Entrevista |

Emilio Santiago: "El ecologismo debe pasar de la denuncia al liderazgo"

El doctor en Antropologia y científico titular del CSIC refuta en su último ensayo ‘Contra el mito del colapso ecológico’ las tesis catastrofistas ante el cambio climático y defiende las alternativas maduras que existen para evitar los peores escenarios

Emilio Santiago Muiño.

Emilio Santiago Muiño. / Cedida.

Iván Alejandro Hernández

Iván Alejandro Hernández

Emilio Santiago Muiño (Ferrol, 1984), militante ecologista, abandonó las posiciones catastrofistas que vaticinan el colapso de la humanidad en un contexto mundial de cambio climático. En su último ensayo, Contra el mito del colapso ecológico -que presenta este 20 de octubre en Las Palmas de Gran Canaria- discute y refuta esa teoría porque ve que hay alternativas maduras para evitar el peor de lo escenarios posibles y protagonizar una gran transformación en todos los ámbitos.

Doctor en Antropología y científico titular del CSIC, en una plaza de investigación en antropología climática, también es autor de Rutas sin mapa (Premio de Ensayo Catarata, 2015) o  ¿Qué hacer en caso de incendio? Manifiesto por el Green New Deal (2019), coescrito con Héctor Tejero.

¿A qué considera colapso?

A la descomposición del poder político, es decir, un escenario de estado fallido. El colapso es una posibilidad si lo hacemos todo mal. Y es verdad que la situación es crítica; en ningún caso mi libro pretende desdramatizar una crisis ecológica y climática que es una emergencia. Pero sí niego que ese escenario sea un destino y defiendo las soluciones y cambios que podemos implementar para evitarlo. El colapso trae una especie de letra pequeña que dice: la política no va a poder hacer nada. Eso es peligroso porque lleva a un derrotismo innecesario que apunta a que solo nos quedará reaccionar desde las pequeñas comunidades o desde las salidas individuales. Por supuesto, hay margen de acción en estos ámbitos, pero lo importante son las políticas públicas transformadoras.

¿Hay precedentes?

Estuvo muy presente en los discursos del movimiento obrero durante la Segunda Internacional (1889), cuando detectaron una serie de tensiones y contradicciones en la evolución del capitalismo de su época que les hacían esperar una gran crisis, un gran derrumbe. Y llegaron muchas tensiones, algunas catastróficas porque se produjo la Primera Guerra Mundial, pero ese no fue estrictamente el derrumbe del capitalismo. Fue una época de turbulencias que la política gestionó de modo muy distinto. De ahí surgieron experiencias muy diferentes, desde la Revolución Rusa hasta el New Deal después del Crack de 1929 y la década de 1930, con los fascismos… y creo que estamos en una época parecida.

¿Cuál es su diagnóstico sobre la situación actual?

Por decirlo de manera muy resumida, la situación es crítica en muchos frentes. Pero, al mismo tiempo, tenemos ya alternativas maduras para dar una respuesta sistémica y protagonizar una gran transformación como no hemos tenido nunca. Estamos en una encrucijada donde la situación ecológica es muy grave, pero la capacidad de darle solución es muy madura.

¿Qué escenarios contempla?

Lo que planteo es que mucho antes que colapsar, es más probable que, si lo hacemos mal, lo que conozcamos sea una degradación de la calidad de vida para las clases populares, un aumento del autoritarismo político y un mundo más inseguro o desigual, en una suerte de apartheid ecológico del que hoy vemos sus primeros atisbos, pero que se puede intensificar si no somos capaces de dar la batalla política por una sociedad sostenible, transformadora y justa.

¿Cómo se puede albergar espacio para el optimismo?

Lo que pretendo es encontrar una tercera vía entre unas posiciones catastrofistas que llevan a la alienación y unas posiciones negacionistas que nos llevan al desastre. Tenemos que encontrar una tercera vía y para eso hay que mantener una mirada realista sobre nuestras posibilidades de transformación. Tenemos capacidad de adaptarnos, tenemos capacidad de descarbonizar nuestra economía, tenemos capacidad de reducir nuestros consumos energéticos y materiales, tenemos desarrollos tecnológicos, tenemos conciencia social... Se está produciendo un cambio macroeconómico fundamental que nos da unas reglas del juego nuevas para poder intervenir de un modo que el neoliberalismo no nos dejaba. Tenemos estos ingredientes y lo que hace falta es armar la voluntad política transformadora para encontrar la salida.

