Titi tiri tirirititiri

Se confunde tanto la timidez y la introversión con la soberbia y el ego que desaparece de un plumazo la posibilidad de expresar una mínima incomodidad una vez nos vemos inmersos en el circo

Titi tiri tirirititiri

Titi tiri tirirititiri / LP/DLP

Meryem El Mehdati

Meryem El Mehdati

Eid mubarak said a todos aquellos que lo hayan celebrado esta semana. En 2023 mi novela y yo fuimos escogidas como finalistas del premio Mandarache de literatura, así que estos días tuve que viajar a Cartagena para una serie de encuentros con los estudiantes de varios institutos de la ciudad. Con los años he descubierto que no pertenezco al grupo de personas que disfruta y que incluso se crece en este tipo de contextos, al contrario. Esto no sorprenderá a nadie que me conozca, siempre preferí sentarme atrás y que no se notara mucho que existía. Mi mayor fantasía de niña era ser invisible.

Las multitudes, por muy amables y acogedoras que sean, me generan una gran incomodidad. No sé cómo sentarme, no sé si estoy poniendo caras raras ante las preguntas -a veces incomprensibles- de las personas que se hacen con el turno de palabra, no recuerdo muy bien por qué decidí ponerme la ropa que me puse o si me peiné antes de llegar donde estoy. ¿He sido amable, me he mostrado empática, he resuelto la pregunta, me he reído con esa broma que me ha sentado como una patada en los dientes pero de la que no me he quejado para no incomodar a nadie ni cortar el rollo de la presentación?

Durante estos dos años he coincidido con un gran número de escritores que se desenvuelven muy bien y con mucha naturalidad ante el público, pero también he conocido a algunos que detestan tanto como yo este tipo de exposición. Somos una minoría, eso sí. Al final nunca es para tanto y una se encuentra hasta animada una vez se apagan los micrófonos, pero la aprensión siempre vuelve. 

Intento hacerme a la inmediatez que exige esta época y a la rápida asimilación y naturalización de determinadas cosas -por ejemplo, todo el mundo tiene una cámara en su móvil y, como consecuencia, todo el mundo lo graba todo y lo comparte en ese mismo instante con el resto del mundo aunque la persona grabada no dé su consentimiento para ello- pero ah, cómo me cuesta. Se me hace bola y me incomoda, no suelo llevarlo muy bien.

Creía, erróneamente, que el trabajo de alguien que escribe o se dedica a la escritura era ese. Escribir. Y que el trabajo del resto de participantes en la cadena del libro era imprimirlo, promocionarlo, distribuirlo, venderlo y seguir promocionándolo para seguir vendiéndolo. Como digo, me equivocaba; ahora de los escritores se espera no solo que produzcan sino también que promocionen y vendan. Así, se conciben “giras” de promoción por distintas ciudades y librerías que duran meses y que implican un contacto constante con decenas de desconocidos cada día que dura esa gira.

De un tren se pasa a un taxi de un taxi se llega a un hotel desde ese hotel se va a una librería o a una biblioteca o a un anfiteatro o a un estudio de grabación de la radio y desde allí se coge otro taxi y se va a otra librería, biblioteca, anfiteatro, estudio de grabación de la radio y desde allí volvemos a coger otro taxi que nos lleva al hotel. La noción de las personas y de los días se desdibuja, no se sabe si es lunes o miércoles ni si la persona que nos acompaña y nos va guiando -si tenemos suerte- se llamaba Cristina o Silvia o Vicente. Muchísimas veces he tenido que romperme la cabeza encontrando formas de adivinar el nombre de esa persona o de hacer que me lo repitiera sin que pareciese que me había olvidado.

Todas esas veces me he sentido una impostora. En cada uno de esos eventos se sacan fotografías y se graban vídeos sin avisar y sin pedir permiso. Me he visto a mí misma desde tantas perspectivas en Instagram que he llegado a desactivar la opción de que se me pueda etiquetar en nada, ya no quiero saber cómo me ve nadie desde su silla en la tercera fila o en la platea o en la puerta de ningún sitio. Se confunde tanto la timidez y la introversión con la soberbia y el ego que desaparece de un plumazo la posibilidad de expresar una mínima incomodidad una vez nos vemos inmersos en el circo. Porque esa es la sensación agridulce que tengo cuando llego a mi casa y me apoyo en la puerta, la idea de que estuve en una especie de circo en el que la atracción principal era yo.