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Tragedia en el mar

Dos décadas del naufragio en Asturias del 'Nuevo Cacharelo': “Es algo que no se olvida”

Miguel González, único superviviente, pide que se busque a los desaparecidos en el accidente del 'Villa de Pitanxo': “Hay que hacer un esfuerzo”

Miguel González, en el puerto de Figueras. T. Cascudo

Amaneció el 9 de julio de 2002 con un poco de marejada de Noroeste, no la suficiente como para no salir a faenar. Así lo hizo el 'Nuevo Cacharelo', una lancha de nueve metros de eslora que mandaba el tapiego Julio César Entrerríos y en la que trabajaban el también marinero de Tapia Álvaro González y Miguel González, de Figueras. Nada hacía presagiar que poco antes de las once de la mañana, cuando estaban terminando de recoger las nasas, a pocos metros de la costa tapiega, un fatídico golpe de mar volteara la embarcación sin margen de maniobra para que los tres pescadores pudieran ponerse a salvo. Pero, así ocurrió. “Fue muy rápido, en un abrir y cerrar de ojos. No pudimos hacer nada”, cuenta González, el único superviviente de aquella tragedia, de la que se cumplen veinte años.

“Es algo que no se olvida, no se te va de la cabeza”, rememora González, al que le costó asimilar la pérdida de sus dos compañeros de faena, con los que llevaba trabajando casi dos años. “Fue duro, de tres salvarse uno, pero el mar no lo conoce nadie, llevas la vida encima de una tabla y no sabes lo que va a pasar”, cuenta el figuerense, de 72 años. Después de aquello se jubiló, pero no dejó el mar porque “el que nace nel mar morre nel mar, esto engancha”. Así que sigue saliendo a pescar calamar siempre que puede con su lancha 'Hermanos Mel', por las iniciales de sus hijos Miguel, Emilio y Laura.

Su experiencia le permite ponerse en la piel de los marineros del 'Villa de Pitanxo', el barco gallego que naufragó hace unas semanas en el Atlántico. Hubo tres supervivientes, nueve fallecidos y doce marineros más están desaparecidos. El de Figueras lo tiene claro: “Hay que hacer un esfuerzo por recuperar los cuerpos. Seguro que están en el casco”. Lo dice con el convencimiento de que uno de los pocos consuelos de la tragedia del 'Nuevo Cacharelo' fue poder rescatar los cuerpos de sus dos compañeros.

El primer recuerdo que tiene Miguel González del naufragio es el de la barandilla del barco. “Abrí los ojos y vi brillar algo, era la barandilla de la lancha, me agarré y salí a flote. Entonces vi el balón que teníamos de defensa del barco, para los atraques, y me agarré”, relata. Como pudo, se quitó las botas y el traje de faena que le impedían agarrarse bien al balón y esperó. Así estuvo poco más de diez minutos, hasta que lo rescató la lancha de Cruz Roja.

Voz de alarma

Dieron rápido con ellos porque una persona desde tierra vio lo sucedido y dio la voz de alarma en muy poco tiempo. En aquellos minutos en el agua, el figuerense pensaba en su hijo, al que le faltaban dos meses para casarse. “Fui consciente en todo momento de lo que hacía y no me sentí nervioso, solo pensaba en que iba a casarse mi hijo y yo a punto de ser llevado por el mar”, expone.

Cuenta el marinero figuerense que aquella no había sido ni de lejos su peor marejada embarcado, pero con el mar nunca se sabe. Eso sí, no le pilló miedo al Cantábrico porque sabe que los accidentes forman parte del riesgo de un trabajo al que dedicó su vida. “Es un riesgo que se asume, a quien le toca, le toca”, explica.

Su vida de pescador empezó con 13 o 14 años, junto a su padre, y a los 22 sacó el título de motorista en la escuela náutica. Pasó por barcos de todos los tamaños, pero siempre prefirió la pesca de bajura en pequeñas embarcaciones. Tampoco fue el del 'Nuevo Cacharelo' su único naufragio, ya que unos años antes, con la lancha 'A Marta', hubo un problema con el timón y acabaron todos los tripulantes en el agua. En aquel caso estaban muy cerca de la playa y salieron todos por su propio pie.

Todos los meses de julio, aprovechando la celebración de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, sale a la bocana de la ría del Eo y lanza un ramo al mar en recuerdo de los compañeros que no pudieron regresar a casa. El tiempo cura las heridas, pero hechos tan dramáticos jamás se olvidan. Él no se olvida de sus dos amigos y de aquel fatídico día de verano en Tapia.

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