En los últimos años han proliferado en España los clubes de cannabis o fumaderos de marihuana, que en algunos casos y bajo el paraguas de una asociación legal, esconden en su trastienda una actividad ilegal: el tráfico de drogas.

Uno de los golpes lo dio la Guardia Civil en Barcelona en mayo, tras año y medio de investigación, y puso al descubierto un modus operandi idéntico al de los grupos organizados. No todos los 'smokers club', como también son conocidos, funcionan igual, pero las investigaciones llevadas a cabo a algunos revelaron que detrás de casi todos hay una red dedicada al cultivo y a su comercialización.

La operación de la UCO se saldó con la detención de 14 personas, entre ellas el presidente de la asociación cannábica investigada y con el descubrimiento de cinco plantaciones en chalés. Se les atribuye los delitos de pertenencia a organización criminal, tráfico de drogas, blanqueo de capitales y defraudación de fluido eléctrico.

Pero, ¿cómo empieza todo? En principio, de forma legal. La marihuana es una droga fiscalizada por las convenciones de Naciones Unidas, a las que España está adherida, y su autoconsumo compartido en pequeñas dosis y dentro de un club es legal, como lo es también la constitución de asociaciones cannábicas. De hecho, en general estas asociaciones se inscriben como entidades sin ánimo de lucro, con el objetivo de promocionar la cultura y divulgar las terapias naturales en las que se usa cannabis y otras plantas con principios estupefacientes para el tratamiento de enfermedades. Comercio al por menor de semillas, abonos, plantas y animales era la actividad declarada de la asociación que sustentaba el club barcelonés.

Según el Tribunal Supremo, para que ese autoconsumo compartido no sea ilegal, la asociación debe estar constituida por usuarios que se agrupen para consumir y que éstos estén "identificables". Y para que se considere un "acto íntimo sin trascendencia pública", no puede congregarse a muchas personas, el club no debe estar abierto a un número indiscriminado de socios, el consumo debe ser inmediato, el cannabis no debe salir del local, no puede almacenarse y la cantidad a manejar debe ser "reducida e insignificante" para consumo en un encuentro.

Si se cumplen todos los requisitos, el club de fumadores es legal. Pero ahora entra el "efecto de la puerta de atrás", o lo que es lo mismo, ¿cómo se abastece el local?, ¿quién compra la marihuana?, ¿cómo se transporta y quién lo hace? Una investigación en Barcelona localizó plantaciones y todo la infraestructura y efectos necesarios para su cuidado y envasado, y clubes hasta con 6.000 socios. La energía eléctrica se desviaba a las casas desde la red general, lo que supuso defraudar a la compañía eléctrica un millón de euros en un año. Tras ser empaquetada, se trasladaba hasta el club y la casa de su presidente.

Los investigadores hablan de crimen organizado: grupo jerarquizado, distribución de funciones de sus miembros, blanqueo de capitales y de otros posibles delitos.