Me he enterado hace un par de días; Román, el practicante, falleció el pasado día 24 de noviembre en Arrecife a los 89 años. Este periódico dio la noticia al día siguiente. Nunca supe su apellido, mucha gente, quizá, tampoco lo sepa. Su nombre, y cariñoso apodo, estaba por encima de la más relevante identidad. Era conocido y querido por todos en Lanzarote. Lo conocí a finales de los sesenta. Por alguna circunstancia, el médico me prescribió un inyectable : "llame usted a Román, el practicante, en este número de teléfono, si fuera algo tarde, le atenderá en su propio domicilio", me dijo (hoy en día ya no existe esta calidad humana de servicio; la raza degenera).

No fallaba nunca. Lo llamabas, le decías a la hora que iría a su casa, a las nueve, a las diez, a las once de la noche... y siempre esbozaba una sonrisa al llegar, la misma con la que se marchaba. Nunca lo vi serio. Se presentaba risueño, saludando cordialmente, como el caballero que era, dispuesto a hacer su trabajo de forma impecable : "no me ha dolido nada", se comentaba satisfecho al final del pinchazo.

No cobraba nada, ni jamás hubo forma de pagarle, la simple pregunta podía ofenderle. Siempre le acompañaba su mujer, a la hora que fuera, de la que no se separaba nunca. Se le insistía para que entrara en casa a esperar, pero ella nunca lo hacía. Esperaba en su coche haciendo ganchillo. Era una mujer dulce y cariñosa.

Román era un hombre bueno, profundamente humano, le satisfacía ayudar a los demás. Fue Vecino Predilecto de Lanzarote. Pude verle muchas veces ayudando a misa en la parroquia de San Ginés. Cuando terminaba, se le podía ver en la Plaza de la Iglesia, y comentaba : "Ya me he gozado la misa", era un acto importante para él. Su nombre está en una calle de Arrecife, de la misma forma que está, y estará siempre, en el corazón de todos los conejeros. Descansa en paz.