En su ambiciosa Ley de Cambio Climático, el Gobierno de Canarias pretende lograr emisiones cero en 2040, diez años antes de lo que propone la ONU. ¿Cree que los plazos establecidos son realistas?

Los objetivos son realistas. De hecho, creo que estamos pecando de poco ambiciosos. El problema es que esto tiene que ir acompañado de transformaciones estructurales profundas en nuestra economía y en nuestro modo de vivir. Seguramente tendremos que dar lugar a un sistema económico diferente y a un sistema social y cultural cambiante. Lo interesante es que estos cambios no tienen por qué ir a peor. Podemos jugar con esas convulsiones, dar lugar a respuestas emancipadoras y aspirar a construir un mundo mejor a pesar de que nuestras circunstancias ecológicas y climáticas son difíciles.

Las renovables y los avances en de la ciencia parecen la panacea en ese nuevo mundo, ¿están preparadas para sostener la producción actual?

No hay un consenso científico cerrado al respecto. Los hay muy pesimistas y los hay muy optimistas, pero en los últimos años, a raíz de la revolución tecnológica, lo que se impone es un cierto optimismo sobre que las renovables pueden cubrir nuestro consumo energético actual. Son nuestra única solución energética, el futuro tiene que ser 100% renovable. El problema es que no podemos aspirar a que nos den el mismo tipo de servicio que los combustibles fósiles, lo cual no tiene por qué ser necesariamente malo.

¿Cuál es el papel del ecologismo?

Es clave. El ecologismo es quien tiene las ideas, quien tiene la mirada larga, quien tiene los diagnósticos para liderar la transformación social que tenemos que hacer si no queremos alcanzar esos escenarios dramáticos de colapso. Pero para ello, el ecologismo debe hacer una tarea: pasar de una actitud de denuncia, que ha sido necesaria y lógica durante muchos años, a una actitud de liderazgo político. Y esto pasa por saber disputar el juego democrático, por saber pensar en clave de políticas públicas y por saber cómo comunicarse con grandes mayorías sociales y no solo con activistas. El ecologismo tiene un papel histórico, debe ser una de las puntas de lanza de los liderazgos morales y culturales de esta transformación. Porque, además del diagnóstico de lo ecológico, también lleva consigo que la transición debe ser socialmente justa.

¿Cuáles son las claves para encaminarse hacia una transición ecológica justa?

Necesitamos una economía mucho más centrada en el interés general que en la acumulación de beneficios privados y, para ello, es preciso un marco económico de juego nuevo, que ya se está dando. El Estado debe tener un papel más importante. Debe ser emprendedor, liderar la transición ecológica y aplicar la política industrial para desarrollar una serie de líneas de transformación económica en todos los ámbitos: desde las renovables, pasando por nuevas industrias verdes, agroecología, economía circular, reciclaje de minerales… todo lo que nos permita impulsar un modelo económico nuevo que, además, debe ir unido a una garantía social, a unas políticas sociales ambiciosas que incluyan la seguridad climática, que debe ser un nuevo derecho ciudadano. Vamos a enfrentar situaciones climáticas muy hostiles y necesitamos preparar las ciudades, reverdecerlas, asegurar que los edificios públicos están bien acondicionados, etc. Todo ello es inseparable de una fiscalidad más progresiva y más justa. Y luego, la necesidad de un empuje ciudadano para cuando la política se encuentre con fricciones. La ciudadanía debe estar para empujarla más lejos.

¿No es una tarea titánica?

Es la tarea que nos ha tocado, es titánica, pero a otros les ha tocado hacer la revolución contra el Antiguo Régimen o de conseguir la jornada de trabajo de ocho horas o el voto femenino… cada generación tenemos nuestras tareas titánicas.