas que son unas hachas, que llevan esto con alegría y con una disponibilidad tremenda. Las llamas y nunca ponen pegas. Ni una pregunta ni un por qué: siempre van a lo que solicitas".

Otro apunte: que todos tenemos pleno derecho sobre nuestras vidas, sobre poder decidir, que eso no debe depender "de un partido que se rige por una determinada religión". "Me gustaría escuchar a Pablo Casado (presidente del PP) si estuviera ahora en mi piel", plantea. "A los políticos que quieren derogar la ley de la eutanasia les pido que imaginen que padecen lo mismo que yo. Mi cuerpo ya no es mi cuerpo. Pesa mucho. Puedo pensar, tengo la mente clara, pero estoy tan débil que sólo quiero dormir".

"A los políticos que quieren derogar la ley de la eutanasia les pido que imaginen que padecen lo mismo que yo. Mi cuerpo ya no es mi cuerpo. Pesa mucho. Puedo pensar, tengo la mente clara, pero estoy tan débil que sólo quiero dormir"

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Aún no han podido conocer al equipo médico, pero ya saben que estará compuesto por una médica y dos enfermeras. Su doctora de cabecera la visitará el 25 de octubre por si necesita algún medicamento para calmar la ansiedad. Las de paliativos también llamaron: si precisa algo porque tiene angustia, que no dude en llamar: "Pero yo estoy muy muy tranquila. Más que nunca. Para mí es un alivio enorme todo esto". También está calmada porque cree que su madre se ha puesto en su lugar y porque ya ha confirmado que no viajará a Eivissa. Su hermano, Andreas, viajará el mismo día 27 de octubre, junto a su mujer, Kordula, desde el norte de Alemania hasta Nuremberg, donde reside su madre, para estar juntos esa jornada. A Lebender, saber que eso ocurrirá, que su madre no estará sola, la consuela. Han acordado con Ilse que, cuando haya expirado, la médica de cabecera la telefoneará. Bastará que diga las siguientes palabras: "Soy la doctora de Doerte. Ya está".

21 de octubre

Hoy conocerán al equipo médico. Ingeborg, la hermana de Artur, habla por videoconferencia con Lebender. Rettenberger sostiene el móvil. Tras colgar, dice estar emocionada: "Nunca pensé que tantas personas llegaran a estar a mi lado en estos momentos. Tanto amor es increíble". Eso le da paz y le permite dormir plácidamente. Rettenberger ha llegado a la conclusión de que no es por los fármacos: "Sus siestas se han alargado mucho, a veces a las siete de la tarde sigue frita. ¿Por los medicamentos? No. Es porque se está soltando, ya no tiene la tensión de vivir. Y la enfermedad avanza más rápido". A veces suelta alguna lágrima:

-Esta semana he llorado a veces, un poquito. Pero estoy bien.

-Pero antes no lloraba.

-Últimamente, a veces, cuando mi amiga me cuenta algunas cosas y ella llora.

-Por empatía.

-Por tanto cariño. Esto es muy duro porque tengo cerca de mí a muchas personas que no quieren que me vaya. Eso es difícil. Aunque ayuda mucho que todos me digan que me entienden.

Según se acerca el día disfruta más de cada detalle, de cada comida. Dentro de un rato irán a comprar flores y chocolate belga. Ayer fue a la playa: "Es otro tesoro que se lleva. Lo vive todo a tope». De noche escucha música, sobre todo de Herbert Grönemeyer, un cantante alemán que le encanta: "Ayer, una amiga me mandó una canción que me gustó, pero era clásica. Después volví a Grönemeyer". Rettenberger dice que no puede escuchar ni una sílaba de sus canciones sin llorar. ‘Der Weg’ y ‘Feuerlicht’ (que escucharon abrazados el día de la eutanasia) son sus favoritas. Tienen letras desgarradoras: "Tengo por seguro que/ en mi alma/ te llevo conmigo/ Hasta que el crepúsculo caiga/ te llevo conmigo"(‘Der Weg’).

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